Estampas de Guatemala

Mientras más se acerca el día de la independencia, existen algunas prácticas instauradas y poco cuestionadas por aquellos que participan en ellas, no se sabe el sentido, y cuando se intenta explicarlo, no se tiene mucha suerte. Mientras me pregunto cuándo en Guatemala se tendrá una fecha para celebrar –no para rememorar luchas truncadas, esperanzas malmatadas y episodios  llenos de “hubiera sido otra la historia”− me topo con guatemaltecos celebrando un acta que declaraba la separación de los privilegiados por miedo a que los muchos la hicieran, como debía ser.

Nunca –perdónenme la ignorancia de más de dos décadas− había escuchado de “los mercaditos”. Esta vez, acompañé a mis dos sobrinos a esta actividad. Ver niños pequeños vestidos con trajes típicos, vendiendo frutas, tostadas, arroz con leche, me hizo pensar en cómo desde la ciudad, se replican estas actividades, sin ningún interés profundo de entender lo que significa.  Los niños no saben que en otros muchos lados de Guatemala, hay niños como ellos que siembran, cosechan y venden lo que en esos mercaditos artificiales  están ellos ofreciendo. Déjeme ser soñadora, y esperar que esta estampa cambie −guardando sus colores, su celebración por la comida propia, por el compartir, por las nuevas generaciones− pero que cambie su sentido: niños sabiendo que hay otras realidades más jodidas, realidades por transformar, que la independencia es la necesidad de mirar a otros horizontes y saber que en Guatemala se debe luchar porque niños y niñas como ellos dejen de trabajar muchos días y estudien, jueguen, rían, como todos ellos lo hacen. Ojalá esos mercaditos fueran un recordatorio para sus familias, un punto de partida anual, para no dejar que esa estampa patria sea realidad y realidad tan cotidiana.

Los días avanzan, y salgo a la calle. Este año, como muchos otros, me pregunté hacia dónde van las antorchas, por qué tantos hombres y mujeres de todas las edades deciden salir a la calle, entre el humo de camionetas y carros que les pitan o les gritan al pasar. La duda siempre ha estado ahí, ¿por qué corren hacia todos lados? Guatemala es también eso, pienso en el tráfico. Pocas veces, luego de la independencia, nos hemos puesto de acuerdo para correr hacia el mismo lugar, vamos por todos lados, hacia cualquier destino, no corren todos, pero aún así hay muchos… pocas veces han existido también, relevos de antorcha, de fuegos de luchas, de una carrera posible y no interminable, hacia un 15 de septiembre de verdad.

Y sin pena ni gloria llega ese día de celebración nacional. No hay mucho que celebrar, no hay tampoco quién celebre, pero he decidido aceptar una invitación para conocer La Puya, ese lugar donde por más de un año han estado impidiendo que los camiones de la minera “El Tambor” pasen, y así han detenido la actividad de la empresa. Conozco a una mujer joven, me cuenta que en diciembre del año pasado vivió la llegada de los antimotines para desalojarlos. No pudieron. Alguien me dice que no hay mejor manera de vivir la fiesta de la independencia que resistiendo. La estampa de independencia que más me gusta, es ésta. La oculta entre banderines patrios y discursos aguados, la que nadie ve en estos días ni en los otros, la incómoda. Ésta es, creo, la verdadera estampa de Guatemala.