Ordesa, la novela de Manuel Vilas, me da vueltas en la cabeza. Nuestra biografía mínima e íntima. La pérdida de la familia, la primigenia, la que formamos, la impuesta. La tristeza escondida en la añoranza. La vejez a la vuelta de la esquina.
Camino de la mano de Brenda. Mis hijos, un poco más adelante empujándose con cariño fraternal, pequeños cachorros preparando el acecho al juego serio, la vida por delante si los dejan, si los dejo, si los suelto, y lo haré. Cada día van más lejos, exploran y se pierden de vista, aunque vuelven a la cueva, donde, agazapado en las sombras de mi cortada respiración, los veo alejarse y regresar. Confundidos con sus congéneres, seres ajenos e iguales a nosotros, un día ya no lo harán. Quiero que cada vez más caminen, corran y se caigan, que se detengan un tiempo para tomar fuerzas y emprendan su particular viaje a Ítaca imaginario, lectivo y físico.
No los quiero aquí. Haré todo lo posible por que se vayan, por que sus huellas se borren en el inconsciente colectivo de sus compañeros, de sus vecinos, de su familia, por que sean anécdota inviable, mascullante entre dientes. «Yo conocí a una Malena». «Había uno que desde pequeño se pintaba el pelo de muchos colores». Que sean canción de Bronco sin dejar huella. Aquí nada hay. Nada queda por hacer, solo bajar la cabeza, alienados en los volcanes más lindos del mundo, fotos de Instagram mil, dos mil, diez mil millones de veces repetidas, abultando nubes cibernéticas de seres orgullosos de su herencia especial y única, de un país cuyo nombre termina mal en español y es difícil de pronunciar en cualquier lengua germánica o eslava. Guaremallllla. Guatemala. Inmortal.
[frasepzp1]
No quiero que el dióxido de carbono que expiran se quede y mezcle con el de ellos, con el de nosotros, que no amen aquí, que no rían aquí, que no abracen aquí. Cómo podrán vivir sin conciencia. Cómo podrán pararse frente a los demás y hacer como que nada importa. No los quiero tan guatemaltecos como tú, como yo, como él. No los quiero frustrados, apretando los dedos desamparados en una sociedad inexistente, entre muy buenos y muy malos, en el país de los guerreros de Cristo, de la Virgen, de la Biblia, de la familia imaginaria, del paterfamilias, del orden inmutable de las cosas, de la oración y la bendición. No los quiero aquí.
Y me preguntan qué me pasa, por qué estoy triste, por qué camino despacio, por qué me escondo en los libros, por qué garabateo palabras al azar, como pintadas con un palito en la tierra suelta, firmas de mosqueteros de ramas secas con la ternura de Tarzán de los monos, de Luis de Lión, y viendo extraños a todos los errantes, cruzando caminos y miradas. ¿Qué me ve este?, se preguntarán. Y yo, sin bajar la mirada, tratando de encontrar entre los protectores del país un cómplice, una pista que me lleve a la salida, al aeropuerto cuyo logro es tener agua para que la mierda se vaya junto conmigo.
Barranco seguro que es.
Amontonadas láminas haciendo cuartos
de niñas sin vida futura.
¿Y así quieren que no se vayan?
Tan guatemaltecas como tú (muchacha), piensan.
Tercer
país
seguro
para ellos, seguro que sí.
Y el tiempo no para.
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