A través del despojo material y cultural, dichas élites construyeron sus inmensas riquezas, lo cual les permitió controlar los mecanismos políticos, económicos y sociales necesarios para dominar e invisibilizar la vida de los pueblos desde hace 500 años.
Parafraseando a un científico social, América no fue descubierta, sino inventada e integrada al imaginario geopolítico cristiano occidental de un modo tal que, por un lado, se encubrió a los pueblos originarios y, por el otro, se exaltaron las civilizaciones prehispánicas, cuyos conocimientos, tejidos, indumentarias, comidas, paisajes, costumbres, bailes, ritos, mitos, vestigios de ciudades y altares fueron apropiados para ocultar y justificar el robo de tierras y de territorios, la explotación, la exclusión, la violencia y el desprecio de los pueblos colonizados, realidad ausente en la narrativa oficial del Estado colonial. ¡Qué viva el indio muerto! Tal es la consigna colonizadora.
Del pensamiento criollo-ladino-mestizo fluye el discurso del problema del indio, que arrastra el del inicio de la colonia, cuando, por intereses económicos y con base en la ley cristiana, los pueblos fueron declarados salvajes, reducidos al no ser. Académicos, políticos, periodistas, próceres y religiosos que inventaron los Estados y América como su sueño inacabado en novelas, historias, discursos, contenidos pedagógicos, etcétera, o no hablan del indígena o lo presentan como una continuidad del salvajismo reacio a integrarse a la civilización.
Paradójicamente, se presentan en foros internacionales, en la academia o en proyectos políticos como protectores, voceros o jefes de los indígenas, luciendo trajes y símbolos de estos, fingiendo solidaridad. Los más importantes literatos — Miguel Ángel Asturias, por ejemplo— han logrado prestigio despojando a los pueblos indígenas de su cosmovisión, de su pasado, de sus leyendas y de su historia desde su particular enfoque paternalista.
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Para la colonialidad, el indígena no cuenta más que para la explotación y el extractivismo cultural. Sin embargo, el ladino-mestizo de clase media o pobre no se da cuenta de que tampoco es objeto de preocupación de la oligarquía colonial más que como servidumbre burocrática, profesional o política. Por ejemplo, en la reciente inauguración en Iximché de las festividades del Gobierno por los 200 años de la inexistente independencia, ni los indígenas ni la oligarquía estuvieron en el escenario bailando y folclorizando formas de vida y pensamientos indígenas. Los primeros, porque no merecen estar en esas celebraciones según el ideario colonial. Y los segundos, porque están más preocupados por sus bancos, industrias, plantaciones y monopolios, por acumular riqueza y educar a sus hijos para mandar, no para bailar.
Así ha sido la historia de los pueblos: negación, explotación, servidumbre, integración, asimilación, persecución, genocidio, despojo y minimización ciudadana dentro del Estado a pesar del discurso y de las acciones de la multi- e interculturalidad. Ambas categorías políticas estatales han fracasado porque se deja a los colonizados arreglar su exclusión, explotación y olvido. Que las clases medias urbanas dialoguen con las comunidades indígenas: así se plantea en esencia la interculturalidad, lo cual tampoco ocurre porque ambos están atravesados por el racismo. Para los dueños de la finca Guatemala, la interculturalidad es su invento para consumo masivo, menos para ellos. Josef Estermann plantea, en relación con la colonialidad y la interculturalidad, que hay que hacer una distinción necesaria entre «las posturas apuradas e ingenuas de carácter celebratorio y las posturas críticas o emancipadoras sobre el mismo asunto». Y advierte que dichos conceptos han sufrido menoscabo debido a su uso abusivo por parte de diversas instancias, lo cual convierte el discurso posmoderno de la diversidad y de la tolerancia en una trampa, y que el discurso de la interculturalidad —al menos en el contexto latinoamericano— tiene que abocarse a una reflexión crítica sobre el proceso de descolonización sin evadir la cuestión del poder y a la vez considerar los alcances y las limitaciones de un diálogo intercultural para no quedarse en lo meramente intencional.
Europa es lo que es por el extractivismo colonial, material, epistémico y cultural. Copiaron de los chinos y de los árabes la imprenta, el papel, la brújula y los mapas, que presentaron como propios. El cristianismo, extraído de otras civilizaciones. Europa era pobre, con mucha delincuencia, con grandes enfermedades, y estaba acabada luego de tantas guerras colonizadoras. De no mediar la invasión a la América inventada, la Edad Media se habría prolongado y el capitalismo no sería lo que es.
Lo que no se despojó fue la dignidad y la resistencia de los pueblos.
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