Si lo pasó como un día normal, puede decir que acompañó a la mayor parte de los habitantes de este planeta. Por si no lo sabía, se calcula que en el mundo hay, nominalmente, 1 300 millones de católicos, 1 000 millones de protestantes y de otros cristianos no católicos, 1 600 millones de musulmanes, 1 100 millones de personas sin religión (ateos o no), 1 000 millones de practicantes del hinduismo y 500 millones de budistas. Esto hace el 95 % de la población mundial, y el resto se divide entre religiones bastante diversas. Al menos eso afirma la revista Selecciones de septiembre de 2016.
Como no nos vamos a pelear por esos números, pues nadie ha realizado un censo religioso, baste decir que el número reportado de católicos es ligeramente inferior a los cálculos publicados por el Vaticano mismo.
Por mi parte, mientras me decía que era bueno que no todo el planeta anduviera conmemorando el viacrucis, la curiosidad ingrata me hacía buscar las distintas formas en que el llamado mundo cristiano se pasa el Viernes Santo. Más allá de las solemnes procesiones, encontraba que en Argentina un cristo muy buzo lleva la cruz bajo el agua mientras el resto de la procesión, incluido el sacerdote, celebra su fe como hombres rana. En España, en algunas ciudades, las mujeres van vestidas de riguroso luto y constricción al tiempo que avanza la procesión de los borrachos, que no necesita mayor explicación.
Y en Guatemala, para no quedarse atrás, la fe se viste de múltiples colores. Durante la solemnidad de las procesiones en Antigua Guatemala y en el centro histórico de la capital, docenas de hombres en la aldea Chivarreto, de San Francisco El Alto, en el departamento de Totonicapán, expresaban su visión teológica a trompada limpia. Bailando sobre la lona del encordado como profesionales de boxeo, karate, kung-fu y otras artes televisivas, primero se tanteaban y luego se lanzaban en rehilete de sexto de primaria. Ya vendrá quién nos explique el porqué de la tradición.
En Santa Clara La Laguna, departamento de Sololá, representantes del bien y del mal (organizados al riguroso azar para no despertar sospechas) arreglaban sus diferendos de fe practicando tiro parabólico con toronjas. Facilitaría la comprensión de esta jubilosa ceremonia si se lanzaran frutos de olivo, pero ¿cómo renunciar al placer de un toronjazo bien plantado? De todas formas, los teólogos locales explican que se trata de una demostración de arrepentimiento por los pecados cometidos, y no seré yo quien los contradiga. Mientras la tradición no se extienda al confesionario seguirá siendo medianamente tolerable, dependiendo de si se es quien más pegó o quien más recibió.
En Filipinas, docenas de cristos se crucificaban simultánea y literalmente por voluntad propia. Entre tanto, en Cantel, departamento de Quezaltenango, centuriones y judíos (personificación temporal para tranquilidad de centuriones y judíos) se agarraban como si fueran rojos y cremas, para acortar la explicación.
Si piensan que Guatemala es extraña, hay que recordar que en una isla croata un cristo lleva la cruz por 25 kilómetros y para poder hacerlo se anota en la lista unos 20 años antes. O que en Nueva Zelanda el día pasa asesinando por miles a conejos de bosques y praderas.
No sé si todo lo anterior deba llamarse diversidad, democracia, identidad cultural o vaya usted a saber qué más. Lo que sí me parece muy bueno es que el Viernes Santo cada cristiano pueda conmemorar o celebrar como le pida el cuerpo o la conciencia sin que alguien más lo persiga, le declare la guerra santa o se autonombre defensor ad honorem del honor de Jesucristo, quien, de todo lo sucedido en el mundo ese día, creo que habría dado su atención al pedido que hiciera el papa Francisco en nombre de todas las religiones. Seguro que todos lo recordamos.
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