Mirar de cerca, de muy cerca, desde dentro hacia lo próximo, lo lejano, lo incomprensible, modifica constantemente mi perspectiva. Saltos al pasado para comprender el presente, para adivinar o apostar por mi futuro y a los que influyo. Narcisismo puro y duro.
Celebrar pequeñas victorias diarias como llegar a mi casa todavía de día, quitarme la camisa sudada, con el olor a dísel pegado y con alguna manchita inexplicable a un costado, y ponerme una camiseta fresca, salir a hacer cualquier mandado y mirar a los demás con su cabeza en sus cosas, distraídos, caminando o dentro del carro, cantando una canción, mientras yo atravieso la calle y me cruzo en sus vidas, aunque ellos no lo saben o no reparan en mí. Los veo a ellos sin que estén interpretando a nadie. Son ellos solos, distraídos, frente a mí.
Horas más tardes me siento a cenar con mi familia, y mi hija, con sus formas y modos, se interpreta a ella misma, solo que más intensa, remarcando gestos y expresiones, alarde histriónico, y le gusta y se divierte. Recrea escenas, líneas, conversaciones, gestos. Después regresa a ser ella sin las cámaras, sin los espectadores. Actúa para ella y tal vez para mí. Yo sé lo que hace o así lo creo.
Entramos en nuestro personaje y salimos de él. ¿En qué momento somos nosotros y cuándo nos convertimos en una versión de nosotros? ¿Seremos honestos con los demás o nos engañamos todos?
Hay otros que nunca salieron de su personaje, como Jimmy Morales, que se cambió el nombre para ser su propia marca. Las veinticuatro horas hablando como si estuviera en un comercial, modulando la voz, el tono, la pronunciación. Abriendo los brazos como pitbull antes de atacar en inauguraciones o arrastrando a su esposa por vías de tren y coronaciones japonesas. Es lo que tiene elegir a un figurante reconvertido: bien puede estar con un pastor (hablando de actores) bajando la cabeza y con los ojos cerrados, rodeado de militares o al lado de rusos ortodoxos reconvertidos en neopentecostales voceros de la Guatemala eterna e inmortal. Nunca vemos a un presidente. Vemos a un actor interpretando su papel del día. ¿Quién le dará el guion? ¿Improvisará?
[frasepzp1]
Cuatro años viendo una mala obra tiene a todo el mundo agotado: actores, extras, directores, productores y espectadores. Pero de eso se trataba: de agotarnos hasta dejarnos sin fuerza. Como la película 1984, donde John Hurt, con su cara de dolor, como su apellido, oye y ve a su Jimmy todo el tiempo. Los secundarios son igual de repetitivos, sin variación en su registro de malvados. Galdámez, Lam, Valladares, Méndez Ruiz. La lista es interminable. Una película sin variaciones en la narración donde al final ganan el tedio, la indiferencia, la moderación, el silencio, la desesperanza.
Escena final:
Exterior. Final de la tarde. Plaza central de cualquier ciudad.
La cámara en el suelo. Se ven varias personas caminando. La cámara repara en unos pasos y ve a un barrendero recogiendo basura. La escoba y el recogedor entran al plano y salen de este. Se entiende que están depositando la basura en una bolsa.
Da unos pasos y recoge restos de un periódico. La cámara ahora sigue al recogedor y a la escoba apretando la basura, que se deposita en la bolsa. El barrendero retira los utensilios y se puede ver la primera plana del diario. Gran titular y foto. «Jimmy Morales entrega la banda presidencial». Momentos después es cubierto por restos de comida evidentemente descompuesta: bananos, naranjas, pan enmohecido. Una mosca verde sobrevuela la basura.
Fundido a negro.
Aparece en una esquina, muy pequeña, la palabra «continuará…».
Empieza la canción.
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