Obviamente, como aún sucede en el Magreb, los contextos urbanos más occidentales muestran menos formas de violencia tradicional, debido a ser prácticamente distritos parisinos. Pero Bordieu no se engañaría con esta “treta” de segmentar la violencia. Posteriormente, en su obra La Nobleza del Estado, hay una frase poderosa que será –en efecto– popularizada en el libro Campo de Poder, campo intelectual. Bordieu devela las relaciones entre los espacios sociales, donde se muestran los espacios de poder, en los que el conflicto sigue estando totalmente presente.
Aplicada esta máxima al problema puntual de la violencia, recordemos por un momento a Jean-Marie Domenach (autor de La violence et ses causes).
Domenach reconoce que no tiene ningún sentido preguntarse si hay más o menos violencia en la sociedad actual. Reconoce que hay formas de violencia antigua que han desaparecido en las sociedades mal llamadas modernas (los duelos, las ejecuciones públicas), pero no ello significa que la violencia actual no aumente aceleradamente. Y tampoco significa que la violencia solamente se exprese en homicidios violentos cuantificables. En cuanto existan modernas formas de violencia simbólica, hablaremos de una cultura de violencia, en la cual incluimos de acuerdo a Domenach: a) el aspecto psicológico: la explosión de fuerza que toma un aspecto irracional; b) el plano moral: el ataque a los bienes y la libertad; c) el campo político: como el uso de la fuerza para conquistar el poder.
No sorprende entonces que en esta tradición “francesa”, sus interlocutores hayan tomado parte en las manifestaciones que, durante la década de los noventa, deseaban defender las causas sociales del avance del neoliberalismo. Bordieu mismo tomó la palabra, el 12 de diciembre en la ciudad de Lyon, para recordar la importancia de defender lo que la República había hecho: “la cosa de todos”.
Bien hubiese podido Bordieu haber evitado la participación pública (incluso académicos como Samir Amin, Regis Debray y Michael Lowy), podrían haber permanecido tras bambalinas, disfrutando de su fama cual académicos “aburguesados”. Pero no fue así, se hicieron presentes a pesar que la poderosa Fundación Saint Simón no apoyaba estas manifestaciones callejeras.
¿Por qué tomar la “causa de todos”, incluso cuando las cifras me dicen que soy exento de sufrir el mal colectivo? ¿Por qué compartir por un momento la realidad de “otros” que no es la mía?
Helena Janeczek, en su libro Lessons of Darkness (publicado originalmente bajo el título Lezione de Tinebra), intenta descubrir el sentido del Holocausto judío en su propia experiencia, cual hija de sobreviviente de los campos. Cuando Helena recuenta su visita al campo de Auschwitz con su madre (siendo apenas una niña), recuerda la pirámide de zapatos acumulados en el campo de concentración, dejados allí por todos los visitantes, que en solidaridad, han dejado sus zapatos para recordar a los muertos. Menciona que hay sandalias, y hasta arriba de la pirámide de zapatos, hay zapatos de nieve. Y entonces, se da cuenta que cuando ella llegó allí no había nevado aún.
Viene al punto entonces de reconocer lo fácil que es ingresar al campo de confort y decir: “esa violencia no es mía, a mí no me afecta”, o “ésa no es mi causa”, o “ya pasó”.[1]
¿Por qué debo entonces lamentar el secuestro y asesinato del grupo de música Kombo Colombia, sucedido en Nuevo León, Monterrey? ¿Por qué debo lamentar la cifra de desaparecidos al final del calderonismo? ¿Por qué debo celebrar el histórico fallo sucedido en Guatemala, ahora que la institucionalidad republicana “toca” al poderoso estamento militar? ¿Por qué debo indignarme con la muerte de pilotos de autobuses? ¿Por qué debo entender que la impunidad también implica a quienes evaden al fisco, pero siguen viviendo tranquilos en el extranjero? ¿Indignarme por los crímenes de odio? ¿Por qué y para qué?
Porque la causa de los débiles, de los olvidados y de los marginados es la causa de todos, aunque las cifras digan que a mí no me toca.
[1] En este sentido, por ejemplo, el día de recordación del Holocausto en Alemania incluyó no solamente el recuerdo de los prisioneros judíos, sino de los prisioneros gitanos, homosexuales y “razas mixtas”. Segmentar es privatizar historias.
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