Las mujeres rurales, por ejemplo, constituyen 43 por ciento de
la fuerza laboral agrícola en los países en desarrollo. Combatir el hambre es
algo que hacen cada día.
Son las soldadas sin rostro en la guerra más
devastadora de nuestra era, que paradójicamente es la más fácil de ganar: la
guerra contra el hambre, que afecta a uno de cada ocho habitantes de nuestra
Tierra, unos 870 millones de seres humanos.
En millones de hogares en
todo el mundo, a menudo son las mujeres quienes toman las decisiones cotidianas
que garantizan que haya alimentos es una mesa de otro modo vacía.
Es
responsabilidad de los gobiernos y las agencias internacionales de cooperación
dar poder a las mujeres, para hacer justicia a los roles protagónicos que
desempeñan.
Esto significa brindar a las mujeres los derechos, las
políticas, las herramientas y los recursos que necesitan para su rol incesante.
El rol crucial de las mujeres en la seguridad alimentaria y la nutrición
se inicia con los 1.000 días –desde el comienzo del embarazo hasta el segundo
cumpleaños del hijo o hija- que marcan para siempre el desarrollo de una
persona.
Para mejor o para peor, las mujeres pueden hacer la diferencia
en una aritmética cruda que cada año suma 2,5 millones de muertes infantiles.
Colocar alimentos en la mesa de una familia implica hacer que una mujer
vaya más allá de sus instintos maternales. Significa aplicar su energía y sus
lecciones de vida a labrar la tierra y a cosechar cultivos.
Esto es
especialmente relevante en África, donde se libran las batallas clave del siglo
XXI contra el hambre. Unos 239 millones de personas padecen hambre en África, 23
por ciento de toda la población de la región.
En las áreas rurales,
donde viven 60 por ciento de todos los africanos, vemos las características más
sobresalientes de esta lucha contra la tragedia y la importancia de las mujeres.
Las mujeres lideran uno de cada cuatro hogares rurales en África. En
África austral, esa proporción es de 45 por ciento.
Guerras y conflictos
étnicos, migraciones y colapso ambiental, todo ha intensificado en los últimos
años la presencia absoluta y relativa de las mujeres en los mercados laborales
agrícolas.
Su participación en esos mercados en África del Norte pasó de
30 por ciento a 43 por ciento desde 1980. Ellas son mayoría en algunos países,
como Lesotho, donde alrededor de 65 por ciento de la fuerza laboral agrícola
está integrada por mujeres.
Las nuevas responsabilidades que se
atribuyen a las mujeres se suman a sus roles de alimentar y cuidar a sus
familias. La carga doble y a veces triple de trabajo en el campo, en el hogar y
en la comunidad no siempre es reconocida o compartida por los hombres de la
familia. Con frecuencia, esto vuelve más difícil el empoderamiento de las
mujeres.
Paradójicamente, en todas partes del mundo son las mujeres
quienes más sufren las restricciones al acceso a la propiedad legal de la
tierra. Esto, a su vez, limita su acceso al crédito y a los insumos que ellas
necesitan para maximizar los esfuerzos extremos que realizan por el bienestar de
la comunidad.
Lograr esos derechos y ese acceso, a fin de superar la
brecha de género en los sistemas agrícolas de los países más vulnerables, es una
de las políticas más importantes en materia de seguridad alimentaria que
gobiernos y agencias de cooperación internacional pueden implementar.
Concientizar a los estados del rol central que desempeñan las mujeres en
el desarrollo económico y social, y forjar un consenso político para darles las
herramientas y los derechos que su rol demanda serán pasos vitales en la lucha
contra el hambre.
Y no solo contra el hambre.
Como madres,
hermanas, hijas, esposas y, frecuentemente, único sostén de sus hogares, las
mujeres están a menudo en la primera línea de la lucha por la justicia social.
* José Graziano da Silva es director general de la Organización de las
Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Publicado en IPS, 7 de marzo
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