Un maestro tiene que ser humilde para transmitir todo su conocimiento sin esperar nada a cambio, a sabiendas de que sus alumnos serán su competencia y que, probablemente, nunca le den el crédito que se merece.
Se necesita ser humilde para ser ignorado en clase, porque en la era de las redes sociales éstas son más interesantes que cualquier cosa. También se necesita ser humilde para dar clases porque un buen profesor no se altera ante el cuestionamiento necio y, muchas veces, arro...
Un maestro tiene que ser humilde para transmitir todo su conocimiento sin esperar nada a cambio, a sabiendas de que sus alumnos serán su competencia y que, probablemente, nunca le den el crédito que se merece.
Se necesita ser humilde para ser ignorado en clase, porque en la era de las redes sociales éstas son más interesantes que cualquier cosa. También se necesita ser humilde para dar clases porque un buen profesor no se altera ante el cuestionamiento necio y, muchas veces, arrogante de la juventud.
En las facultades de Derecho es difícil encontrar personas que además de ser humildes reúnan dos características: ser intelectual y un profesional exitoso. Esta combinación es casi imposible de encontrar porque el tiempo es escaso, y el tiempo dedicado a una excluye la posibilidad de triunfar en la otra.
En otros países, los profesores universitarios son profesionales retirados que se dedican a la investigación. Pero en países como el nuestro, en donde la cátedra es un sacrificio y no una opción laboral, muchos abogados son ambas cosas y al mismo tiempo. Esto no siempre funciona. Pero yo conocí a un profesor que además de ser humilde, a su corta edad fue: profesional exitoso, investigador, erudito y magistrado.
Mis amigos y yo lo llamábamos a escondidas Gil, Gilberto Chacón Torrebiarte, era un hombre grande y serio, hablaba de una manera pausada y no contestaba rápido. Era reflexivo en sus análisis y comentarios. El Lic. Chacón daba clases de Derecho Constitucional y Procesal Constitucional en la Universidad Francisco Marroquín.
Las clases que enseñaba son la columna vertebral de nuestro derecho, pero muchas veces no son las clases más interesantes porque pocos profesores logran fusionar la filosofía y la historia detrás de las normas constitucionales con la práctica de las mismas. Solo quien conoce a la perfección esta materia puede darle vida a normas que más bien parecen poemas. El Lic. Chacón nos hacía reflexionar y nos obligaba a ser creativos en nuestros análisis.
Al salir de la Universidad, yo empecé a litigar asuntos constitucionales y en él volví a encontrar un profesor que con humildad me regaló tiempo y consejos que siempre mantendré en mi corazón. El Lic. Chacón no dudó en poner en letras recomendaciones que fueron mi aval para obtener la beca Fulbright. Las conversaciones que tuve con él me motivaron a estudiar, al igual que él, Derecho Comparado en Estados Unidos.
El Licenciado Chacón creía en Guatemala, quizás por eso decidió postularse como Magistrado de la Corte Suprema de Justicia. Recuerdo una tarde en su oficina cuando entusiasmado comentaba que deseaba revivir el Instituto de Derecho Internacional. Así lo veía yo, como un abogado que estaba dispuesto a dar su tiempo a los demás para así lograr tener un mejor país.
Con el tiempo pude conocer el otro lado del Lic. Chacón. Mi profesor también era esposo, papá, hermano e hijo. Y en todas esas facetas mostraba grandeza. La humildad en la grandeza de Gilberto Chacón Torrebiarte será recordada por muchos como yo.
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