En la primera década de este siglo, la elaboración y aprobación de las políticas de defensa para las Fuerzas Armadas de América Latina, incorporó a la misión de éstas la participación en las operaciones de paz de la Organización de las Naciones Unidas. Para cualquier fuerza militar, la participación de sus miembros en una operación de la ONU se considera un orgullo, que suele ser reconocido con condecoraciones que representan méritos para eventuales ascensos dentro de la carrera militar.
En los años posteriores a la salida de la MINUGUA, el Ejército de Guatemala que había cumplido con los compromisos operativos de los Acuerdos de Paz de 1996, especialmente del Acuerdo de Fortalecimiento del Poder Civil, y que había sido objeto de dos reducciones de efectivos, y al menos dos ejercicios de re-despliegue, fue aceptado como parte de los contingentes militares que participan en las operaciones de paz de la ONU. De esta forma, en 2006, en lo que fueron las instalaciones de la Zona Militar 21, en Cobán Alta Verapaz, fue creado el Comando Regional de Entrenamiento de Operaciones de Paz (CREOMPAZ), que representa uno de los orgullos del Ejército de Guatemala. De hecho, dentro del CREOMPAZ se encuentra el monumento que honra a los kaibiles caídos al servicio de la ONU en una de las misiones en África.
Esta historia podría considerarse como un ejemplo exitoso de la reconversión militar dentro de una democracia. Un ejército que deja el pasado y se adentra de lleno en el futuro de las modernas fuerzas armadas que contribuyen activamente al mantenimiento de la paz en el mundo. Sin embargo, en 2012, la historia llamó a las puertas del CREOMPAZ, en la forma de un contingente policial que acompañaba a fiscales de Ministerio Público, para dar inicio a la exhumación de varias fosas comunes de víctimas del conflicto armado interno.
La Fundación de Antropología Forense de Guatemala (FAFG), señala en su sitio web que han sido encontrados al menos 307 cuerpos en 22 fosas comunes. Las fotografías dan cuenta de esqueletos que aparecen con vendas sobre los ojos y las manos atadas a la espalda, que constituyen patrones comunes en las ejecuciones cometidas durante el conflicto armado interno. A diferencia de los argumentos que el revisionismo local suele usar, que llegan a afirmar que se exhuman antiguos cementerios, o que se hacen pasar víctimas de matanzas cometidas por la guerrilla como si fueran del Ejército, en CREOMPAZ es innegable que las instalaciones militares de Cobán han tenido ese solo fin desde hace al menos 40 años.
De esta forma, en medio de instalaciones que recrean las condiciones de una misión, incluyendo los carros blancos con las siglas UN, los uniformes y boinas azules que son característicos a los contingentes militares que participan en estas operaciones, se están procesando evidencias de atrocidades a gran escala, que son las mismas que estas tropas están llamadas a prevenir en otros lugares del mundo. Al tratarse de instalaciones militares, se restringe el acceso a los familiares de las víctimas, quienes no pueden cerrar su duelo de acuerdo a su propia cultura.
Y todo este conjunto resulta al menos contradictorio, y ciertamente perverso. Parte de esta contradicción la constituye que los mismos funcionarios de las agencias de las Naciones Unidas con presencia en Guatemala recibieran, hasta hace poco, sus cursos en seguridad en estas instalaciones.
En No man's land, la película de 2001 de Danis Tanovic, se representa un retrato cruel de la guerra de la ex Yugoslavia, con una misión de la ONU que se contenta con maquillar las cosas y abandona a su suerte a un herido que está recostado sobre una mina. CREOMPAZ no debe ser un equivalente de ese retrato cruel de la ONU. En toda esta triste situación existe una oportunidad para abordar el pasado de manera distinta, por ejemplo, honrando a las víctimas enterradas en esas fosas comunes, con un monumento junto al de los héroes caídos en el Congo, y reconsiderando seriamente el uso de estas instalaciones.
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