Entre paradigmas y leyendas: el desarrollo rural

Aún nos falta agotar la implementación de la Política Nacional de Desarrollo Rural Integral, para la cual, incluso, ha sido formulado un plan específico. Una vez establecidos los aciertos y los fallos al momento de implementar acciones, se pueden realizar los ajustes necesarios para la conceptualización de la acción gubernamental en el campo y entonces se podrá plantear con responsabilidad un proyecto de ley racional y efectivo.

Sin embargo, la conveniencia o no de una ley se ha alejado de la discusión técnica y se ubica más en la esfera ideológica (o de intereses grupales) con tal de no tratar de convencer desde una posición que en su argumentación pueda parecer académicamente rígida. Podría aceptar el hecho de que se ignore el ciclo de formulación de una política y se tome el riesgo populista de impulsar una ley, pero una con contenido, que aporte a la solución de los problemas mayores que aquejan al área rural.

Hay dos situaciones que debemos considerar como las piedras grandes de esta problemática: la inseguridad alimentaria, manifestada principalmente en la desnutrición crónica, y la vulnerabilidad ambiental, manifestada principalmente en la amenaza de deslizamientos de suelo. Si ustedes tuvieran que describir las líneas gruesas de la tragedia rural en Guatemala, tendrían que referirse a las generaciones actuales y futuras disminuidas física e intelectualmente como consecuencia de la desnutrición crónica, así como de los terrenos deslizados y perdidos, que nos indican que este país, a costa de su capital económico, natural y humano, literalmente se está hundiendo.

En los proyectos de ley de desarrollo rural que se han conocido hasta la fecha no se aborda con claridad cómo se harán virtuosos e intertemporales (que eso es lo que se supone que se consigue con una ley) los instrumentos de política que resolverán las dos grandes tragedias rurales. Antes que eso se privilegia nueva institucionalidad burocrática y de consejo tipo corporativo, que no augura nada bueno para mejorar el bienestar de las poblaciones rurales y de sus territorios.

Mientras no se abandonen paradigmas, no se aclaren leyendas que giran alrededor de los temas rurales y no nos esforcemos por comprender conceptos y establecer definiciones en común acuerdo, no creo que podamos acordar un diseño de política viable. Y menos deberíamos arriesgarnos a plasmar en una ley un galimatías de buenas intenciones y perversos intereses.