Leer las palabras y propuesta de este artista fue un punto de encuentro y de partida para algunos de nosotros, quienes hemos estado inquietos, haciéndonos preguntas sobre el “cómo”; el “qué” está más que claro: Guatemala es un país donde la diferencia sólo se celebra si atrae turistas con cámaras.
Chavajay propone ir contracorriente, desafiar al Estado y su voz oficial, la que se da permiso de cambiarle el nombre a cualquiera y convertirlo en alguien más, como una práctica de cont...
Leer las palabras y propuesta de este artista fue un punto de encuentro y de partida para algunos de nosotros, quienes hemos estado inquietos, haciéndonos preguntas sobre el “cómo”; el “qué” está más que claro: Guatemala es un país donde la diferencia sólo se celebra si atrae turistas con cámaras.
Chavajay propone ir contracorriente, desafiar al Estado y su voz oficial, la que se da permiso de cambiarle el nombre a cualquiera y convertirlo en alguien más, como una práctica de continuidad colonial de ladinizar todo lo indígena, de enmascarar en un nuevo nombre a quien “avergüenza”, aquel que es menos para el Estado criollo, o arribista. El nombre del Estadio Nacional, la sede de los eventos deportivos y artísticos más importantes, nunca ha sido cuestionado, poco se sabe que carga consigo una historia oculta de racismo. El nombre verdadero de ese corredor que enorgulleció a muchos al ganar el Maratón de Boston en 1952 no era Mateo Flores, sino Doroteo Guamuche. La cara que mostramos al mundo es entonces una máscara: piel india con máscara ladina, como negación del ser.
El indio en Doroteo Guamuche fue invisibilizado, y en cambio, se ladinizó otorgándole un apellido “decente” de origen español, sin ser tampoco criollo. Sólo así pudo redimirse y ser considerado parte del cuerpo nacional, en la medida que cambiara no sólo su nombre sino que al mismo tiempo internalizara el discurso racista mostrando así el éxito del proyecto hegemónico criollo.
El racismo nos atraviesa a todos, pero suele ser un tema silenciado o que al ser tratado transita hacia la correctividad política y esto es uno de los mayores obstáculos para la construcción de un país más justo y menos desigual. Por eso creímos necesario empezar a hablar de racismo y tomamos los recursos que tenemos a la mano, las redes sociales. Cambiando nuestro apellido por el de “Guamuche”, no sólo hacemos un proceso inverso al del Estado guatemalteco, sino reconocemos en él la persona que realmente es y ahí volvemos a preguntarnos quién realmente somos, qué pensamos, qué pedimos y más importante, qué tipo de realidad queremos vivir.
Como escépticos de las viejas prácticas políticas que se basan en falacias, en atacar sin argumentos y en desprestigiar, proponemos alternativas espontáneas que puedan servir como puntos de encuentro en donde nos cuestionemos y nos interpelemos entre nosotros mismos a través del diálogo y que solidariamente luchemos por visibilizar las prácticas de opresión que vemos como normales. No se trata de un “travestismo” de nombres sino de una aceptación de responsabilidad colectiva sobre los discursos y las prácticas racistas ejercidas y sufridas por todos, y que han servido para estratificar la sociedad guatemalteca y han configurado nuestra historia, convirtiéndonos en sujetos y subjetividades que se deben cuestionar.
Esta columna es resultado de ya numerables conversaciones, y aunque hoy comparto espacio con Andrea Tock -a quien agradezco su tiempo, sus reflexiones tan bien escritas-, hay muchos otros que han nutrido de elementos imprescindibles para pensarnos de manera diferente. ¿Quién dice que no podemos ponernos de acuerdo en Guatemala?
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