El horrendo hecho sucedió en la casa de Ignacio Ellacuría, entonces rector de la UCA. Junto con él fueron asesinados a sangre fría Juan Ramón Moreno, Segundo Montes, Ignacio Martín Baró, Amando López y Joaquín López. Hay que mencionar también a Elba Ramos y a Celina Ramos, quienes formaban parte del personal de servicio.
Para los que conocen el enorme legado intelectual del Ellacu (como cariñosamente se le decía a Ignacio Ellacuría), impacta ver las fotografías de la escena del crimen. Ellacuría, postrado en el piso, hacía con su cuerpo la postura tradicional previa a la ordenación sacerdotal. En el rito romano de la ordenación sacerdotal, el candidato se postra en el suelo boca abajo en señal de humildad y de súplica. Algunos candidatos cruzan los pies y estiran los brazos emulando la posición corporal de la crucifixión. Como sea, es un momento íntimo y profundo, en el cual el compromiso de vida termina siendo sellado. A manera de ejemplo, valga decir que, en la bestial matanza de 47 estudiantes de la cristiana Universidad de Garissa (Kenia), varios de los muchachos murieron en esta postura corporal.
Ellacuría dedicó buen tiempo de estudio a las que se denominan las religiones abrahámicas (la tradición monoteísta) e hizo un fortísimo énfasis en el aspecto liberador y dignificador del monoteísmo. El simple de hecho de abandonar el rito pagano del sacrificio humano convirtió al ser humano en una criatura especial de la creación. Si hay un solo dios, hay una sola humanidad. Y esa humanidad no está condenada a vivir en dominación, sino en libertad. Y vive en libertad porque no puede ser sacrificada arbitrariamente en aras de ningún fin superior. Para Ellacuría, la defensa de la justicia era la defensa del sentido liberador de la tradición monoteísta, que construye, en esencia, la dignidad del ser humano. Lo anterior, decía Ellacuría, es hablar de derechos humanos.
Al Ellacu se lo acusó de haber sido comunista. Pero tal acusación es falsa. En el encuentro de religiones abrahámicas llevado a cabo en Córdoba en 1987, Ellacuría hizo una crítica lapidaria tanto al mercado como al marxismo-leninismo. Sobre el primero dijo: «El capitalismo hace de lo económico la última instancia determinante de todo lo demás [...] Es el economicismo materialista que se recubre con apariencias ideologizantes de toda especie». Sobre el segundo dijo: «El marxismo-leninismo hace del poder la última instancia determinante de todo lo demás [...] Es el politicismo materialista por antonomasia, que se recubre también con toda suerte de ideologizaciones». Incluso, en el famoso debate televisado que Ellacuría sostuviera con Carlos Alberto Montaner (un extracto editado del debate puede verse aquí), aquel dejó claro que no era un defensor de las dictaduras leninistas. Claro, en esas décadas, argumentar que lo prioritario era atender los males que aquejaban a las grandes mayorías era ponerse el calificativo de rojo.
De hecho, lo que Ellacuría quería apuntar no era otra cosa que aquella prescripción de santo Tomás: «Cum igitur quilibet homo sit pars civitatis, impossibile est quod aliquis homo sit bonus, nisi sit bene proportionatus bono communi» [1]. Pero es jodido pedirle a una bestia con fusil que entienda de filosofía.
Al Ellacu y a sus compañeros los mataron, primero, por pensar. Y segundo, por pensar con base en el sentido de la justicia. Por poner el dedo en la llaga. Dicho sea de paso, se cree que los ya referidos 47 jóvenes kenianos masacrados en 2015 (a manos de yihadistas) fueron muertos por ser cristianos viviendo en un país musulmán. Yo diría que, ante todo, por ser universitarios. En efecto, si algo detestan los faccia brutta, los dogmáticos, los autoritarios (sean milicos o civiles, yihadistas o seculares, demagogos de izquierda o derecha) es el acto de atreverse a pensar. La osadía de atreverse a cuestionar. De ser, esencialmente, como apuntaba Sócrates en el Fedón, «la mosca en la cola del caballo» (jode que jode y chinga que chinga).
A 28 años del vil asesinato de nuestros mártires se abre un halo de esperanza ahora que la Corte Suprema estadounidense determinó que procede la extradición a España del excoronel salvadoreño Inocente Montano (uno de los involucrados en este detestable hecho). Pero lo lamentable es no haber aprendido de la historia: matar al contrario, al opositor, al rival, a quien me cuestiona no es una forma civilizada de vivir. En la Centroamérica de hoy aún se mata. Y si no se mata, se desacredita, se insulta y se amenaza desde la sombra del anonimato.
El pecado del Ellacu fue intentar decir cosas complicadas en un ambiente tan polarizado. Pero su punto sigue siendo vigente. Se trata fundamentalmente de colocar cada una de las libertades en la jerarquía correcta, en su sano juicio, por lo que las libertades formales o elegantes son, en efecto, importantes. Pero nada nos dicen si sigue existiendo «el hambre y la sed de justicia» (como bien afirmaba Porfirio Miranda). Construir el reino de justicia no significa otra cosa que construir un proyecto donde todos —sin excepción— tengamos cabida y donde nadie deba ser sacrificado a costa de algún ideal ulterior.
La madurez de una sociedad se refleja en reconocer que lo dicho arriba nos obliga a discutir con seriedad y profundidad la atingencia de los diferentes modelos políticos y qué tanto estos proyectos dignifican o no a la humanidad. Porque, excepto que uno sea intolerante, dogmático y además un animal, lo anterior no es causa justificada para matar. ¿O sí?
Matar por defender la pureza de una idea es una total irracionalidad y una soberana bestialidad.
[1] «Siendo, pues, el hombre parte de la ciudad, es imposible que un individuo sea bueno si no lo es en relación proporcional con el bien común» (Tomás de Aquino, Summa theologiae, I-II).
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