Le sorprendía a mi hija de 19 años la poca o nula información, muchas veces matizada por la más variada desinformación, que tienen sus contemporáneas. La mayoría de ellas no han tenido relaciones sexuales, y no por falta de entusiasmo, sino porque no se les ha presentado la oportunidad. Para muchas de ellas, tener sexo está en el top de sus pendientes. Algo parecido a la urgencia de algunos patojos de tener licencia de conducir.
Solo que, para tener la licencia de conducir, primero tienen que conocer el vehículo, los cambios, el freno, la dirección. Y también deben dominar las leyes de tránsito. Incluso, deben pasar una prueba escrita y otra práctica antes de obtener la preciada licencia. En cambio, las chicas que quieren perder la virginidad (con resalte para referirme al concepto decimonónico que se sigue empleando en el siglo XXI) tienen que hacerlo a ciegas, sin la menor orientación. Acuden, como lo hicieron sus madres tres décadas atrás, al consejo de una amiga o al porno (muy popular en estas épocas, especialmente el de consumo masivo, centrado en la penetración, misógino y falso).
Los consejos de mi hija a su amiga estaban relacionados con la prevención (el uso del condón para prevenir enfermedades venéreas y los diferentes métodos anticonceptivos), pero también le resolvió algunas dudas como qué significa que el pene esté o no circuncidado, qué es el clítoris y para qué sirve este. Una tarde intensa, según me dijo ella.
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Aunque parezca simple y a algunos quizá les suene grotesco, creo que lo mismo que hacemos para preparar a los patojos y a las patojas para que aprendan a conducir un vehículo es el mismo método que debemos usar para que nuestros adolescentes aprendan a tener sexo. Lo primero y más básico es el conocimiento del vehículo. Es lo primero que enseña el instructor de manejo. En el caso de las relaciones sexuales, lo primero que tienen que conocer al dedo los jóvenes es su cuerpo (y no exagero cuando menciono el dedo). Esto es particularmente relevante para la mujer, pues su carrocería y su motor son más sofisticados.
Es indispensable que los amantes se conozcan a sí mismos antes de entrar al cuadrilátero. Y la mejor manera de hacerlo es a través de la masturbación, que siempre está al alcance de la mano (literalmente). Al tocarse podrán reconocer sus zonas erógenas, el punto donde se encienden, el ritmo de arranque, las velocidades, la dirección de los movimientos, etc. Además, la masturbación los conecta de la forma más segura y efectiva (en particular a la mujer) con el erotismo y la sensualidad. Si ellas se conocen bien, no tendrán que esperar a que un inexperto y descocado les llegue con descomunal ingenuidad a buscar el punto G para encenderlo como si fuera un botón del carro. Antes de conocer el cuerpo de otro, tómense el tiempo para estar a gusto con el propio. Como dice la mamá de una amiga: «Es concha, pero no se gasta». Así pues, no pierdan la oportunidad de tocarlo.
Una vez logrado este nivel de conocimiento, ya pueden pasar a segunda base. Se acuerdan de que, para tener licencia, también deben conocer las leyes de tránsito, pues en una relación sexual también existen leyes. Una de ellas, y la más importante, es que el sexo es para disfrutar. El gozo no pasa por saber hacer muchas posiciones sexuales. Por el contrario, la ciencia está en hacer poco pero con buena letra hasta dominar el arte de amar. Vayan despacio y disfrutando el viaje, que de eso se trata vivir.
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