Hay una diferencia sustantiva entre una escuela de leyes y una de derecho. La primera enseña a repetir y reproducir un sistema clamando por los valores tradicionales de la justicia y la seguridad jurídica. La segunda enseña que las leyes son meros instrumentos que responden a un contexto determinado, de modo que sus regulaciones deben ser puestas en crisis de forma permanente. Y debe ser así hasta que no se tenga plena certeza de que se ha alcanzado el máximo valor del bien común. Es decir, es una tarea para toda la vida.
En Guatemala se dice a menudo que se han perdido los valores sociales. Siempre me he preguntado cuáles: los del régimen militar o los de la dictadura de Ubico. En cualquiera de las dos respuestas suena complicado decir que aquellos eran valores. Es más: suena complicado decir que realmente se es una sociedad. En todo caso, las leyes que se estudian aún son parte de esas épocas. Y si fuera cierto que al aplicar las leyes hay justicia, no entiendo entonces por qué existen esos niveles de exclusión y discriminación, esos niveles de pobreza y ese modelo económico extractivo generador de conflictividad social. A los que alegan que justicia es aplicar la ley les cuesta comprender eso de los derechos humanos y eso otro del derecho de los pueblos indígenas. Es evidente que su formación es en leyes, y no en derecho.
Hay derecho en leyes, como cuando se estudia el Código de Trabajo, el cual sí es puesto permanentemente en crisis por el sector empresarial y cuya interpretación es retorcida por colegas abogados a favor de razones injustas para el trabajador e incluso tergiversada en su aplicación por parte de las mismas autoridades. Es decir, sí existe un sistema que pone en crisis el derecho para volverlo instrumento de intereses que no corresponden al bien común. Es eso precisamente lo que generan muchas veces las universidades y sus facultades, sus profesores y sus programas de estudios: de tanto estudiar leyes destruyen el derecho. Y es que no tienen mejor argumento que decir que los verdaderos abogados son los que están en la práctica constante.
El profesor que deja de enseñar el deber ser debe retirarse inmediatamente y sus alumnos deben dejar se estudiar. Ya no habría más que hacer, pues ya solo quedaría aprender cómo funciona y repetirlo sin crítica, sin queja, sin pensamiento y sin razón alguna.
El derecho, pues, no es simple, no es un conjunto de normas y leyes. Es mucho más complejo en su esencia, pues su esencia es el ser humano y su convivencia armónica. El derecho nos guía a una búsqueda de equilibrio y armonía. Hay que preguntarse si el Código Civil vigente, resultado de un golpe de Estado (es decir, aprobado sin discusión), es incluyente de esta sociedad moderna. Y lo mismo hay que hacer con el Código Penal. Pero también traigamos a cuenta un ejemplo más reciente: la Ley de Orden Público, que ya puede ser reformada si la Corte de Constitucionalidad, luego de que ya pasó un año, le da su opinión favorable a la nueva.
Con tanta escuela de leyes estamos condenados a no tener derecho. Y cada vez que construyamos algo de ello tendremos más detractores que colaboradores.
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