En su mejor definición la «risa sardónica» se trata de un signo clínico característico de la persona que sufre tétanos, aunque también puede provocarla otra enfermedad como el envenenamiento por estricnina. Corresponde a un espasmo sostenido de los músculos de la cara que provoca la aparición de un gesto de risa grotesca.
Estas facies (gesto facial característico de una condición médica a modo de signo clínico) están muy bien descritas en muchos tratados de medicina, pero en el diario vivir de las poblaciones centroamericanas las facies sardónicas también tienen una connotación socio-antropológica. Por ejemplo, en Nicaragua se hace referencia a: «“Poner cara de Güegüense” para referirse a alguien que aparenta someterse a la autoridad, mientras trabaja sutilmente para socavarla»[1]. Se refieren al Baile de Güegüenses que con relación a sus personajes correspondería —en cuanto risas forzadas o cerúleas— a las facies que presentan algunas máscaras del Baile de Moros y Cristianos en Guatemala.
Así, los aspirantes a candidatos para contender a un puesto de elección popular, a falta de mejores expresiones verbales o gestuales (la mayoría son personas poco cultas), aparecen cada cuatrienio con su típica pinta: risas forzadas, pelo envaselinado, con frecuencia mascando chicle y exhibiendo una zalamería que insulta la cordura y la inteligencia de los ciudadanos trabajadores. En no pocas ocasiones piden ayuda. A modo de ejemplo, argumentan que para contender para obtener una curul en el Congreso necesitan un monto específico y ofrecen reponer la inversión mediante «un chance a escoger cuando ya se esté sentado en la guayaba». Otra opción que ponen al tapete —siempre con su risa forzada— es el acompañamiento en su campaña (a título de achichincle del fulano o la fulana), siempre a cambio de dádivas al nomás alcanzar el puesto.
Guatemala no da para más. Tipejos así han sobreabundado en nuestros lares durante las últimas décadas y de verdad, Guatemala no da para más.
Los jóvenes —de manera especial— tienen que estar atentos a estos signos que no corresponden a una enfermedad orgánica pero sí a trastornos rayanos con la sociopatía. Ellos, los jóvenes, son blanco preferencial de las ofertas de estos adefesios. Los hacen sentirse importantes, les indican que no obstante, siendo ellos «don fulano» o «doña fulana» personas transcendentales en la sociedad, pueden ser amigos y hasta tutearse. El propósito es terrible: tener a su disposición activistas gratuitos para pegar afiches en paredes y postes.
Casi siempre, atrás de estos personajes de risa sardónica están los titiriteros. Me refiero a los que ven en las elecciones un negocio jugoso (los pseudo-empresarios de la política). De esa cuenta escogen a quienes tienen menor nivel académico, inopia cultural, un cariz moral cuestionable y una supina ignorancia con relación a qué es política y para qué sirve.
Lo triste de estos casos es que muchos sí llegan a los puestos de elección popular y allí, lejos del propósito del cargo, hacen trozos y destrozos en nombre de la democracia. No pocas anécdotas tragicómicas hay (que nos provocan vergüenza ajena) como la de una diputada que en junio de 2018 confundió el Volcán de Agua con el Volcán de Fuego e hizo público su desatino en un documento oficial. O el caso de un candidato que ofreció promover la derogación de la Ley de la Gravedad (sic) porque, a decir de los expertos, no permitía que el agua llegara desde unas fuentes (sin un sistema de bombeo mecanizado) hasta los tanques de distribución de un poblado. Estos habían sido construidos a una altura mucho mayor. Para fortuna de la población el fulano quedó fuera en la contienda electoral.
Las risas sardónicas de esos esperpentos (vaya que sí lo son) a veces se pierden con un par de tragos entre pecho y espalda. A cambio, otros signos aparecen. Entre esos, presumir de ser y cantar el Jefe de Jefes o dar un beso muy sonoro durante un alcoholizado mitin a una caricatura de Miguel Cara de Ángel. (Este último, como personaje histórico, fue el efímero favorito del dictador Manuel Estrada Cabrera que terminó descuartizado durante la Semana Trágica de 1920)[2].
Pero los signos incuestionables en estos fulanos de risa sardónica son: ausencia de la ética y ausencia de la estética.
Por favor, cuidemos nuestro próximo voto porque el mal nunca paga bien.
Más de este autor