Estas nobles actividades han trascendido fronteras. Así, Erick Bernabé Barrondo (en prueba de marcha, 20 kilómetros) y Mario Pacay (en carrera de fondo, 10,000 metros) han logrado sendas medallas de plata, olímpica la primera (en Londres 2012) y en los Juegos Centroamericanos y del Caribe 2018 la segunda.
Huelga decir que Guatemala nunca había tenido una medalla olímpica y que desde 1954 no se había logrado una similar a la obtenida por don Doroteo Guamuch en tales justas.
En cuanto a los propósitos estéticos, sobresalen obras de pintores, escultores y artistas del grabado. Particularmente en los municipios. Ejemplo de ello es el estudio de arte Santa Tekla Atelier en San Pedro Carchá, Alta Verapaz, cuya actividad didáctica es ejemplar. En cuanto a los propósitos literarios, los escritores no se quedan atrás. Sus trabajos han destacado en Europa, Estados Unidos y América del Sur. La característica de algunos es la búsqueda de nuestras raíces históricas. Y qué decir de los músicos, especialmente los mayadescendientes, cuyo linaje artístico deviene de la primera hora de Tezulutlán-Verapaz.
Como signo especial, los deportistas y artistas de la región han asumido que el ser humano es creador, y esa es la veta que mejor exploran. Han asumido que cada quien debe descubrir lo suyo y lo han logrado de la mejor manera.
En contraposición, no falta quien critique insanamente a deportistas, artistas y escritores. O quien los ningunee. Sucede que ellos, al descubrir su veta, han cambiado para bien, y ello molesta a ciertos espíritus dominados por la mezquindad. Lo decía la novelista estadounidense Lisa Alther: «Habrá algunos que no puedan seguirte cuando cambies. Es el riesgo de evolucionar. Pero vendrán otros a acompañarte en este tramo nuevo y bien vale la pena». Quienes no pueden seguirlos no siempre soportan sus propios límites.
No muchos días atrás compartí en una de las redes sociales la experiencia de dos casos contrapuestos. Se trata de un pequeño diálogo entre uno de mis maestros (en la Facultad de Medicina) y una persona que sin razón alguna se burlaba de su afición al tenis. El texto es el siguiente: «Hace algunos años una persona le preguntó a uno de mis maestros (de manera irónica) la razón de por qué dedicarle tanto tiempo al deporte. En realidad, no lo era tanto. Practicaba su deporte cuatro veces a la semana. No más de una hora diaria. Mi maestro le respondió: “Primero, por salud. Segundo, para dedicar ese tiempo a oxigenar mi cerebro y a vivificar mi mente. Tercero, para quitarme la posibilidad de caer en el alcoholismo, el tabaquismo o la drogadicción”. La persona calló, no preguntó más. Justamente de esos padecimientos sufría. Era alcohólico, fumador y un adicto a ciertos estupefacientes. Pasados 20 años de aquel suceso, mi profesor, hoy octogenario, aún sale a caminar y lleva una vida productiva. La persona murió por fallo hepático aproximadamente cinco años después de haber hecho la pregunta». Lo mató su alcoholismo.
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Sucede que el arte, el deporte y la literatura ayudan a discernir y a edificar. Particularmente, ayudan a que cada ser humano (que así lo desee) construya su propia historia. En vía contraria, los vicios y la envidia destruyen la esencia del ser.
Vale decir que en tales escenarios (deporte, arte y literatura) no pocos verapacenses hemos puesto en práctica el aforismo de Ignacio de Loyola que reza: «No el mucho saber harta y satisface el alma, sino el sentir y gustar de las cosas internamente». Nos gusta sentir, nos gusta vivir, nos gusta tener paz interior y hemos aprendido —a diferencia de quienes tienen el espíritu mezquino— que el corazón tiene su lado resplandeciente.
A manera de colofón, este artículo, a más de ponderar el arte, la literatura y el deporte, responde a una pregunta que me hizo hace dos meses un amigo venido de otras tierras. Su duda era: «¿Por qué razón cuantas veces llego a Cobán me encuentro con alguien o con muchos corriendo en las carreteras?». Se refería a entrenamientos en carreras de fondo.
Hasta la próxima semana, estimados lectores.
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