Se equivocan.
Se equivocan
los que creen que todo está hecho,
y quienes creen que no se hizo nada.
Se equivocan quienes afirman que si ya no hay más plaza, entonces nunca hubo plaza;
y están equivocados quienes piensan que solo hubo plaza (¿pero esto lo piensa alguien realmente?).
Hubo plaza, y tenía designios múltiples, y entusiasmos variables, y fuerzas limitadas,
como la indignación española o la ocupación de Wall Street (“the light that burns twice as bright burns half as long”),
y hubo también EEUU, como en la primavera árabe, y un CACIF a la deriva, y partidos y tantas otras cosas.
Pero todos los resultados eran contingentes.
Se equivocan quienes creen que no hubo trampas y quienes solo vieron las trampas.
Están equivocados quienes creen en poderes omnímodos y cálculos perfectos y burdo encubrimiento;
y quienes pasan por alto diligentes maniobras diplomáticas.
Se equivocan quienes se emocionan con el gobierno ¿de salvación?, no, de resurrección, de Alejandro Maldonado Aguirre. Su tropiezo, su edad, sus canas, su silla de ruedas, su bonachonería y abrillantamiento y oropel, sus tuits simpáticos o pasivo-agresivos, o banales como conversaciones de ascensor, todo metáfora tan fácil.
Están equivocados quienes vaticinaban que habría un aprendizaje inmediato,
que después de todo, los políticos y el sistema no podrían ser los mismos,
y quienes auguraban un exacto efecto de rebote. Nada es tan fácil ni tan perfecto.
La mayoría no ha extraído conclusiones todavía (“The answer is blowin´ in the wind”).
Ahí están el congreso y los finalistas para atestiguarlo, Sandra, Jimmy, Jafeth, Mario, sus partidos.
Se equivocan quienes olvidan que Jimmy (¿Jimmy? ¿Quién es Jimmy? ¿Cuál es su programa? ¿Su ideología? ¿Nacional católico? ¿A quién se lo copió? ¿A Franco, caudillo de España?), quienes olvidan que Jimmy trae incorporada a la facción de militares más salvaje de la guerra,
que lo financia, que viene a hacer leyes y negocios, que estará en ministerios, que estará en los servicios de inteligencia,
que Jimmy no tiene poder en el Congreso, como Serrano Elías.
(Se equivocan quienes creen que un Congreso fragmentado es necesariamente bueno, o necesariamente malo. Y quienes creen que el próximo Congreso es malo sin resquicio).
Se equivocan quienes olvidan que Jafeth
corrompió el sistema de pensiones de la USAC incluso antes de ser rector, incluso antes de ser decano, para apañar su llegada a la decanatura, las elecciones,
quienes obvian que su vida ha sido la de un intrigante en la política de los espacios secundarios,
quienes no han visto cómo, en un momento de alegría, reacciona a la pregunta más obvia (¿cuál es su programa?) con reproches y empujones al periodista que se la hizo.
Y quienes olvidan que Mario de la UNE,
y luego del PP
y luego de la UNE otra vez,
y en medio, marchó contra Colom y Torres por el caso Rosenberg,
y después estuvo acusado de robarse los planes del oleoducto interoceánico,
y que también fue el recaudador del PP
(y ya habrán leído lo que el informe de Cicig dice sobre los recaudadores).
Se equivocan,
están equivocados quienes olvidan que Sandra se apoyó en su hermana,
más bien corrupta,
se benefició del apoyo de Gustavo Alejos,
un perfecto ejemplo,
y libró de impuestos a las telefónicas,
todo por su campaña;
o que se negó a transparentar los programa sociales,
y los utilizó por momentos electoralmente,
y sacrificó, por terquedad, por opacidad, a un ministro de su esposo de entonces,
o que abusó del poder.
Yerran quienes olvidan su autoritarismo ahora enmascarado, sus alianzas pragmáticas y envenenadas a sabiendas,
quienes se olvidan de los narcos de la UNE, o de su voluntariosa apertura al transfuguismo,
o los que se tragan la demagogia electoral de que los presos trabajen para pagar su comida,
como si ese fuera el problema.
Se equivocan
quienes no se ven un poco como presos en la torre de tribunales
reos del Estado, custodiados por el Estado, vigilados por el Estado, abandonados por el Estado,
a punto de ser aniquilados a tiros.
Y reos de otros poderes, que gozan con el Estado débil.
Esto no es un país.
Esto es una colonia penitenciaria, y todos nosotros estamos en ella.
Incluso los que gobiernan las celdas,
incluso los que traman, los que complotan, los que quitan y ponen al director,
incluso los que extorsionan, la mafia, la empresarialidad,
incluso los que llevan los negocios,
incluso los que levantaron sus murallas o los que de vez en cuando las abandonan, como Lima Oliva, para pasar unos días en sus mansiones de fuera.
O los que oprimen, los que reprimen, los oprimidos y los reprimidos.
Incluso los que piensan que viven bien, viven mal: con sus razors, sus guaruras, sus exuberantes jardines tras los que esconden densos muros perimetrales, sus aprensiones enfermizas, con sus complejos de superioridad y de inferioridad, con sus lujos, sus vinos caros, y sus culpas; se/gre/ga/dos. Aunque no lo crean, aunque no estén dispuestos a aceptarlo, en el fondo saben que no es vida,
que son vidas falsas: limitadas, insanas. También las de sus vástagos.
Todos estamos dentro, o casi todos; poco queda fuera de la colonia penitenciaria.
(“Quite an experience to live in fear, isn't it? That's what it is to be a slave.”)
Están equivocados quienes olvidan que el sistema –las inercias–
nos somete a todos, y en cierto modo también a ellos, y a los políticos, también a quienes se sirven de esa sumisión.
No que sean buenos. Pero aunque lo sean.
No que no haya posibilidades de ruptura. No que sean ciertas ni probables.
No que la vaya a impulsar el próximo gobierno, ni tampoco este.
Se equivocan quienes creen que podemos salir de esta con estos partidos y esta elite y esta sociedad, y también quienes creen que es posible hacerlo sin los partidos ni la elite ni la sociedad activa.
Yerran quienes soplan las trompetas del apocalipsis y quienes anuncian un vergel de bondades, y a la vez no yerran: quién sabe.
Están equivocados. O confundidos.
Estamos, queremos decir.
Nos equivocamos todos, a menudo. Posiblemente todo este editorial esté errado.
Pero al fin y al cabo, quién de nosotros en este mundo convulso y espejeante, en estos instantes laberínticos del país, no va un poco a tientas en busca de una salida.
Y pese a todo, optamos por guerrear entre nosotros en el laberinto sin un solo esfuerzo sincero, desatrincherado, por ponernos a entablar conversaciones de paz. Como si fuera más importante tener la razón que armar una vida buena.
Y “así vamos adelante, botes contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado”.