El esfuerzo me gusta, y no porque tenga tiempo para fatigar sus muchos artículos en busca de una aguja o un botón, sino porque al fin y al cabo por su medio salen a luz datos que confirman o deniegan de una vez por todas que tal o cual fue la causa de un suceso, o que no lo fue, o que formó parte de una concatenación de hechos mal interpretados. También que hubo denuncias a las que nunca se les dio seguimiento y que, en cambio, se destinaron recursos a investigar a gente como la actriz Lucille Ball, por ejemplo. Y por supuesto, no faltarán las evidencias de la continuada política de intervención estadounidense en los asuntos internos de otras naciones.
Se pueden iniciar búsquedas dirigidas, por medio de las clasificaciones en que se subdivide su contenido, 20 aproximadamente, que van desde crímenes violentos y contrainteligencia extranjera, pasando por la era gángster, corrupción pública o pandillas de grupos extremistas, hasta fugitivos, fenómenos sin explicación, fenómenos paranormales o cultura popular. También se puede buscar por medio de un listado alfabético.
El 22 de marzo de 1950, Guy Hottel, entonces agente especial a cargo de la Oficina de Campo del FBI en Washigton, envió y firmó un memo el cual consigna el testimonio de un informante, cuyo nombre está tachado en la divulgación, quien describe a un objeto volador no identificado y a sus tripulantes (de un metro de estatura y vestidos con un traje de fina tela metálica). Parece un cuento de ciencia ficción y tal lo sea. Sin embargo, y a pesar de que no es la primera vez que se sabe de él, por haber sido publicado en un sitio sancionado por el FBI fue noticia. Gracias a la cual, la existencia de The Vault se dio a conocer a un público más amplio.
No fue mucho el alboroto, que conste. Sin embargo, fue mayor que si se hubiese publicado que al buscar la palabra Guatemala tan solo se visualiza una lista de 33 documentos en formato PDF, y que la mayoría contiene nada más referencias circunstanciales. En cambio, a la ecológica Greenpeace le dedica un documento completo en el que se la describe como una organización de activistas extremos los cuales, en un momento dado, se habían dedicado a interferir y a protestar contra naves impulsadas por medio de energía nuclear, y contra las que transportan armas nucleares, sobre todo sin llevan bandera estadounidense, británica o francesa.
Hay una forma fácil de aparecer en alguno de los documentos. Simplemente, hay que formar parte de un grupo que apoye algo que le desagrade a la política exterior de Estados Unidos, como le sucedió a quienes exigían un fair play hacia Cuba. Uno de los archivos desclasificados lista, entre estos activistas, a “gente pensante de diversas inclinaciones políticas”, como Simone de Beauvoir, Truman Capote y Jean Paul Sartre.
Cierto, es fácil adivinar quiénes podrían ser personas de interés para el FBI (un eufemismo de reciente cuño que usa la Policía gringa para señalar, sin mancillar, a quienes considere potencialmente importante para una investigación). También es fácil imaginar que Greenpeace tenía que haber sido blanco de sus investigadores. Es cierto, sin duda, que leer los documentos no es tarea fácil, gracias a las generosas tachaduras, subrayados, anotaciones y manchas que los infestan a casi todos (uno sobre el asesinato de Christopher “Biggie Smalls” Wallace, parece estar especialmente censurado). Y es obvio que el visitante se topará con casos por completo anodinos para él (como el citado del ovni).
Aun así, FBI: The Vault, refleja sin ambages que la paranoia fabricada, según la ha explicado Noam Chomsky, que la tendencia a señalar o denunciar a ciudadanos o instituciones con toda clase de fines, desde buenos hasta sórdidos, y que la fragilidad de los derechos individuales en el país que se quiere ver, y lo ha reafirmado recientemente, como el principal defensor de los derechos humanos y de la privacidad en el mundo, son tan rampantes como en cualquier parte. O, parafraseando a Federico Fellini, se podría decir también que no es más que el reflejo de la locura de nuestros tiempos.
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