La naturaleza resiente toda la actividad humana que se hace contra ella. Una situación que se suma a lo que han sido los problemas estructurales de pobreza, de racismo, de tierras y de una política secuestrada por unos pocos. En tiempo de crisis es difícil saber por dónde comenzar a trabajar, o atreverse a hacerlo cuando el ánimo y la esperanza parecen que nos desconocen.
Pero siempre hay razones para continuar creyendo. El viernes pasado a las cuatro de la tarde, en una esquina del pa...
La naturaleza resiente toda la actividad humana que se hace contra ella. Una situación que se suma a lo que han sido los problemas estructurales de pobreza, de racismo, de tierras y de una política secuestrada por unos pocos. En tiempo de crisis es difícil saber por dónde comenzar a trabajar, o atreverse a hacerlo cuando el ánimo y la esperanza parecen que nos desconocen.
Pero siempre hay razones para continuar creyendo. El viernes pasado a las cuatro de la tarde, en una esquina del parque Centenario un grupo pequeño de jóvenes (muy jóvenes) cambió el panorama cotidiano de los transeúntes. Eran aquellos que habían respondido a la llamada de replicar el movimiento de indignación en Guatemala. Cuando algunos amigos y yo llegamos al lugar encontramos personas tiradas en el suelo, escribiendo y hablando por un megáfono qué era lo que los indignaba en el país y que era lo que querían para Guatemala.
Admito que no era lo que pensé o lo que esperaba. Pero al momento de irme, tenía claras varias cosas que quisiera compartir hoy acá. Los organizadores no eran aún universitarios, eran estudiantes de bachillerato de últimos años. Me sorprendió verlos tan seguros y desenvueltos. Fueron además los que estaban dispuestos a abrir el diálogo. En un momento de esa tarde se pasó el megáfono a todo aquel que quisiera hablar. El micrófono estuvo abierto por casi dos horas, un ejercicio de hablar y de ser escuchado, es decir el acto mismo de dar muerte al silencio individualista y un primer paso para comenzar a articular una voz colectiva. Permitió que diferentes puntos de vista sobre los movimientos que se dan en España, en Chile y en Estados Unidos fueran discutidos por grupos más pequeños, que nos preguntáramos si estábamos cambiando algo con estar ahí esa tarde, por qué indignarse realmente en Guatemala y cómo articular diferentes posiciones. Esa tarde escuché muchas voces de personas que se detuvieron de su trayecto hacia la casa o una compra, para poder unirse a un grupo de guatemaltecos que no estaban de acuerdo con cómo nos toca vivir hoy.
Me entero también que Mario David Valdez, de 19 años, ganó un concurso organizado por las Naciones Unidas que consistía en elaborar una propuesta para mejorar una comunidad en su país y que fuera expuesto en un vídeo de 30 segundos. De 600 vídeos solamente tres fueron seleccionados, uno de ellos el de Mario David. El premio le permitirá poner en acción su plan de formar a 50 jóvenes cada año, para que también ellos puedan proponer cómo mejorar sus comunidades.
Es probable que poco se sepa de estos esfuerzos por hacer algo y negarse a rendirse con los brazos cruzados. También nos puede pasar ser hipercríticos y no dimensionarlos en su propio contexto y en sus reales medidas. No son perfectos, ni salvarán por sí solos a Guatemala. Pero nos demuestra que definitivamente hay algo que está todavía vigente en nuestra tierra. Todavía hay siembra de esperanza que tendremos que cuidar para cosechar dentro de poco.
PD: En algún lugar de la Mancha de cuyo nombre no puedo acordarme, el alcalde y su equipo han dejado de cobrar sus salarios para poder pagar una deuda municipal. Ya sé qué le voy a pedir al Niño Dios de regalo para Guatemala.
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