A las vergüenzas que plagan a Guatemala, Giammattei agrega su empeño necio de alejarnos de un Estado laico.
Respeto profundamente la fe religiosa de las personas, la tengan o no, como un ejercicio de convicción auténtico y honesto. En temas complejos como el aborto, también respeto todas las posiciones, y pienso que esos temas deben dirimirse en debates racionales, alejados de los fanatismos extremistas y fundamentalistas.
Y es precisamente con este fundamento que desprecio a ese atajo de oportunistas que manipulan la fe religiosa de las personas para lucrar o redituar políticamente. Es un hecho histórico que donde exista una religión, lamentablemente no ha faltado un estafador de estos, charlatanes y mentirosos hábiles que, sin un ápice de fe, y con el solo propósito avaro de forrarse de dinero o capturar cuotas de poder político, montan pantomimas y dramas que azuzan el fanatismo, agudizan conflictos preexistentes y son maestros en inventar conflictos y enemistades por la «voluntad de Dios», o aquel grito de «Dios lo quiere», con el que en la Edad Media los cruzados se lanzaban a masacrar poblaciones enteras.
Alejandro Giammattei está haciendo precisamente esto. Es un presidente políticamente muy débil, sin apoyo popular, pero que, por haber sido electo, ejerce cuotas de poder formal, pero ilegítimo. En esta situación, dado que carece de poder político legítimo, para sobrevivir ha estado comprando cuotas de poder en un mercado sucio de sectores que están dispuestos a apoyarlo por un precio, entre los que destacan exmilitares criminales de guerra, corruptos, fanáticos religiosos, narcotraficantes y toda una colección de mafiosos y delincuentes.
Efectivamente, Giammattei se mantiene en el poder porque, gracias a su relación de connivencia con Consuelo Porras, fiscal general y jefa del Ministerio Público, ha sido capaz de vender cuotas de impunidad a estos sectores, a cambio de apoyo político. Giammattei no ha sido el presidente del pueblo guatemalteco, mucho menos representante de la unidad nacional como le ordena el artículo 182 de la Constitución Política de la República, sino sirviente rastrero de estos mafiosos y ladrones.
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Es en esta calidad que en Washington DC, la semana pasada fue a hacer el ridículo en el Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos, en el que despotricó con una sucesión de falacias y sofismas en contra de un informe de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Pero lo que me parece mucho peor y más vergonzoso fue la participación de Giammattei en la Cumbre mundial por la libertad religiosa, adhiriendo a Guatemala a una declaración de una Alianza por la Libertad Religiosa. Con esta acción, Giammattei se evidencia rastrero y servil a un pequeño grupo religioso y no representa el sentir y voluntad de la mayoría del pueblo guatemalteco, abusando del cargo de presidente de la República por actuar según sus intereses personales.
El guatemalteco es reconocido como un Estado con una posición ambigua respecto a su laicidad, ya que por un lado la propia Constitución Política de la República inicia invocando el nombre de Dios, pero por otro, el artículo 36 reconoce el ejercicio de todas las religiones como una libertad individual fundamental. Así, el Estado guatemalteco no es plenamente laico, pero no reconoce a ninguna religión particular como oficial. Por lo tanto, es posible interpretar que estos preceptos constitucionales prohíben que una religión controle o incluya la política nacional, algo que Giammattei está violando.
Que Giammattei actúe como si fuese un pastor religioso, nos aleja más del ideal democrático de un estado plenamente laico. Sí al respeto y a la libertad plena a todas las religiones, pero sin controlar ni influenciar la política nacional ni al gobierno.
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