El enclave colonial es un espacio material y subjetivo constituido para aislar y proteger a sus ocupantes y creadores del entorno penetrado donde habitan los otros, los no iguales, los útiles para dominar y explotar. El enclave racista y racial es el primero constituido por la colonia, insertado en el cuerpo social de los pueblos originarios, el cual creó la primera gran desigualdad: dentro del enclave, los blancos, los superiores, los portadores de la civilización europea, cristianos y herederos, por gracia del rey y de la Iglesia, de los territorios invadidos; y afuera, los paganos, salvajes e ignorantes sin cultura, sin derechos.
Desde la atalaya de este enclave, desde su lente ideológico, los de adentro ven a los de afuera, según Anita Isaacs, «como seres primitivos, sin educación, invisibles y sumisos. Estos prejuicios aún perduran por codicia, miedo, hábito y conveniencia. Como lo ha demostrado repetidamente la historia de Guatemala, también se justifican la opresión y la violencia».
Este enclave, el de la aristocracia, no es natural ni de orden divino aunque ellos lo crean y lo impongan. En un artículo que escribí en agosto de 2017, Supremacía blanca, linajes nobiliarios, aristocracia y élites hegemónicas: hijas putativas del colonialismo, apunté que esa supremacía blanca «es una construcción social y clasista basada en el ejercicio violento del poder político, militar, religioso y económico para concentrar la riqueza y el conocimiento y dominar a la población. El Estado y la democracia han sido perfilados a la medida de los intereses de la clase dominante. Es un sistema que ha prevalecido durante 500 años, en el cual los nombres de abolengo se repiten en los gobiernos, la milicia y la religión».
La colonialidad como ideología del colonialismo nace en este enclave entendida como la forma última de la dominación, de la explotación material (económica, política y militar) y de la violencia epistémica ejercida sobre los pueblos sojuzgados. A lo material se vinculan formas discursivas y teorías que conceptualizan, codifican y definen al colonizado.
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El proceso civilizatorio occidental —de ninguna manera accidental— que sostiene a este enclave nobiliario y aristocrático fue cuestionado en 1950 por Césaire, que argumentaba que dicho proyecto era moral y espiritualmente indefendible, ya que con el ejercicio de la dominación y de la colonialidad brutal se «descivilizaba» a los pueblos originarios y se los sumergía en un proceso irreversible de «ensalvajamiento». Aníbal Quijano agrega: «La propia explotación económica queda enmarcada y subsumida dentro de esa colonialidad del poder que fue capaz de producir y consolidar clasificaciones étnicas y categorizaciones raciales que se han perpetuado y replicado mucho más allá de la independencia formal de las naciones iberoamericanas».
Sin duda, esta dominación-explotación pigmentocrática ha afectado mayormente a los pueblos originarios y en menor medida a los sectores ladino-mestizos, con estos como el enclave de contención y protección alrededor del reducto nobiliario y aristocrático que los separa y enajena de sus raíces indígenas y les induce la falsa ilusión de la igualdad con la blancura política y económica. Es un efecto agregado del racismo que hunde su cruz y su espada coloniales entre pueblos y clases y evita así vasos comunicantes políticos y descolonizadores: los colonizados somos los externos al enclave que analizamos. Y así por los siglos de los siglos hasta que entendamos nuestra condición de dominados.
Jaime Barrios Carrillo plantea: «¿Se repite la historia? Sea en forma de tragedia o de comedia, se repetirá si no se cambian las estructuras de poder que se suceden en el tiempo, con generaciones y élites que se sustituyen unas a otras. Es el caso de las élites guatemaltecas, manejando el poder estatal surgido el 15 de septiembre de 1821. Una especie de república perversa que no logró contenidos democráticos, que reproduce relaciones excluyentes, discriminadoras, patriarcales, corruptas, y que origina pobreza y una gran injusticia social hasta la fecha».
Este enclave, construcción social y de poder, debe ser eliminado políticamente por los colonizados uniendo esfuerzos, respetando diferencias culturales, consolidando identidades, reconociendo raíces comunes y sueños compartidos. Un cambio del sistema corrupto y clientelar significa un cambio en el ejercicio del poder político, un cambio del modelo económico productivo, un cambio epistémico y relevar de la construcción del Estado y de la sociedad a las élites nobiliarias y colonialistas.
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