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Farmacoanarquía

“Automedicarse”: consecuencia directa, a su vez, de un sistema de salud que ni llega ni atiende con un mínimo de calidad a la mayor parte de los guatemaltecos. Y que provoca resistencias y graves repercusiones sanitarias.
Ante la falta de profesionales cualificados en las farmacias se añade otro problema: la presión de los laboratorios. Existe mucho interés en vender determinados productos, generalmente los más caros...
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Farmacoanarquía

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Todo comenzó con un picor de ojos, luego lo que me picó fue mi curiosidad de enfermera. Esta es la crónica de la búsqueda infructuosa de un medicamento, un recorrido por el circo de usos y abusos de muchos fármacos en Guatemala donde se pueden encontrar remedios mágicos que sirven para todo, pacientes de sabios consejos, farmacéuticos invisibles, médicos de “estrafalarias” prescripciones y vendedores de pastillas de muy variados precios y colores.

Agito desesperanzada el bote, no queda ni una gota, así que antes de comenzar a frotarme los ojos sin control opto por salir corriendo a la Meykos de la esquina. A la señorita de blanco le pido un antihistamínico en colirio. Pero por una vez me da por leer la minúscula etiqueta del frasco y descubro, entre otros componentes, el nombre de un antibiótico.

Le digo a la dependienta que no tengo ninguna infección, que sólo sufro de alergia y que lo único que necesito es un antihistamínico para controlar la picazón. La mujer se retira y vuelve, siempre sonriendo, con otro envase. Este es un mix distinto: antihistamínico y esteroide; le explico nuevamente que mis ojos no están ni heridos, ni inflamados, así que no necesito un esteroide, sólo un antihistamínico. La vendedora me sonríe abiertamente y me trae un tercer producto. Este lleva el pack completo: antihistamínico, antibiótico y antiinflamatorio. La miro muy seria y vuelvo a explicarle que no tengo una infección, ni los ojos inflamados. Me doy cuenta de que la señorita de blanco tiene, ciertamente, una bonita sonrisa pero no entiende absolutamente nada de lo que le estoy contando. 

Vuelvo frustrada a la oficina y mi compañera me dice que en la farmacia le han dado una crema buenísima para las picaduras de los zancudos. En la cajita se lee: “gentamicina, clotrimazol y betametasona”, o lo que es lo mismo, un antibiótico, un antimicótico (contra los hongos) y un esteroide para unas simples picadas de mosquitos. Otra compañera comenta que ella para eso siempre recurre a la pomada Sana-Sana: otra combinación de antibiótico, antihongos y cicatrizante. “Además de paralas picaduras sirve para los golpes, las quemaduras, los cortes, las raspaduras, los barros y las espinillas y sólo cuesta 10 quetzales”, dice alegremente. Tengo la sensación de estar asistiendo al festival farmacológico del 3x2. Y así como pudo ser la Meykos, pudo ser cualquiera de las farmacias que proliferan en el país; y así como fueron estas medicinas, pudo ser cualquier otra marca. La pregunta persiste. ¿Por qué son tan habituales en Guatemala estos medicamentos combinados que sirven para todo?

Ada Alvarado, catedrática en la Facultad de Farmacia de la Universidad de San Carlos (Usac), explica que este fenómeno está relacionado con una costumbre generalizada en el país: “automedicarse”, consecuencia directa, a su vez, de un sistema de salud que ni llega ni atiende con un mínimo de calidad a la mayor parte de los guatemaltecos. Un informe presentado al Congreso el pasado mes de septiembre denunciaba la falta de compromiso del Gobierno y ponía de manifiesto no solo un insuficiente desembolso nacional en salud, sino que éste es el más desequilibrado en cuanto al porcentaje de gasto público/gasto privado de toda la región: 30 por ciento- 70 por ciento. Esto quiere decir que, de cada 100 quetzales que se gastan por persona en salud en el país, 30 los invierte el Estado y 70 los paga el paciente.

Alvarado argumenta que, dado el deficitario sistema, las personas no conocen el origen del problema que sufren, y las posibilidades de que un medicamento alivie sus síntomas son mayores si contiene varios productos distintos. Amarillis Saravia, catedrática de la misma facultad, aclara que estas “mezclas” son legales. “Están autorizados porque la farmacología te permite unirlos pero, evidentemente, el consumo de medicamentos implica riesgos y la posibilidad de sufrir alguna reacción adversa se multiplica si se toman varios principios activos”, puntualiza la experta. 

Un ejemplo claro, explica Saravia, son las cremas u óvulos vaginales que combinan un antibiótico y un antimicótico. Las mujeres los usan de manera habitual ante la candidiasis, una infección común provocada por un hongo. Al no tener certeza sobre el origen se opta por el medicamento “más completo”, pero el consumo innecesario del antibiótico afecta a la flora vaginal, provocando que el problema de la cándida se repita una y otra vez.

En el mismo sentido, Carlos Mejía, presidente del Colegio de Médicos, se manifiesta totalmente contrario al uso de este tipo de medicamentos combinados. Él no los usa y prohíbe a sus alumnos recetarlos porque] pueden retrasar el diagnóstico de enfermedades al enmascarar los síntomas “sin saber, además, cuál es el compuesto que ha funcionado”. Mejía explica que estos medicamentos se han prohibido en otros países y que, incluso, el Instituto Guatemalteco de la Seguridad Social (IGSS) no los acepta.

Claudia Corado, presidenta del Colegio de Farmacéuticos y Químicos de Guatemala, se muestra, en cambio, tajante al afirmar que en Guatemala existe una regulación farmacológica muy estricta. En la calle, sin embargo, los guatemaltecos compran, combinan y consumen medicamentos con libertad.

Yo no me automedico

Ninguno de mis compañeros de oficina se automedica. O al menos eso es lo que ellos piensan. Leonel, el contador, cuenta que sólo se toma una pastillita de tetraciclina (antibiótico), de a Q1 en la abarrotería de abajo, si siente que le viene la gripe, y que se inyecta una neurotropa (vitamina B1+ B2+ B6+B12) cuando le duele la espalda. Con su hija asegura “no correr riesgos”, solamente le da lo que ya le ha funcionado antes, Cataflan (antiinflamatorio) para la fiebre, Isurgid (antibiótico) e IRS (analgésico,antipirético, antihistamínico) si empieza con tos y malestar.

Cuando le pregunto si alguna vez han tenido problemas con medicamentos, niega con la cabeza. Aunque pronto comienza a recordar. Su madre enfermó gravemente cuando se le terminaron sus píldoras para la diabetes y, siguiendo el consejo de su marido, comenzó a tomar las de él.

Gabriela, la administrativa, niega que ella se automedique: “sólo” se pone un espray de Neobol (antibiótico), que es un “cicatrizador” porque a su hermana le sirvió para quitarse unas manchas de la piel. Me asegura que lo que yo tengo son los ojos secos, y me recomienda unas lágrimas artificiales que usa su novio.

Doña Maura, la encargada de la limpieza, es de otra generación, ella todo lo soluciona con agua de orégano o de apazote. Las únicas pastillas que admite consumir son alguna Neomelubrina (analgésico potente) “para el dolor de cuerpo” y las de la tensión, que toma desde hace años. Casi tantos como los que lleva sin acudir a la consulta del médico ni tomarse la presión. “Si no me funcionaran no andaría aquí paradita así de bien”, justifica, y tiene argumentos de peso para discutirme la necesidad de ir a visitar al médico: “los buenos, los de la zona 10 o 14” son caros, y si va ya no le alcanza para comprar el remedio. Además, esos médicos mandan análisis y entonces todavía sale más caro. “En el IGSS se pierde todo el día de trabajo para que luego no tengan lo que me recetan”, asegura Maura. Por eso ella prefiere saltarse ese paso: va directamente a la farmacia. Y allí nadie le pone obstáculos.

Como explican las farmacéuticas Ada Alvarado y Amarillis Saravia, exceptuando los estupefacientes y los psicotrópicos, en las farmacias del país pueden adquirirse medicinas que en otros países sólo se venderían bajo receta médica. Alvarado cree que la precariedad del sistema de salud encierra a Guatemala en un callejón sin salida: instaurar la obligatoriedad de presentar recetas en las farmacias excluiría a una gran parte de la población del acceso a los medicamentos, porque las personas no tienen los recursos necesarios para pagar y/o desplazarse a una consulta médica donde conseguir las prescripciones, pero el consumo no controlado de medicinas es también un problema sanitario. 

Muchas farmacias para tan poco farmacéutico

Ana María, la abuela de mi compañera Luisa, tiene una farmacia en la planta inferior de su casa. Lleva con la tienda más de 15 años y asegura saber bastante de medicamentos, además, a diferencia de otras farmacias del barrio, ella tiene un vademécum, así que cuando un cliente le hace una pregunta difícil consulta el libro.

Pero para Ana María el negocio ya no es rentable, no puede con la competencia de las grandes cadenas que compran al por mayor y pueden hacer descuentos del 30 por ciento u ofertas de 3x2. Y a eso se suma la tienda de la esquina de enfrente, que vende tabcines y antibióticos, dos de los remedios más demandados. Ana María explica que de la venta de medicamentos apenas si saca un poco más de los 700 quetzales que debe pagarle mensualmente a su regente, una licenciada en Farmacia a la que no ve ni el día que debe dejarle el cheque en su casa. Esta regente o directora técnica es el profesional que, por ley, debe garantizar que las medicinas se conservan con calidad y se expenden adecuadamente a los ciudadanos y ciudadanas.

Amarillis Saravia relata que cuando se postuló a la reelección como presidenta del Colegio de Farmacéuticos presentó una propuesta de una ley que obligase a los dueños de farmacias a ser egresados de la facultad. Pero la idea no encontró eco dentro del Colegio. Saravia explica que por ser regente de un laboratorio o gran farmacia se cobran entre Q 2,500 y Q 2.700 mensuales, y por las pequeñas alrededor de Q700. “La ley permite que cada licenciado pueda llevar la regencia de hasta ocho farmacias, y mis colegas se pelean por ellas, hasta se discuten los precios, y luego no ponen un pie en ellas”, relata la catedrática.

A diferencia de otros países, en Guatemala no existe una regulación que controle la apertura de farmacias en función de la densidad y la distribución de la población. Por eso brotan sin límites, unas al lado de otras, con lo que es imposible que haya un farmacéutico por establecimiento. “Ni siquiera en las Meykos, puede que de repente llegue y esté unas horas, pero no lo encontrarás siempre”, puntualiza Saravia. Lo único que hace falta para conseguir la licencia sanitaria que permite abrir una farmacia en el país es un espacio físico que cumpla con un mínimo de condiciones, un sello de hule con los datos del establecimiento, y la firma de un colegiado en Farmacia o Químicas como director técnico.

Pero ante la falta de profesionales cualificados se añade otro problema: la presión de los laboratorios. Como explica la actual presidenta del Colegio de Farmacéuticos, Claudia Corado, existe mucho interés en vender determinados productos, generalmente los más caros, y “si la farmacia no tiene una orientación clara hacia la salud se cae en graves distorsiones”. Las estrategias que usan las farmacéuticas para mover sus productos son agresivas. Una de las más habituales, explica Saravia, es regalar un porcentaje de medicinas si la farmacia se compromete a vender determinada cantidad. Y por eso, además de que los productos de marca pueden ser hasta el doble de caros que los genéricos -como recuerda Alvarado- es que las farmacias no son, en ocasiones, las mejorares sustitutas de un galeno.

Alerta bacteriológica

Claro que consultar un médico no siempre equivale a un buen diagnóstico. El infectólogo Carlos Grazioso asegura que a veces sus colegas hacen “prescripciones más estrafalarias que las de los farmacéuticos”; y yo quiero comprobarlo.

Debido a la alergia que sufro desde siempre tengo una pequeña erupción en el brazo derecho. La idea es acudir a la asequible consulta médica (Q30) de las farmacias del Doctor Simi y preguntar por ella como si no supiera nada, a ver si la nueva prescripción es muy diferente a mi tratamiento cotidiano.

La consulta huele a limpio y la doctora es muy agradable. Me toma la presión y me pregunta mi nombre y mi edad. No me interroga sobre enfermedades anteriores, ni me pregunta si me medico o si tengo alergias. No me veo obligada, por tanto, a darle ninguna de las informaciones que identificarían claramente mi dolencia. Solo le aclaro que me pica y me molesta. La doctora afirma que tengo “un bichito”, me prescribe una crema llamada Tetraderm, otra de vitamina E y aspirina infantil y me dice que compre los medicamentos y se los lleve para hacer la mezcla. Ante mis preguntas de qué tipo de “bichito” tengo y cómo se elimina, me contesta renuente que es un ácaro y que después de recuperar mi piel con la mezcla indicada se puede tratar conbenzoato

Fuera ya de la consulta descubro que el Tetraderm es una combinación de antibiótico, antimicótico y esteroide, que tanto esa como la crema de vitamina E sólo las puedo comprar en las farmacias del Doctor Simi y que, veladamente, la médica está insinuando que tengo sarna.

La experiencia me deja claro algo que ya intuía: la facilidad con la que se recetan antibióticos. Regular el consumo descontrolado de estos medicamentos es una necesidad en la que coinciden tanto los farmacéuticos como los médicos consultados. En todo el mundo, décadas de abuso de antibióticos han provocado que las bacterias se vuelvan resistentes a sus efectos.

Carlos Mejía, presidente del Colegio de Médicos de Guatemala y que participa en un grupo de análisis de resistencias medicamentosas de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) , señala que en los últimos años se han producido en el país sucesivas epidemias con gérmenes multi resistentes. Así ocurrió en el Hospital de Cuilapa, Santa Rosa, donde murieron varios bebés, recuerda el médico. Su colega Carlos Grazioso, también infectólogo, alerta del círculo vicioso que se inicia cuando los niños toman antibióticos ante los primeros signos de una gripe: generan resistencias, no responden luego al tratamiento habitual de una infección respiratoria, ingresan entonces al hospital donde entran en contacto con gérmenes más agresivos y donde necesitarán, por tanto, de antibióticos mucho más potentes. Además del riesgo para la salud, el costo económico del tratamiento que requiere uno de estos niños se multiplica por cinco, afirma el médico.

En México, la venta de antibióticos está restringida desde agosto de 2010. En el primer año de exigencia de receta el volumen de venta cayó entre un 30 y un 40 por ciento, según datos de la consultora IMS Health. Aunque en Guatemala aún no existe una propuesta de regulación de antibióticos, a Leonel Rodas, de la junta directiva de GREFARMA, una de las gremiales de fabricantes de productos farmacéuticos del país, no le inquieta esa posibilidad “puesto que estamos haciendo un buen trabajo de visitación y tenemos la confianza de los médicos”. 

Es evidente que el negocio farmacéutico sabe ser convincente. Según salgo de la consulta del Doctor Simi en donde me han diagnosticado mi pequeño problema dermatológico, el vendedor me ofrece, directamente, dos o tres productos distintos para la piel. Me detengo y le pregunto por un antihistamínico en colirio. El joven de la bata blanca desaparece un momento detrás del mostrador y vuelve blandiendo un botecito. No conozco el compuesto pero le pregunto repetidamente si es un antihistamínico y me responde que sí y que no tiene antibiótico. Descubro el truco cuando llego a casa y puedo consultar mis libros, ¿nafazolina?, tiene efecto descongestionante pero, en verdad, no es un antihistamínico.

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