A la incompetencia, el presidente suma el cinismo: siendo obvia su incompetencia, miente descaradamente diciendo que la gente protesta por no ver lo avanzado. Pero el acabose es la indiferencia: no le puede importar menos su cinismo. No le importa el daño que hace su incapacidad. Es su indiferencia —ante la falta de vacunas, ante la mafiosa fiscal— la que rebalsa el vaso.
Ya lo vimos antes. Pérez Molina no era particularmente incompetente. Su vicepresidenta sí. Para remediar un lago enfermo no imaginó nada mejor que comprarle sal a un merolico. Y cuando los agarraron en sus mañas —comprando un bote por aquí, defraudando en aduanas por allá— cínicamente quisieron salir del problema mintiendo. Pero el acabose fue la indiferencia: ¿y qué si se juntan en la plaza? Aquí nosotros, tranquilos.
Y así llegamos a la ominosa historia, que no se repite, pero sí que resuena. Luis XVI no era tan incompetente como ineficaz. Con demasiado poco y demasiado tarde quiso rescatar su monarquía. Fracasó en finanzas, en instituciones y en política. Como la élite aquí, a toda reforma la nobleza respondió: «Non!» Rezumando, como siempre, indiferencia: que coman pasteles. Que, aunque nunca lo dijo María Antonieta, igual podría haberlo dicho, pues la indiferencia era una tradición familiar. Sabemos cómo terminó todo eso y no fue bueno.
Así que a los valientes líderes indígenas no les ha quedado más remedio, otra vez: esta carajada la vamos a arreglar sí o sí. Y a los persistentes… no, corrijo, a las persistentes mujeres indígenas y mestizas, señaladoras de abusos, a las que llevan 20, 30, 40 años exigiendo un sistema que haga justicia, no les ha quedado más remedio que prepararse para otros 10 años si hiciera falta.
Y a los demás, a los que estamos en las gradas, trepados en las bardas, en la colonia urbana, en la oficina y en la tienda, no nos ha quedado más remedio que admitir, otra vez, que, de Giammattei, Morales, Pérez Molina, Maldonado Aguirre, Zury Ríos, Sandra Torres, Edmond Mulet…, ni licuados sale uno entero bueno, pues todos quieren lo mismo: asaltar el erario aunque ello exija servir a la élite y al narco. Y a los que votaron por el impresentable actual no les ha quedado más remedio que admitir que se equivocaron otra vez, igual que se equivocaron con Jimmy Morales y nos equivocamos todos al dejarnos escamotear la democracia con Maldonado Aguirre en 2015.
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Hoy algunos piden movernos al centro, como si el problema fuera la contradicción entre corrupción —que confunden con derecha— y denuncia —que confunden con izquierda—. Pero obligar a todos a entrar al centro es tan arbitrario y tan extremista como obligar a todo mundo a entrar a la izquierda o a la derecha. Y, para más inri, es no reconocer que en Guatemala centro quiere decir derecha. Sobre todo, quiere decir statu quo.
Pero tranquilos: paz y bien, que entre todos tenemos salida. El asunto no es caminar en el centro, sino en la misma dirección. En la manifestación caminan todos en la misma dirección aunque cada uno vaya con su propia pancarta, con su propia consigna: el libertario, el progresista, el socialdemócrata, ¡hasta el comunista, Dios nos libre, mamá! El indígena, el mestizo urbano, el campesino pobre de oriente y el migrante de Los Ángeles. Hoy lo importante no es qué piensa cada uno sobre la economía y el desarrollo, sobre el matrimonio homosexual o la libertad de locomoción. Ya habrá tiempo para debatirlo. Lo que importa hoy es que vayamos en la misma dirección: a Casa Presidencial a echar (se acabó el tiempo de pedir) al incompetente cerril que la ocupa, al Ministerio Público a expulsar al ser vil… perdón, a la servil fiscal de los corruptos, al Congreso a obligar a la tanda de mafiosos y mañosos leguleyos del mal, a las cortes que ya ni siquiera saben qué aspecto tiene la justicia.
Y urge porque el tiempo apremia. Porque no basta con echar corruptos, sino que de una vez hay que evitar que los de siempre hagan lo de siempre y regresemos a algo aún peor. Hay que entrar a las instituciones. Urge porque el tiempo apremia: en menos de dos años en Washington podrían estar de vuelta los alcahuetes chambones y maliciosos que en su pésima gestión dejaron de apoyar a la Cicig y enteramente sin necesidad permitieron que viniéramos a parar a este desastre.
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