No que con él se estén construyendo comportamientos y conductas colectivas irracionales, como suelen divulgar los voceros del pensamiento conservador y antidemocrático al tratar de justificar su aislamiento.
Los triunfos de las fuerzas progresistas de izquierda en Chile, El Salvador, Bolivia y Brasil, acompañados por triunfos de corrientes de derecha democrática en Costa Rica y Colombia han mostrado a sectores populares cada vez más claros respecto al papel que el poder público debe jugar en la construcción de sociedades más justas. Usados anteriormente como simples masas de maniobra electorera de los grupos de derecha, en la actualidad han asumido en estos países actitudes cada vez más coherentes con sus reivindicaciones. En Brasil, por ejemplo, esos sectores lograron romper el cerco mediático que las grandes cadenas de comunicación le tendieron al gobierno del Dilma Rousseff, que llegó al bochornoso titular de la Revista Veja que, adelantando en dos días su edición, quiso hacer parecer que ella y Lula estaban a la par de la corrupción en la petrolera.
La democracia latinoamericana, como comienza también a notarse en España, Italia y Francia, no es ya una palabra hueca en poder de las élites económicas, es un proceso de construcción ciudadana que los de abajo comienzan a utilizar para posicionar sus demandas y, con ello, aportar en la construcción de sociedades de clase media, donde los muy ricos tienen que reducir sus gigantescas ganancias, y trabajadores y asalariados aportar, en forma de impuestos, a la satisfacción generalizada de las necesidades básicas de su colectivo social.
Las democracias modernas no son las democracias de los antiguos, aquellas que los socráticos estigmatizaron por considerarla dictadura de los pobres. Para los antiguos, el vulgo era un monstruo terrible, perezoso, liviano, compuesto de incapaces de gobernar, por el simple hecho de ser pobres. Las democracias modernas se han construido en procesos de delegación, en los que el ciudadano escoge gobernantes capaces de desarrollar políticas públicas que les beneficien. Romper los cercos mediáticos, negatorios del debate político, es una de las tareas que en los países mencionados se ha ido consiguiendo.
Los sectores populares no buscan dádivas, sino soluciones a las cuestiones fundamentales y básicas. Los procesos de superación de la pobreza extrema en Chile, Brasil y Bolivia no se han sustentado, como los desinformadores divulgan, en el regalo simple y llano que para la construcción de clientelas electorales las derechas populistas, a lo PRI/PAN en México, acostumbraban.
Los pobres del continente, apoyados en propuestas políticas de inclusión han logrado mejorar sus condiciones de vida, para lo cual su trabajo ha tenido un papel significativo. Las mediciones sobre pobreza y desarrollo demuestran no solo que los hambrientos de los regímenes dictatoriales de derecha, ahora con gobiernos democráticos de izquierda comen, sino lo más importante, trabajan y producen para así salir de la pobreza.
Evidentemente, los enemigos de la democracia califican a cualquier política social de populismo, mostrándose de nuevo simplistas y fuera de contexto. Lamentablemente para ellos, los regímenes que se amarraron ciegamente a su ideario han demostrado su fracaso rotundo, de los Pinochet a los Uribe, pasando por los Menem, Cardozo y Piñera. Ante el empuje de los demócratas no les queda sino repudiar la democracia, quitándose finalmente las máscaras para mostrar sus reales rostros autoritarios, recurriendo a la mentira o, en casos extremos, a soluciones golpistas.
El mundo avanza, progresa, aun a pesar de los desesperados actos y discursos de los que quisieran mantener su constelación de privilegios basados en la exclusión. Las izquierdas, que a inicios del siglo XX abrazaron con entusiasmo la defensa de los intereses de los sectores populares, en este siglo XXI son, sin lugar a dudas, las más comprometidas con el desarrollo y profundización de la democracia, modelo que si bien beneficia a los dueños de los capitales, también permite la incorporación activa y efectiva de los, hasta hace muy poco tiempo, sectores excluidos. Asumir con realismo estos nuevos tiempos parece estar siendo difícil a los que por décadas vivieron de la prédica de un supuesto liberalismo donde la única libertad que se defendió fue la del comerciante y no la del ciudadano como parte de las acciones colectivas. Pero cada día están más aislados, aunque tengan cientos de programas de radio.
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