Los seres humanos mantenemos ese natural deseo de saber qué va a suceder en el futuro cercano. Lo tenemos en la vida diaria con relación a nuestra familia, nuestro trabajo, nuestros estudios y nuestra vida afectiva. De cierta manera, es un estímulo para dar el siguiente paso en el diario quehacer.
Desafortunadamente, durante un estado de crisis (como la que estamos viviendo a causa de la pandemia), esa incertidumbre puede maximizarse y convertirse en un estado de ansiedad que puede llegar a ser de difícil control. Mucho tiene que ver en ello la angustia de existencia. Por tal razón, no es extraño que los períodos de ansiedad alternen con otros de depresión y con no pocos de pensamientos obsesivos. Entre estos últimos sobresalen «¿voy a sobrevivir? », «¿qué va a ser de mi familia? », «¿mis padres lograrán superar esta prueba?» y otros que devienen de las características personales, familiares y sociales de cada quien.
Entre las consecuencias más nefastas despunta con frecuencia el deseo de abandonar aquello que se está haciendo en la cotidianidad. En el caso de ustedes, adolescentes y jóvenes, puede surgir la idea de dejar de lado los estudios. Y esa sería una infortunada decisión porque pondrían en riesgo su futuro mediato.
Por favor, escúchennos a quienes ya vivimos otros sucesos similares. He insistido en artículos anteriores en que ya pasé como paciente por una epidemia de shigelosis en 1969, en que sobreviví al terremoto de San Gilberto de 1976 (y al período posterremoto), en que fui cirujano durante un largo lapso del conflicto armado interno y en que ya sufrí otras epidemias (por lo menos tres). Y puedo asegurarles con toda certeza que todo pasa. Como bien decía santa Teresa de Ávila: «Nada te turbe. / Nada te espante. / Todo se pasa. / Dios no se muda». Así que, por favor, no tiren la toalla. Si lo hacen, podrían arrepentirse el resto de sus días.
[frasepzp1]
Conste que tampoco se trata de quedarse de brazos cruzados esperando a que todo pase. Durante una epidemia, nuestra conducta no debe reducirse a la cómoda postura de «a ver qué pasa», sino a «hacer que pase». ¿Dónde y cómo? Pues en nuestro entorno, haciendo aquello que nos indican las autoridades de salud. Porque una epidemia se combate con ciencia y con científicos, no con indolencias ni con desatinos.
También deben salir al paso de aquellas dudas que atosigan. Por ejemplo, el escenario de las pesadillas. Muchas personas están teniendo pesadillas y no saben el porqué. Cuando suceda un fenómeno como este, busquen opiniones versadas para investigar su causa, consulten páginas acreditadas en Internet y no les sigan el paso a opiniones insustanciales de personas que confunden y siembran desesperanza.
Este caso de las pesadillas lo consigno como ejemplo. Luego de escuchar a tres adultos y a dos jóvenes hablar sobre unos desagradables sueños que estaban teniendo (y yo, por cierto, también tuve uno), pese a que soy médico consulté a un experto y también indagué en artículos indexados. De ello colegí, de varios autores, que «el contenido de los sueños puede surgir del pasado pretérito y de lo que se oye, habla y se ve todos los días. Es lógico entonces que, si oímos que hay cientos y miles de muertos y lo escuchamos cada vez que ponemos la televisión o lo leemos en las redes sociales, tengamos pesadillas relacionadas con personas ya fallecidas, y muy particularmente de nuestro pasado pretérito (es decir, ya caducado). Por esa razón no pocas personas tienen sueños de sus familiares difuntos. De hecho, algunos psiquiatras indican que es una vía de salida de aquello que nos molesta o nos afecta. Este padecimiento de pesadillas no es malo per se, excepto que llegue a trastornar nuestras relaciones interpersonales o nuestro trabajo. Entonces sí, es el momento de buscar ayuda profesional».
Así pues, jóvenes, no se vale tirar la toalla en su quehacer estudiantil. Escribí para ustedes este artículo el jueves 23 de abril recién pasado, en el Día Internacional del Libro. Es un día simbólico para fomentar la lectura y el trabajo de las editoriales y para recordar el derecho a la propiedad intelectual.
¿No será acaso el momento de hacerse de un buen libro y de dedicarse a la lectura? Recuerden: más pronto que tarde, todo pasará.
Más de este autor