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Ensayo/catarsis: Un año lejos de Atitlán

Finalmente, después de meses de trabajo, la Fiscalía de Delitos Contra la Prensa, ligó al proceso a Juan Manuel Ralón por los delitos de amenazas y discriminación, dejando afuera a Coello e Higueros. Será en otros juzgados donde se determinará hasta dónde ambos personajes estuvieron involucrados en las ilegalidades de la comisión.
Sentada frente a Juan Manuel Ralón, me preguntaba si él entendía el daño que había ocasionado o si seguía sintiéndose el juez y dueño de la verdad. Me habría gustado explicarle que no tengo nada personal contra él, que yo también quiero seguridad en mi vida pero no a costa de incrementar la violencia y la represión.
Fotografía de Sandra Sebastián.
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Ensayo/catarsis: Un año lejos de Atitlán

Historia completa Temas clave

Los periodistas hacemos noticias, no queremos ser la noticia. Pero a veces, las situaciones rebasan nuestras expectativas. Esta es la historia de cuando fui noticia.

Los primeros días de octubre del 2011, los postes de luz de mi barrio en Jucanyá, Panajachel (junto al lago de Atitlán, en el departamento de Sololá) amanecieron con la foto de Gilberto Senté Senté, con una leyenda que decía “Desaparecido” y dos números de teléfono. No nos sorprendió. Era algo que muchos vecinos temíamos que pronto sucedería, ya que fuimos testigos de la escalada de violencia que produjo la creación de las patrullas de la Junta de Seguridad Municipal, especialmente del brazo de los Encapuchados, que podían ser todos, ninguno o cualquiera de los hombres del barrio. 

Desde principios del 2011, el tema de conversación que siempre queríamos eludir pero en el que tarde o temprano caíamos era la situación que se vivía en las noches en Panajachel. Las denuncias de abusos iban en aumento y todos los días se oían historias cada vez plagadas de más arbitrariedades, violencia y prepotencia. Solo en mi círculo más cercano, dos amigos fueron víctimas de ellos.

René Dionisio Chavajay, pintor, gestor cultural y músico tz’utujil fue detenido ilegalmente junto a su novia y otro amigo. Pasó una semana en la cárcel donde perdió la oportunidad de participar en un taller de cine, la inauguración de su propia muestra de arte, su larga cabellera negra y 30 mil quetzales que se le fueron en abogados. El otro fue el cantante cubano Michel Peraza, detenido junto con un comerciante local por encapuchados que lo golpearon con un bastón eléctrico, le rompieron la nariz y lo tiraron al río San Francisco. Acompañé a Peraza a ratificar su denuncia y la respuesta del juez fue que no podía investigar si no le daba los nombres de los Encapuchados. No lo mandaron al Inacif ni pusieron el mínimo interés en resolver su caso. Después de tres años de vivir en Panajachel, Michel optó por regresar a vivir a la ciudad no sin antes dejar su historia en la canción Panajachelense honorable en la que aún se ven las  marcas de los golpes en su rostro. 

Así que cuando llegó la noticia de la desaparición de Gilberto, para muchas personas fue la gota que derramó el vaso. Lorena Caal, su pareja, convocó a una  reunión abierta en la cancha de basquetbol de Panajachel. A pesar de que ese día no paró de llover, llegaron más de cien personas. Se comentó en público cómo Gilberto fue sacado de un local de la feria junto con otros dos amigos, arrastrado, vapuleado y llevado hasta la orilla del río San Francisco donde ya no se supo de él; todo esto coordinado por medio de radiotransmisores entre los Encapuchados. En esa reunión se levantó un acta firmada por todos los asistentes para exigir la destitución de los líderes de la Comisión Municipal de Seguridad de Panajachel. Dicha reunión y la denuncia pública que realizó Karla Olascoaga, (ver Crónica de una muerte anunciada) me motivó a narrar  en mi columna de opinión de elPeriódico, todo lo que pasaba.

Una de las razones por las que me había mantenido al margen de escribir al respecto, apenas comentarios en mi Facebook o en mi Twitter, era la cercanía que tenía el caso con mi comunidad. Los Encapuchados podían ser cualquier vecino, el “tuctuquero” que llevaba a mis hijos a la escuela, el esposo de la niñera, el señor de la tienda o el padre de algún alumno mío.  Los riesgos de escribir de un caso tan cercano eran grandes, no los evalué lo suficiente y me tiré al agua sin pensar demasiado en las consecuencias.

Esa noche leí De cuervos, ojos y demonios en mi programa de radio “Ni te cases ni te embarques” en Radio Ati. Minutos después, ya tenía comentarios de amigos que me decían que me cuidara, que estaba haciendo acusaciones muy serias. Mi madre me llamó para pedirme que cambiara la columna, que no fuera tan directa. Pero yo sabía que tenía que ser así de explosiva o las cosas seguirían igual.  Toda esa semana, me dediqué a escribirle a colegas periodistas de distintos medios para pedirles que cubrieran lo que estaba pasando en Panajachel, que mandaran a sus propios investigadores y reporteros para que confirmaran o no mis denuncias.

Al día siguiente, Lorena Caal repartió fotocopias de mi columna y la amenazaron con meterla a la cárcel si seguía haciéndolo.

Esa semana había invitado a Panajachel al escritor Javier Payeras para que diera una charla de literatura a mis alumnos del Colegio A.M.A. donde daba clases en las mañanas. Con los más grandes estábamos leyendo El tiempo principia en Xibalbá de Luis de Lion e inevitablemente la conversación cayó en la desaparición del maestro. Les acababa de dar a leer el artículo de Marta Sandoval, Las palabras que nunca abandonamos, sobre los niños que se quedaron esperando al maestro que no regresó. De las últimas tareas que les dejé a mis alumnos fue que contestaran si creían que eso podía volver a suceder en nuestro país. Nunca leí sus respuestas porque yo nunca regresé a darles clases. Pero yo, a diferencia de Luis de Lion, estoy viva. El colegio funcionaba con el sistema estadounidense; las clases son de septiembre a junio con feriado julio y agosto. Así que mis hijos y  mis alumnos, apenas llevaban dos meses de haber empezado su ciclo escolar y esto también les afectó directamente a ellos. Los primeros porque debieron esperar hasta enero para volver a estudiar, y los segundos porque se quedaron sin maestra.

El domingo 23 de octubre elPeriódico le dio seguimiento al caso y publicó la nota Encapuchados matan y desaparecen en Panajachel, ante pasividad de las autoridades. Esa semana también llegó Alberto Arce de Plaza Pública para investigar. Después de haber visitado a Teresa Coello y Víctor Anleu, de la Comisión Municipal de Seguridad de Panajachel, el periodista me entrevistó y me preguntó si yo le había vendido un bar a Gerardo Montejo y si tenía nexos con él. Me quedé con la boca abierta. Nunca he sido dueña de un bar y nunca en la vida he visto ni siquiera una foto de ese señor, aunque conozco quién es, ya que es acusado de ser narcotraficante y fue una de las personas vapuleadas por los Encapuchados. Ahí empecé a entender que la estrategia sería intentar desacreditarme y ligarme con este señor.

El jueves 27 de octubre aprovechando un jalón fui a la capital a hacer mandados. Salí de mi casa como siempre, no eché llave, apenas una mochila con ropa para un día. Le dí una sobadita a mi perrita salchicha, dejé comida en la refri y mi desorden de siempre. Nunca me imaginé que sería la última vez que vería mi jardín, los árboles frutales, la albahaca, los bananales, mi hamaca bajo el eucalipto. Esa noche, mientras me tomaba una cerveza en la capital con dos amigos y les comentaba lo insegura que empezaba a sentirme en Panajachel, uno de ellos, fiscal, me recomendó que pusiera una denuncia por amenazas. “Pero no ha sido nada directo”, le dije, sin imaginarme que a esa misma hora estaba sucediendo y era transmitido por medio del canal 10 del cable local a todo el municipio.  Alumnos míos, vecinos, personas con las que trabajé durante los últimos siete años de mi vida, presenciaron cómo el alcalde Gerardo Higueros se refería a mí como hippie, drogadicta y narcotraficante, mientras su mano derecha, Juan Manuel Ralón, dictaminaba que yo merecía terminar en un basurero. El programa entero, que dura un par de horas, contiene material más que interesante para determinar cómo actuaban con total impunidad ante la mirada pasiva de la Policía Nacional Civil.

Por algo dicen que por la boca muere el pez.                      

Yo me enteré del contenido del programa hasta el día siguiente en la mañana y entré en shock.  Me presenté el viernes 28 ante la Fiscalía de delitos contra la prensa aún sin tener claro lo que estaba pasando y lo que implicaba para mi vida. El apoyo de la gente de Udefegua (Unidad de protección a defensores de derechos humanos) me facilitó que pudiera expresarme y contar lo que había sucedido.  Estando ahí empecé a recibir mensajes de web en mi celular, supuestamente firmados por Gerardo Montejo que decían “van a llegar a tu casa por la noche. Saca la mercancía antes de las cinco para que no te soquen”, “ya viste lo que conseguimos, necesito que me des tu número de cuenta por mail. Tenés que confiar”. Ese día y los siguientes me sonó el teléfono cada diez minutos. Absolutamente toda la gente con la que hablé me recomendó que no regresara a Panajachel y que debía sacar inmediatamente a mi familia de ahí. El  domingo 30 de octubre, Plaza Pública sacó el reportaje, La impunidad de los Encapuchados de Panajachel y al día siguiente, el 31, fueron detenidos Juan Manuel Ralón Solórzano y  Víctor Manuel Anleu, presidente y vicepresidente de la Comisión Municipal de Seguridad.  El periodista Gustavo Girón, corresponsal de Guatevisión, también fue amenazado por cubrir la noticia de la captura de los líderes. A los pocos días Girón desestimó la denuncia porque no quería moverse de Sololá.

No regresar

Esos días tuve que tomar decisiones importantes que no habría logrado realizar sin la impresionante solidaridad de colegas de todas partes. La noticia de las amenazas dio la vuelta al mundo y puede leerse en muchísimos medios de comunicación. Pero fue el apoyo directo de Adriana León de IPYS, CPJ, Committee to Protect Journalists, Rory Peck Trust, Amnistía Internacional y Reporteros Sin Fronteras, lo que finalmente me hizo ver la importancia de irme de Panajachel y empezar una nueva vida en otro lugar. Sin el auxilio de esta red de comunicadores no habría podido lograrlo. Además conté con el apoyo incuestionable de mi familia y de amigos que se volcaron solidarios, ofreciéndome dónde vivir los primeros días y ropa para usar ya que todas mis cosas seguían en el lago.

Mi casa y la sede de Radio Ati la desmontó Claudia, quien trabajó durante tres años con mi familia, ayudando con la limpieza y el cuidado de mis hijos. Ella desmanteló mi hogar y la radio, empacó absolutamente todas mis cosas, se encargó de las mascotas, de pagar alquileres, y resolver asuntos domésticos mientras algunos vecinos la increpaban por trabajar conmigo. Hasta el día de hoy, a Claudia le cuesta creer que no verá crecer a mis hijos, e insiste en que regrese, que nada malo va a pasarme.

Los programas de radio que transmitíamos desde Panajachel con la Radio Ati tuvieron que cancelarse y pasamos varios meses sin saber cuál sería el futuro de este medio de comunicación alternativo que tanto nos ha costado sacar adelante. Nuestras colaboraciones con bibliotecas, centros culturales, museos y grupos de activistas se vieron frustradas con este exilio.

Pasé casi un mes lamentándome en la mañana, en la tarde y en la noche, hasta que mi papá aburrido de verme así me dijo: “Primero le tocas los huevos al león y cuando te ruge, salís llorando como una niña. ¿Qué esperabas?” Esa lapidaria frase me dio fuerza para seguir adelante. Las cosas suceden por algo y no hay que arrepentirse de lo que ya se hizo. Además trabajar en lo que me gusta siempre ha sido el mejor antidepresivo que conozco.

En noviembre ya estaba “freelanceando” con Casa Comal, apoyándolos con la prensa del Festival Ícaro, lo que me mantuvo bastante entretenida y en enero ya tenía un trabajo de medio tiempo en Ediciones Del Pensativo. También le busqué un trabajo a Lorena Caal porque seguí en comunicación con ella y conozco las angustias que vive desde la desaparición de Gilberto. Ella no quiso ni quiere irse del Lago, por lo menos hasta que sepa dónde está su esposo.

Estuve durante medio año viviendo en una casa prestada, un lugar que me permitió pasar esos meses oscuros de incertidumbre en un lugar hermoso, seguro y agradable. Por cierto, esa casa, quedaba frente a un parque donde todas las noches se juntaban los “Vecinos organizados contra la delincuencia” a platicar o vigilar. En seis meses que estuve ahí, nunca me pararon ni me preguntaron a dónde iba ni de dónde venía. No usaban capuchas. Nunca me impidieron movilizarme, ni aun de madrugada, ni me preguntaron qué hacía por su barrio.  Fue una lección silenciosa de cómo la organización comunitaria puede contribuir a resolver los problemas de inseguridad en Guatemala, siempre y cuando se enmarque en los límites de la democracia y no genere impunidad ni represión.

La hora del juicio

Durante todo el año 2011 visité constantemente la Fiscalía de Delitos contra la Prensa, aporté pruebas, me quedé sin teléfono seis meses en lo que analizaban los mensajes que recibí, me sometí a exámenes sicológicos, amplié declaraciones, etc. En ese tiempo cambiaron al fiscal y debí presentarme de nuevo. El nuevo fiscal se sorprendió cuando me conoció porque habían llegado miles de cartas de todas partes del mundo en apoyo a mi caso y talvez me imaginaba diferente. Para mi fue todo nuevo, aprender cómo se recopilan las pruebas, cuáles valen y cuáles no. Incluso con todas las deficiencias del sistema, me sigue pareciendo el método más seguro y civilizado de resolver problemas, lo opuesto a llegar a la violencia o a la limpieza social.  El narcotráfico, los secuestros y extorsiones que tienen en vilo a la población deben ser atacados desde la legalidad.

En ese ínterin dejaron fuera de mi caso a Gerardo Higueros, el ex alcalde de Panajachel, quien además de acusarme de narcotraficante y drogadicta, había llegado al día siguiente del programa de televisión al colegio donde trabajé para exigir que me despidieran, so pena de sacar a sus hijos de ahí. El director del colegio me apoyó a mí, pero fui yo quien decidió no regresar.

En mi opinión, Gerardo Higueros es responsable de que la Junta de Seguridad de Panajachel se saliera de control, y de utilizar fondos de la municipalidad para esos fines. De un correo municipal (que guardo entre mis favoritos) salieron calumnias contra mí que fueron enviadas a distintas personas,  empresas, organizaciones no gubernamentales y se me acusó de innumerables ridiculeces. Teresa Coello, comerciante mexicana y secretaria en esos días de la Junta de Seguridad de Panajachel se ha dedicado durante todo el año a escribir calumnias sobre mí, e incluso afirmó, que mi socio en Radio Ati y yo, la paramos un día para “pedirle permiso de fumar marihuana en la calle Santander porque eso era normal en otras partes del mundo”. Mejor me río. Cuando se dieron cuenta que acusarme de narcotraficante era ridículo, comenzaron a señalarme de racista, aduciendo que las juntas de seguridad eran autoridades indígenas y sacando del contexto declaraciones mías.

Finalmente, después de meses de trabajo, la Fiscalía de Delitos Contra la Prensa, ligó al proceso a Juan Manuel Ralón por los delitos de amenazas y discriminación, dejando afuera a Coello e Higueros. Será en otros juzgados donde se determinará hasta dónde ambos personajes estuvieron involucrados en las ilegalidades de la comisión. Yo decidí no presentarme como querellante adhesiva después de asesorarme y analizar las implicaciones que tendría en mi tiempo y en mi bolsillo. Las audiencias fueron canceladas varias veces primero porque el juez de Sololá se inhibió de conocer el caso y luego porque éste fue trasladado a Nebaj. 

El martes 28 de agosto del 2012 en Nebaj, Quiché, se realizó un juicio con procedimiento abreviado ya que Ralón se declaró culpable. elPeriódico tituló Juzgado emite histórica condena por agresiones contra periodista Lucía Escobar. Sobre Ralón pesaba ya una condena previa de 17 años por lesiones graves, leves y coacción contra Estela Escobar, otra vecina vapuleada por las juntas de seguridad y cuyo testimonio ha sido fundamental para ir entendiendo la desaparición de Gilberto.

Sentada frente a Juan Manuel Ralón, me preguntaba si él entendía el daño que había ocasionado o si seguía sintiéndose el juez y dueño de la verdad. Me habría gustado explicarle que no tengo nada personal contra él, que yo también quiero seguridad en mi vida pero no a costa de incrementar la violencia y la represión. Pienso que cualquiera que cometa un delito debería tener la oportunidad de tener un proceso justo, así cómo él lo tuvo, y no simplemente ser vapuleado o desaparecido. Cuando terminó el juicio,  el colega Gerson Ortiz de elPeriódico se acercó  para pedirle una declaración, el preso bromeó diciendo “con esos pelos largos ni se te ocurra acercarte a Panajachel”. No aprendió nada, pensé.

En un impulso un tanto inconsciente, después de comerme un rico plato de boxbol en el parque de Nebaj, agarré camino hacia Panajachel para platicar con Lorena Caal, con quien he seguido en contacto directo desde hace un año. Para mí, ella es la verdadera heroína en esta historia. Sin contactos, sin medios, sin amigos, en medio de chismes y de bolas que le han levantado, ha continuado luchando por saber quién mató a su esposo, dónde esta su cuerpo y sigue sacando adelante a su hijo. Con la cabeza en alto y sin irse del Lago (donde posiblemente descansa Gilberto), ella ha soportado que digan que su esposo era marero, que realmente huyó con una amante, que murió en un ajuste de cuentas entre narcotraficantes, o que ella vendió por 200 mil quetzales el cuerpo de su esposo. Todas mentiras para desprestigiarla y desviar la atención de su caso. Ya pasó un año desde el día  en que Gilberto Senté desapareció y para ella no hay justicia aún. 

Yo sigo con mi columna en elPeriódico y haciendo “free lancer” para distintos medios, organizando actividades culturales y continúo impulsando la Radio Ati que ahora se volvió itinerante; el cambio de sede diversificó su programación y amplió su público.  Trato de no pensar mucho en el lago de Atitlán y la vida que dejé ahí.  Pero todo esto, me dejó varias lecciones. Una es el compromiso que tengo con mi profesión denunciando la impunidad aunque esto me implique el destierro del paraíso y algunas críticas.

 

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