Sobre las cenizas de un hombre calcinado en pleno corazón de la ciudad se han escrito cientos de palabras. La mayoría, atizan más el fuego que no se extingue con nada. Aplausos en su mayoría, vítores, una voz que aclamaba al nuevo héroe anónimo que tuvo el tino de hacer lo que las autoridades no han podido hacer. Acabar con el mal de raíz.
Lejos está de saberse la verdad sobre lo que pasó. No importa. Ya está escrito: este país se debate en una lucha constante entre el bien y el mal.
No hay que asombrarse, hemos sido dispuestos para continuar en ello permanentemente. Si yo hubiera nacido en un barrio pobre y no digamos pobre, sino miserable, mirando todo el día como otros lo tienen todo, con trabajos que pagan cien veces el mejor que yo puedo tener, pues claro que también tendría ira. Si lo mejor que me puede pasar es ser conserje en uno de los edificios impecables que construyen.
Si estuviera condenado a morir como todos los de mi cuadra, como los otros miembros de mi familia, creciendo en un nido de frustraciones, pues claro que yo también tomaría una pistola y haría justicia.
Y bueno, del otro lado, todos mirando como si fuera una anormalidad que pase que alguien decida asaltar. Como si acá todos los días salieran empleos pagados con más del mínimo. Como si el mínimo alcanzara para vivir. Si la mayoría de mis amigos y yo estamos a un choque o una enfermedad de la quiebra. Freelanceando, sin ahorros ni previsión social, los que peor, cruzando los dedos porque la vejez no nos encuentre pidiendo limosna.
Pero nos engañamos diciéndonos que todo está bien y que esforzándonos podemos alcanzar la abundancia, mientras en el camino franqueamos al hombre que se incinera en plena vía, si se puede, aplaudiendo porque hay uno menos en la competencia. Uno de los que tomó la vía rápida.
Quizá no haya hecho que irradie rayos X que este. El esqueleto mismo de nuestras diferencias ha salido a mirar la luz del sol. El vídeo de las llamas tomando el cuerpo ha circulado como una buena nueva entre la gente.
Carlos Dada, el director del Faro, hablaba el viernes pasado en el conversatorio por el Aniversario de Plaza Púbica sobre su interés de usar el periodismo para dar bofetadas de realidad a la gente que vive en burbujas fantasiosas y colonialistas. Por el contrario, acá tenemos a un Hombre Noticia y Sonora que en el tuiter escriben que hay que matar a los motoladrones y que todos vienen de la Verbena, porque hijo de pobre, ladrón seguro. No hay tal bofetada, es más bien una caricia al perro rabioso y la orden de morder.
Pero qué va. A quién conviene esa lucha encarnizada entre clasemedieros y pobres: pues a los que tienen el poder. Si a ellos no les alcanza la violencia, salvo cuando muere un trabajador en un asalto y hay que suplirlo por otro.
Por eso no hay cambios en el Sistema de Justicia. Porque se apaciguan los cambios trascendentales y solo se piensa en sobrevivir. Un sistema de Justicia Criminal debilitado, con una policía inoperante, un Ministerio Público desbordado y un Organismo Judicial lento y corrupto, dejan el tema en manos de la víctima y la víctima es incapaz de tal acto, porque solo puede la venganza.
Cuando alguien se tiene que vengar para sobrevivir, digamos enfrentándose a un ladrón que le intentará robar el celular, no se enfrenta a una persona con un arma, lo hace contra todos los que lo han asaltado en su vida y los que han robado a su familia y amigos. Se enfrenta a la idea del mal. Por eso la saña. Por eso el deseo de borrar el nombre del que hoy yace en la calle frente a la Embajada de España que ya sufrió otro incendio con más de esos “malos” adentro.
Qué importa quién era, si es el mal. Qué alegría que se le arranque de raíz la vida y de inmediato se le mande a donde tiene que estar: en las llamas.
Y quién tendría que mediar en este caos: el gobierno. Es el único que puede usar la fuerza en un estado democrático, siempre que sea para el bien común y respetando los derechos de las personas. Pero acá no hay ni siquiera un intento visible por aplacar la ira.
Los programas sociales se cierran y la oportunidad de que la rabia se disperse se aleja cada vez más. Se afianzan los muros que contienen el odio, pero son frágiles. Basta mirar con lo que ha ocurrido estos últimos dos meses como para darse una idea de los pobres resultados a largo plazo del plan de seguridad: hacer que las pandillas se dispersen a otras zonas, donde se afianzan de nuevo y vuelven a atacar. Seguir con las mismas condiciones en la Policía, Presidios, etcétera. Sacar al Presidente en moto. No me canso de decirlo. Vaya estafa.
Se suponía que esa era la prioridad y he aquí que no ha dado resultado. Se suponía que hoy estaríamos gozando de una tranquilidad total y lo que hay es zozobra. No ha dejado precisamente bien visto al gobierno el teatro del Chapo, ni un Lima gozando de privilegios.
Las causas de la violencia siguen intactas y hasta más animadas. Es demasiado temprano para llamarlo fracaso, pero parece un tren que ya partió hacia ahí. Mientras los candidatos de las próximas elecciones se preparan para seguir recibiendo réditos del miedo y ponerse otra máscara de redentor. Uno que vuelva a prometer que acabará con la violencia con un tambo de gasolina y muchos cerillos. Todos aplaudiendo, como si fuera la primera vez que se les ofrece tal cosa. Como si este país no estuviera en llamas.
Pero no parecemos darnos cuenta de nada. Y estas palabras son mis tímidos intentos de darnos una bofetada. Quizá no tengan éxito por acertada, pero ojalá que sí por persistente. Tengo un hijo que crece demasiado rápido y quiero dejarle un mejor país.
*Pronunciamiento de columnistas.
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