El movimiento anima a las mujeres a contar sus experiencias de abuso sexual y se hace viral en redes sociales. Se calcula que, desde sus inicios, más de medio millón de personas han utilizado el hashtag.
Paradójicamente, el 2018 abrió su ciclo con la carta de las 100, en la cual respetadas mujeres artistas e intelectuales francesas criticaban el movimiento #MeToo. La carta conmocionó a muchas porque una de las firmantes era Catherine Deneuve, quien no solo es reconocida como actriz, sino además fue una de las 343 firmantes del famoso manifiesto escrito en 1971 por Simone de Beauvoir a favor del aborto.
La declaración de que «la violación es un crimen, pero la seducción insistente y torpe no es un delito ni la galantería una agresión machista», fue recibida como una bofetada para las mujeres que denuncian la depredación sexual. Además, refleja una concepción tradicional de la sexualidad y del orden patriarcal, en el que el hombre asume el papel de conquistador y la mujer el de sumisa. Así lo hicieron saber los grupos feministas franceses.
La carta de las 100 siembra una duda. ¿Es que acaso no estaremos asistiendo a una cacería de brujas contra los hombres? Y entonces, ¿cuál es el límite entre galantería y acoso?
Efectivamente, muchos piensan que estamos a las puertas de la revancha de las mujeres por tantos siglos de violencia, maltrato y discriminación. Temen que el golpe de regreso sea tan brutal como su odio y desprecio por nosotras. Quizá creen que podríamos ser capaces de quemar a algunos inocentes en la hoguera, discriminarlos en el trabajo por ser hombres o tratarlos como presas sexuales. Descuiden. Esa brutalidad está patentada por ustedes desde hace siglos. A nosotras no nos interesa la venganza. Lo único que buscamos con las denuncias es levantar la voz y poner un alto a ese abuso diario y cotidiano.
El acto de seducción debe estar basado en el respeto y en el placer y nunca debe ser un acto violento justificado por el poder. Los tiempos cambian y las formas en que se relacionan los hombres y las mujeres también. Los roles tradicionales de hombre conquistador y mujer sumisa están cambiando. Si un piropo nos degrada, ofende, denigra o violenta, no es galantería, sino acoso. Judicializar el acoso es algo difícil de lograr por su complejidad, pero creo que las mismas relaciones entre hombres y mujeres se están construyendo para exigir respeto.
Mis hijas adolescentes me cuentan a veces sus desencuentros con pretendientes. Ellas no aguantan una ceja arqueada o un comentario ofensivo. Como la rana, me preocupa que estén siendo muy duras, pero después se me pasa. Prefiero ver que se les pasa la mano, y no saberlas sumisas y oprimidas. Pienso que el tiempo y la experiencia les irán enseñando los equilibrios.
La humanidad también está viviendo su adolescencia en materia de equidad y de reconocimiento de los derechos de las mujeres. Afortunadamente, nos dirigimos a un mundo más equitativo. Quienes apuesten a los viejos roles de género le están apostando al pasado.
De mi parte, celebro el movimiento #MeToo porque da voz a las víctimas de abuso sexual y desenmascara la discriminación, el odio y la violencia. No busca venganza, sino esperanza. Esperanza en un mundo donde todas y todos seamos tratados con dignidad y respeto y se nos reconozcan los mismos derechos.
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