Esta mañana escuchaba a Juan Luis Font en Con Criterio haciendo una crítica condescendiente sobre la emocionalidad con que estamos tomando las revelaciones —que casi parecen bofetadas— del MP y de la Cicig. Decía que es comprensible que nos enoje y que les metamos corazón a los abusos permanentes de los empresarios y de los funcionarios públicos en este país, pero que siempre es mejor si les aceptamos las disculpas, que ya son el inicio de algo, y mantenemos la cabeza fría. Y sí. Ese sería mi consejo favorito bajo cualquier circunstancia, pero no ahora. La verdad es que creo que se nos dañó gravemente la brújula moral.
Hablamos repetidamente de la burbuja en que viven los grandes empresarios y las familias más acomodadas del país, esas que toman las decisiones más relevantes sobre todos los demás y las que con su dinero hacen que la balanza se incline a un lado o al otro. Pero, como en el proverbio bíblico, estamos viendo la paja en el ojo ajeno sin darnos cuenta de la viga que ciega el nuestro.
La verdad es que el financiamiento electoral ilícito ha sentado a presidentes y a sus cuadros de gobierno desde siempre. La verdad es que la democracia que tanto defendemos no existe y que cada elección ha sido solo el resultado calculado de un grupúsculo de gente con fondos suficientes para guiar el destino de la nación en detrimento de su población y en beneficio de sus propios intereses. La verdad es que no deberíamos aceptar esa disculpa raquítica e hipócrita.
Una disculpa no borra la responsabilidad de estos empresarios que se han arrogado la potestad de decidir cuándo hay una crisis que los faculta para anular la voluntad popular y tomar decisiones por todos nosotros desde el anonimato. Una disculpa no elimina de golpe los errores que se cuentan en pérdidas humanas, cometidos por los títeres impresentables que ellos sientan en el poder y que llegan con la clara intención de pagar favores mientras a cambio los dejen llenarse los bolsillos de dinero del pueblo. El simple acto de convocar a una conferencia de prensa en la que vuelven con la vieja estrategia de decirnos entre líneas que pusieron su dinero para salvarnos de un mal peor y encima retirarse sin responder preguntas es profundamente ofensivo. Dirán que soy visceral, que la emocionalidad me gana, pero, por favor, qué falta de respeto, qué incongruencia. Me siento ofendida y como ciudadana exijo mucho más.
Por supuesto que, como muchos otros ciudadanos preocupados por la situación de Guatemala, soy capaz de ver los avances: ahora hablamos con nombres y apellidos de la corrupción y de sus causas profundas. Hoy tenemos una institución pública haciendo un trabajo que no es infalible, pero que va en la línea correcta, y una ciudadanía que en algún porcentaje empieza a descubrir que los cuentos de hadas que le contaron en su niñez son eso: fantasías, y de las dañinas. Pero también es cierto que creo que después de los años de saqueo y de abusos merecemos más. Debemos subir la barra de lo que demandamos porque el daño no ha sido poco. Debemos dejar de normalizar el delito con excusas que evidencian nuestro patético síndrome de Estocolmo.
Alguna vez leí que The Economist usaba la frase «too big to jail» (demasiado grande —importante— para ir a la cárcel) en relación con un escándalo del banco HSBC en Estados Unidos, al cual el Departamento de Justicia le impuso multas por ser la lavadora de dinero del narco colombiano y mexicano y por violar una gran cantidad de leyes bancarias en el proceso. Con el pago de la multa, las autoridades estatales y federales le evitaban al banco presentarse en tribunales. La justificación era no poner en riesgo la estabilidad financiera del sistema bancario mundial.
No soy economista, y seguro que más de un experto tendrá mil razones para justificar que las cuestiones prácticas tienen más peso que la simple y llana moralidad de hacer lo correcto. Pero yo, ciudadana común y corriente que fija sus estándares con mayor simpleza, creo firmemente que no hay excusa válida para esa permisividad moral. Esos espacios grises que abrimos permiten que la interpretación de lo correcto sea una variable antojadiza de tonos que terminan siendo el colador por el que se nos meten toda clase de sabandijas disfrazadas de héroes y de salvadores.
Si los empresarios reconocen su participación en el delito de manipular el ejercicio democrático, qué bien. Es algo que nunca antes vimos. Pero que no se nos olvide que están aceptando su participación en un delito: sus acciones implican que tenemos —como mínimo— estos últimos cuatro años de un gobierno inactivo e inepto, que ha generado una enorme crisis institucional que afecta la economía, el desarrollo humano, las políticas públicas. Que incide en cuestiones que nos afectan gravemente y que en los guatemaltecos más vulnerables significa muerte y condena al subdesarrollo. Que no se nos olvide que, cuando el MP pidió que se retirara el derecho de antejuicio a Morales por recibir Q50 000 mensuales del Ejército de manera ilícita, los empresarios salieron en su defensa en el Enade 2017 sosteniendo que no era corrupto (y ahora nos queda claro que ellos sabían que le inflaron con dinero anónimo el partido que lo llevo al poder). Que no se nos olvide que el anonimato desde el que actúan implica que siempre han sabido distinguir entre lo correcto y lo incorrecto y que aun así eligen la ilegalidad. Que no son niños de comunión, vamos.
Confío —y demando— que la sociedad no se la ponga fácil y que, después de los cachetes colorados por admitir que violaron la ley, no les dé por volver a las andadas porque solo les dimos una palmadita agradecida en la espalda por ofrecernos esa disculpa de pacotilla. Me parece que es tiempo de que encontremos nuestro amor propio y de que dejemos de dar las gracias cuando están robándonos, manipulándonos y abusando de nosotros. Si en algún momento hay que ser emocionales, pero con enfoque, es hoy. Que nos entreguen una LEPP nítida y a prueba de fallos. Que la justicia se aplique a cada empresario en la dimensión real del daño causado al país con sus acciones mezquinas. Que nunca se nos olvide que, si queremos un país con oportunidades y desarrollo, nos toca demandarlo con fuerza y sin miedo.
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