El ciudadano que ocupa temporalmente la Presidencia incluyó en consecuencia a todos los que durante el año 2012 aprobaron las iniciativas de Ley que apresuradamente redactaron sus incógnitos sabios. Lamentablemente, como sucede cuando se hacen generalizaciones, el inquilino de la Casa Presidencial no presentó pruebas, privándonos a los ciudadanos comunes y corrientes de las informaciones que posiblemente posea –fue durante mucho tiempo responsable del espionaje del Ejército– incurriendo también, en consecuencia, en la omisión de denuncia.
Sin embargo, al chasquido de sus dedos, los diputados del partido oficial llegaron disciplinados a escuchar su informe, sin importarles que horas antes les haya llamado corruptos. Y acostumbrado a que se le obedezca, no dar explicaciones y entrar en contradicciones de forma, al día siguiente se presentó a esa supuesta cueva de ladrones y, como si nada, entregó un rosario de Iniciativas de ley para que, sin discusiones, el pleno de diputados se las aprueben.
Poco a poco, las prácticas sultanescas van siendo la tónica de este mandato, haciendo que democracia continúe siendo una palabra vacía de contenido político y social. Si bien el Presidente de la República tiene la prorrogativa de presentar Iiniciativas de ley, no favorece en nada a la democracia que todas las normativas que proponga –elaboradas en la sordina por supuestos expertos que no fueron electos para tal función y de quienes no se sepan ni los nombres ni los montos cobrados– exija y demande que se aprueben sin debate y a la carrera. Más que lamentable resulta que el mismo Presidente, que supuestamente creó un partido se queje de cómo funcionan y actúan estos (el Periódico 13/01) incluyéndose, obviamente, “el suyo”, y que también lo haga de los diputados que supuestamente él seleccionó para alcanzar las curules.
Tal y como los datos lo demuestran, ninguna de las leyes aprobadas por la alianza de patriotistas y otras bancadas surgió de propuestas de sus diputados, habiéndose estos simplemente conformado con levantar la mano y votar a favor. Como clásico sultán del siglo XIV, el actual gobernante guatemalteco insiste en ser él quien decida sobre lo que se apruebe en el Congreso, sin importarle si minutos antes tildó a todos sus miembros de corruptos. Y si para salvar a un oscuro ministro de la interpelación orquesta la presentación de una supuesta carta de renuncia que luego no era tal, burlándose así de su propia investidura presidencial, son los diputados de su partido los que rompen el quórum y hacen como que están en el pleno sin estar.
Todo lo anterior evidencia que lo que menos importa al gobernante y su séquito es la democracia y sus instituciones, pues conscientes de que de sus años de “gloría” ya han consumido la cuarta parte, quieren en el tiempo que les falta imponer su voluntad y, si es posible, salir enriquecidos. Ya crearán otra empresa electoral que, financiada con recursos para nada transparentes, les permita hacer millonarias campañas publicitarias para, ganando las elecciones el grupo, con otro nombre y otras caras, continue enriqueciéndose.
De la democracia, apenas si saben que tiene diez letras y cuatro sílabas, creyendo que es el nombre de un municipio cualquiera. Por suerte, los sultanatos ya no son vitalicios y quienes así se comportan más parecen estar brincando enmascarados en el Baile de la Conquista que ejerciendo un poder delegado por la ciudadanía.
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