La entrevista al presidente del CACIF, Andrés Castillo, publicada en elPeriodico pone de manifiesto la identidad, alcance y visión de uno de los grupos más poderosos del país.
La pregunta: Por qué adversan que las reformas incluyan el reconocimiento de Guatemala como una nación plurilingüe, multiétnica y multicultural. Y la respuesta (acicalada incluso con un tono de cinismo): “¿Es acaso necesario? ¿Por qué entonces, desde la Constitución, no se dice también que este es el País de la Eterna Primavera y que llueve de mayo a septiembre?”
¿Es acaso necesario? Dijo la élite.
En tan sucinto comentario se refleja no sólo una postura conservadora sino atrasada. De progresista: cero. De visionaria: cero. De incluyente: menos 100. No sólo no empuja al país hacia adelante, sino va en pasos para atrás a lo que ya se ha discutido, estudiado y comprobado alrededor del mundo como motores de cambio social.
Desde hace casi dos décadas que universidades, foros y organizaciones internacionales han vociferado que uno de los grandes pasos hacia la democracia y el desarrollo humano es el reconocimiento de estados multiculturales. Muestran como un avance clave el que los Estados dejen de hablar de una sola cultura “nacional” y que reconozcan las pluralidad de identidades, voces y necesidades, sobre todo reconociendo a quienes permanecieron excluídos.
Pero aquí, nuestra élite sigue preguntando ¿Es acaso necesario?
Hace un tiempo un funcionario del Banco Interamericano de Desarrollo resumía en una columna las principales razones de los problemas socioeconómicos de nuestro país. Sin reparos ni repujos, el consultor dijo que uno de los tres mayores problemas de Guatemala es su élite económica, que mantiene círculo vicioso de las estructuras disfuncionales y excluyentes. Que pudiendo (por los recursos y poder que detenta) y debiendo (como parte de una genuina responsabilidad social) no vislumbra, ni promueve, ni genera el cambio de fondo que el país necesita.
Y es que las posturas de las altas esferas son importantes no solo por el poder directo que tienen en la toma de decisiones del país, sino porque con su posición también influyen -o refuerzan- ideas y actitudes en el resto de la población, donde se gestan, frenan o sufren los cambios sociales o la falta de éstos.
En un estudio preparado por Julio Ruiz Murrieta para el Programa Gestión de las Transformaciones Sociales de la UNESCO se muestra que la reivindicación de poblaciones indígenas en Latinoamérica es un factor clave para mejorar los índices de gobernabilidad y estabilidad de los países. El aclamado clima de “estabilidad para la inversión” no viene bajado del cielo. Ni tampoco la mano de obra calificada, ni la apertura a proyectos de industrias extractivas, ni la disposición al diálogo, ni la baja en los conflictos sociales.
Ruiz Murrieta concluye: “no habrá paz ni estabilidad en América Latina si no se reconoce el carácter multicultural de los Estados y si no se logra que los pueblos indígenas participen plenamente en la vida política y en la gestión de dichos Estados”. Entonces, ¿es acaso necesario?
Más de este autor