Pero para que el exorcista alcance su cometido, es menester que exista la conciencia de lo que sucede y de que se tenga certeza de cuál demonio se ha apoderado del cuerpo en cuestión. Errar en el diagnóstico puede significar que se lleve a cabo los procesos equivocados o que el invasor no entienda lo que se manda.
Entonces, el remedio no será tal y el parásito concluirá su misión y terminará por quitare la vida al cuerpo que habita. Así las cosas, hace falta repasar los síntomas ocultos o visibles. Mismos que dificultan el funcionamiento ya no óptimo sino al menos adecuado, del sistema en que vivimos.
En teoría. Muy en teoría, existe un andamiaje legal que ordena los mecanismos de funcionamiento y norma los procesos de relación entre actores y sectores. Leyes no hacen falta. En realidad, nunca han hecho falta. Más bien, parece que ciertas reglas están de más o sobreescritas y, el exceso de letras las vuelve confusas, inútiles o inaplicables.
No fue por falta de leyes que se cometieron crímenes de lesa humanidad, por parte del Estado, durante el conflicto armado interno. Los códigos vigentes en ese entonces, facultaban a las autoridades para perseguir penalmente a sus opositores y establecían procesos judiciales contra quien se atreviera a pensar en contrario. Leyes draconianas les daban la base legal para impedir incluso, cualquier debate o crítica al estado de cosas.
No obstante, quienes las aplicaban o velaban por su cumplimiento, simplemente las violaron y de allí le dieron paso a las arbitrariedades que derivaron en genocidio. De tal suerte que, si carecían de convicción humana para no cometer crímenes atroces como la desaparición forzada, con solo haber cumplido la ley, habrían cumplido su mezquino propósito –anular la oposición– sin infringir dolor social y sin verse luego perseguidos por sus delitos.
Sin haber aprendido las consecuencias de la violación a su propia ley, ahora, tres o cuatro décadas después, vuelven a las andadas. Violan sus propias leyes, las mismas que establecieron para mantener sin cambio el Estado a su medida, puesto que en última instancia, el libre juego de ideas y el funcionamiento autónomo del sistema no es algo que les interese.
¿Democracia? ¡Mangos! Parecen decir. Cada vez que la aplicación de las leyes, sus leyes, amenaza su reinado sobre la aldeota en que han convertido a Guatemala. En la Constitución que se fabricaron con el concurso de los abogados del stablishment, ubicaron un tribunal llamado a velar por que dicho texto se cumpliera a cabalidad en su espíritu y su letra. Sin embargo, es precisamente, ese alto organismo, la Corte de Constitucionalidad, la que viola la ley y nos dice que la Constitución, ahora es inconstitucional.
Para aderezar los actos ilegales, los corifeos de la impunidad, coyunturalmente empoderados, hacen relucir el espíritu maligno que ha invadido a la democracia y ofrecen “corte estilo francés” en alusión a la guillotina, a quien tenga la osadía de cuestionarles.
Así las cosas, tiempo es ya de que convoquemos al exorcista del maligno que parasitariamente destruye a la democracia y limpiemos este cuerpo que habitamos para poder asegurarnos la sobrevivencia como sociedad y como pueblos.
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