El debate se redujo a un sencillo razonamiento: Torres estaba fuera de la ley y atentaba contra la Constitución. Ergo, los demás están dentro de la ley y defienden la Constitución (de lo contrario, más de algún otro defensor de la Carta Magna habría pedido también su cabeza ¿no?). Con Torres fuera, no más manzanas podridas. Ajá.
Más allá del debate legalista, yo no creo que ni la prohibición ni la autorización de participar a Sandra Torres cambie en algo el estado de cosas actual. Y aunque lamento que tanta alharaca alrededor del fraude de ley haya desviado el debate electoral y que la Constitución haya sido la excusa perfecta para bloquear discusiones de fondo sobre los problemas estructurales del país, francamente, con los candidatos que quedan, no veo posibilidades de otro nivel de discusión más allá del de las entrevistas light al estilo de ¿cuál es su comida favorita?, ¿cuál es su principal defecto? (¿a quién le importa si comen frijoles o pizza?) o del de las respuestas complacientes a esta sociedad moralista para interrogantes, como ¿qué opina de los métodos anticonceptivos o del matrimonio homosexual?
Se gastaron largas horas de tiempo al aire en radio y televisión, y buena cantidad de espacios escritos para derramar diatribas hacia esta (ahora más que nunca, felicidades) famosísima mujer, sobre su inmoralidad, su ambición desmesurada de poder, su manipulación sobre las masas pobres y su desventurado divorcio. Qué curioso, pero no recuerdo la misma pasión cuando el expresidente de facto en tiempos del genocidio, Efraín Ríos Montt, con prohibición constitucional por haber sido caudillo de golpe de Estado, se postuló como candidato presidencial con el respaldo de la Corte de Constitucionalidad (CC). A lo mejor eso si que era defensa de la Constitución y del Estado de derecho…
Se ha discutido durante largos meses sobre si Sandra Torres podría o no ser candidata, como si de eso dependiera el futuro del país. Qué va. Vivimos en un estado de cosas preconstitucional y parece que todavía no nos enteramos. Eso de Constitución, acá, resulta imaginario. La tan famosa y trillada defensa de la Constitución implicaría una tarea que dudo mucho que, ni los candidatos presidenciales (incluyendo a Torres, de haber sido inscrita) se echen a la espalda, ni los ciudadanos encendidos en patrio ardimiento exijan que se lleve a cabo: defender la Constitución implicaría también poner en jaque a los poderes de facto; denunciar la ofensiva acumulación de riqueza que en este país es posible gracias, no solo a un marco jurídico permisivo, sino a una institucionalidad cuya debilidad es un handicap de origen; implicaría desenmascarar y combatir los monopolios y abrir espacio a los pequeños y medianos empresarios; implicaría que el poder político esté libre de injerencias de las élites económicas (y si no ¿cuándo, a ver, cuándo la CC ha decidido independientemente?); implicaría que la gente de este país no muera de hambre, de violencia, de camino a los Estados Unidos, ni de olvido por parte del Estado; implicaría que se promueva la justicia social como base fundante de nuestro sistema económico; implicaría la posibilidad de educarse para formar un criterio propio; implicaría que el voto, en realidad, sirviera para algo más que legitimar el despilfarro publicitario y el circo político que venimos presenciando desde hace meses. Defender la Constitución y hablar de Estado de derecho en serio implicaría, sin más, que este país deje de funcionar como propiedad privada, como una fincona a libre y entera disposición de sus dueños.
Mientras escribo estas líneas, me entero de que en el Valle del Polochic se ha producido un nuevo ataque armado contra 22 familias que se encontraban ubicadas a la orilla de la carretera frente a la finca Paraná. Seres humanos viviendo el miedo de la incertidumbre de su propia vida, en el marco de una conflictividad agraria que dejó de interesar en cuanto se consumaron los desalojos hace varios meses. ¿De qué Constitución hablamos, entonces? ¿De la que se limita a garantizar un Estado de derecho “sin interrupciones de tráfico”?
Los que piensan votar, vean un poco a su alrededor y respóndanse sinceramente desde cuándo en este país acudir a las urnas a mancharse el dedo por un presidenciable ha servido para transformar las tremendas injusticias que vemos y vivimos cada día. Cuestiónense lo que están dispuestos a legitimar. En todo caso, reflexionen acerca de la manera de dar sentido (si es que eso es posible) a su voto. A los encendidos en patrio ardimiento no sé si se les pueda pedir reflexión alguna… pero los demás, preguntémonos qué se puede hacer al margen de los partidos actuales y su lógica mercadológica que nos trata como pijijes arreados, con esos jingles perfectos para animar una cevichería y esas vallas que parecen anuncios de dentífrico y “peluquería para caballeros”. Queda poco tiempo para las elecciones, pero la cosa no acaba ahí. ¡Pilas, pues!
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