Quien lea esta frase y no haya ido nunca quizá no pueda imaginar el espíritu que allí se respira, ya que entre los pasillos y los estantes, entre las mesas y las cajas, lo que se ofrecen son libros, productos aún poco populares para la mayoría de los compradores guatemaltecos de la capital. Si bien es cierto que se cuenta con un parqueo relativamente amplio, que a veces también se llena, para la cantidad de habitantes de la capital la feria es más bien una puesta en escena relativamente modesta si se la compara con otras ferias similares que se llevan a cabo en otros países.
Sin embargo, como dijo Cardoza y Aragón refiriéndose a Guatemala, amamos nuestra patria solo «porque es la nuestra». Lo mismo sucede con la Filgua: la amamos y disfrutamos simplemente «porque es la nuestra».
Pienso en la Filgua de este año y de pronto me inunda otra imagen: la de Melquíades llevando por primera vez el hielo a Macondo. Ese asombro es el que descubrí en los ojos y en la expresión de muchos niños, jóvenes y adultos cuando se paseaban entre los distintos stands para ver los libros expuestos antes de decidirse a comprar alguno: el asombro por lo novedoso, por encontrar algún libro deseado hace tiempo y que finalmente aparece en alguna de las librerías.
Empiezan entonces a circular las historias sobre los hallazgos y sus posteriores pérdidas. Oigo por ahí que un joven le cuenta a su novia, mientras pasa con cuidado las páginas de un libro que no se ha decidido a comprar: «Quería un libro, y el día de la inauguración, sorpresivamente, había tres ejemplares. Pero no lo compré. Llegué dos días después con la clara intención de adquirirlo y no lo encontré donde lo había visto la primera vez. Entonces me acerqué a la caja para preguntarle por él a un vendedor, cuando observé con horror que un hombre que estaba adelante de mí lo colocó sobre la mesa donde se realizan los pagos y dijo: “Me llevo este”. Sentí una especie de dolor en la boca del estómago y, casi sin poder respirar, pregunté si aún tenían el otro ejemplar. Buscaron en el sistema, buscaron entre los libros expuestos, buscaron en toda la tienda y se percataron de que uno lo habían vendido el día anterior, de que otro era el que recién habían comprado y de que el tercero no aparecía ni como vendido ni en físico. “Tal vez se lo robaron”, me dijo el vendedor con tono de asombro y levantando levemente las cejas y los hombros en un gesto simultáneo. Yo, mientras tanto, me dije que mi pérdida no habría sido tan grande si al menos no me hubiera dado cuenta de que pude haberlo comprado si tan solo hubiera llegado unos minutos antes», relata el joven colocando el libro en el estante del que lo había tomado y mirando a su novia con una especie de desolación intensa.
[frasepzp1]
Así como esta hay innumerables anécdotas de los visitantes, de los autores, de quienes participan en alguna actividad para promover la lectura, de los editores, de los organizadores y de quienes simplemente asisten porque es una feria y hay que ver qué novedades pueden encontrar allí.
Lo cierto es que solo una vez al año, por diez días consecutivos, tenemos la oportunidad de ver reunidos los libros a los que tenemos acceso en Guatemala. Y ello por sí mismo constituye un acto de felicidad al que, aunque sea una vez, vale la pena asistir.
Más de este autor