En mi vida secreta me encabrona que aquí uno puede morirse de las formas más absurdas, que somos un pueblo hecho víctima sin remedio aparente. Que hasta un guardia puede matarme, que seguramente él también es víctima allá donde no existen buenos y malos. Y encima debo estar agradecida porque es mejor esto que haber muerto o sobrevivido una migración, que trabajar desde la infancia o que me embarazara un familiar, que ser víctima de discriminación por ser mujer, por mi etnia. Agradecida cuando me asaltan, porque no me mataron. Me encabrona sentir que no puedo hacer nada.
En mi vida secreta traté de no dañar a otros y aprendí que la intención no es suficiente. También hice mucho bien, algún equilibrio he guardado. Estudié lo que quise, trabajé desde temprano, hice planes y no todos funcionaron, pero celebro los que sí.
En mi vida secreta violé varios mandamientos –quizá todos–. A estas alturas no hay drama ni arrepentimiento, excepto por el instante –demasiado largo– en el que no fui fiel a la persona que soy. De eso sí me arrepiento.
En mi vida secreta, alguien retorció una fibra que no sabía que existía y anuló a la mujer con carrera, extrovertida, valiente, feminista, segura e irreverente. Me hizo sentir culpable por ser yo. Nada en mi formación ni en mi discurso supuestamente interiorizado me preparó para eso, ni la terapia me sacó de allí. Me enfrenté a un concepto perfectamente simple en teoría y complicadísimo en la práctica. Me olvidé de aplicar el pensamiento científico: si la evidencia no encaja, abandone el modelo; un experimento no puede estar equivocado tantas veces. Me tragué para siempre las palabras “yo no entiendo a esas mujeres”, “a mí, nunca”. Para ellas mi comprensión y mi empatía.
En mi vida secreta me defendí y fui acusada de violencia. Me lo creí. Un día empecé a soñar que alguien sin rostro me estrangulaba y, al despertar, reconocí a mi lado al agresor.
En mi vida secreta descuido las plantas cuando estoy triste. Hoy tengo un jardín que invade todo pero igual llevo un par de años regando el cadáver de un árbol sólo para no olvidar lo que no se hace.
En mi vida secreta descubrí que era incapaz de hacer por mí lo que sin pensar habría hecho por una amiga. Permití lo que jamás habría permitido, sentí vergüenza. Cuando por fin reuní la fuerza para reconstruirme, la gente de la cual me había aislado, mi gente, estaba allí igual que antes. Para todos y cada uno mi sincero e infinito agradecimiento. Por obligarme a acelerar las cosas, por traer la música de vuelta, por recibir llamadas de madrugada, por distraerme, por embriagarme, por escuchar, por aceptar mi silencios y mi verborrea, por simplemente estar.
En mi vida secreta frecuentemente me cruzo con alguna mujer, la veo a los ojos y nuestros secretos se reconocen. A veces rompen el silencio y hablan. Luego vuelven a guardarse y son secretos de nuevo. Siento pena. Ellas y yo sabemos que hay días en que todo vuelve y todo duele. Cada vez menos, más distante, pero todavía.
En mi vida secreta alguna vez quise cambiar el mundo. Entendí que no puedo. Hoy sólo quisiera tocar al menos una vida, aportarle algo. Devolver un poco de lo que he recibido. Sé que no es cosa fácil, que casi todo pasa desapercibido, pero trato con mi teclado, desde este espacio, en aulas llenas de niños o de adultos, entre sismógrafos y computadoras, entre tragos y risas. De vez en cuando, encuentro a alguien que me hace saber que al menos una vez logré mi cometido.
Mañana cumplo 35 años y en mi vida secreta se acabaron las pesadillas. Redescubrí a mi familia y conseguí otra. La vida no me atropella, yo la elijo. Maté la ilusión y me encontró otra vez. Pasé por la paranoia pero ya pasó. Hoy conozco el valor de la tranquilidad e inventé sueños nuevos. Despierto feliz y me acuesto feliz no importando lo que pase en el día porque me gusta lo que hago y le otorgo valor a los procesos, a los intentos y junto con ellos, al descubrimiento, al aprendizaje, a compartir y compartirme. No todo sale bien pero, cuando no sale, me satisface haberlo intentado y siempre puedo tratar otra vez. Me resguarda la felicidad de la familia, el amor, unos cuantos amigos y, por qué no, un par de gatos que me buscan cuando me oyen llegar.
* In my secret life, canción de Leonard Cohen, del álbum Ten New Songs (2001).
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