Nadie ingresa a una escuela de medicina para aprender a hacer daño o a no atender a un necesitado. Por el contrario, el discernimiento ha llevado a esa persona a la plena conciencia de la entrega al bien de los demás y está convencida de que el sacrificio será uno de los sinos de su vida.
Hace no más de diez días, ciertos medios de prensa y muchas personas en las redes sociales se encarnizaron en contra de un médico residente de cirugía del hospital Roosevelt, a quien acusaron falsamen...
Nadie ingresa a una escuela de medicina para aprender a hacer daño o a no atender a un necesitado. Por el contrario, el discernimiento ha llevado a esa persona a la plena conciencia de la entrega al bien de los demás y está convencida de que el sacrificio será uno de los sinos de su vida.
Hace no más de diez días, ciertos medios de prensa y muchas personas en las redes sociales se encarnizaron en contra de un médico residente de cirugía del hospital Roosevelt, a quien acusaron falsamente de no haber atendido a una niña baleada. El atropello fue mayúsculo. No pasaron ni cinco días, y aun las mismas autoridades del Ministerio de Salud Pública, que dieron declaraciones muy precipitadas, tuvieron que echar pasos atrás. El comunicado que publicó el ministerio el día 12 de los corrientes fue contundente. En su parte toral dice:
Para contar con un dictamen adecuado, se consideraron las imágenes de las cámaras del hospital Roosevelt, donde se pudo constatar que el video transmitido por el medio de comunicación solo mostraba la situación en forma parcial, dejando un vacío en el momento donde la madre y la niña entran con el médico residente y este les da la atención según los protocolos médicos establecidos y coordina su traslado en un vehículo de los bomberos al área de pediatría.
Para quienes despotricaron al mejor estilo de los amigos de Barrabás (porque solo faltó que gritaran «¡crucifíquenlo!»), ¡vaya manera de interpretar aquello que se desconoce supinamente! A ojos vistas, el joven médico había realizado un proceso de triaje. Ahora, cuando menos, los vociferadores deben ir al diccionario para leer y aprender qué es un proceso de triaje. Digo cuando menos porque una boca barata jamás se disculpa.
Pero la andanada de mentiras e insultos que vertieron sobre él nos obliga a reflexionar acerca de dos categorías que expongo a continuación.
- El mar de corazones rotos y de almas fracturadas que descargan sus frustraciones desde esa parte vulnerada de su personalidad. Dicho sea, no es el primer caso. Y quienes formamos parte del personal de salud, que estamos entregados al bienestar de la población desde cualquiera de los escenarios donde actuamos, ya estamos hartos de que cualquier persona con el corazón roto y la boca fácil de palabra nos acometa para desahogar sus fracturas del alma.
- Esas constantes acometidas en contra de la academia. Yo creo que quienes optamos por la academia como derrotero tampoco lo hicimos para hacer daño. Simplemente quisimos (y queremos), como dijo Gaston Bachelard, honrar la inteligencia. Este filósofo y ensayista francés (1884-1962) explicitó en una de sus conferencias: «La ciencia es la estética de la inteligencia». Y lo hacemos desde el lado del bien. Arguyo acerca de ello porque de cierto tiempo para acá se ha querido peyorar cualquier actividad, coloquio o aplicación del conocimiento que tenga una connotación académica, como si tal diligencia fuese un dinamismo de cantina vulgar. Ha de recordarse que justamente la ausencia de academia y de académicos en los estamentos del Estado ha sido una de las causas del fracaso histórico que han tenido los gobiernos de Guatemala. Quienes se han disfrazado de tales no han pasado de ser puros muñecos de ventrílocuo. Y conste que de ello también ya estamos hartos.
Por favor, no se nos confunda. Los médicos somos seres humanos. Los médicos quisimos y queremos estar al servicio del bien. Los médicos decidimos, desde lo más profundo de nuestra intimidad, servir. No fuimos educados para servir al mal.
Cierro este artículo citando al antropólogo Carlos Rafael Cabarrús: «Los dos rostros de nuestro corazón nos hacen situarnos y comportarnos con nosotros mismos, con los otros, con el entorno y con Dios de maneras diferentes: como moscas o como abejas obreras. Darte cuenta de si eres mosca o abeja obrera te da pistas para comprender desde qué lado del corazón vives de ordinario» [1].
Hasta la próxima semana si Dios lo permite.
[1] Cabarrús, Carlos (2006). La danza de los íntimos deseos. Siendo persona en plenitud. Bilbao: Desclée de Brouwer.
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