¿Por qué adquirieron tanta notoriedad estos movimientos ciudadanos? Porque una buena parte de la clase media urbana se hizo escuchar. Además, nos sorprendió la coincidencia de diversos grupos y sectores unidos por una causa: la indignación ante la corrupción.
¿Por qué importa tanto lo que diga esa clase media si solo representa una pequeña porción de la población? Porque somos un país tremendamente clasista y racista, además de uno en el que todo está sumamente centralizado. Muchas de las demandas que hoy resuenan en la ciudad ya han sido dichas hasta el cansancio por otros, como los pueblos indígenas, pero nunca habían causado tanto impacto.
¿Cuáles han sido las lecciones de estas manifestaciones ciudadanas? Muchas, pero resalto dos: primera, que es posible encontrar intereses en común entre distintos sectores y que la unión hace la fuerza; y segunda, que no es malo (sino necesario) que nos constituyamos en seres políticos y que debemos replantear la forma de vivir la ciudadanía.
¿Qué conclusión puedo sacar? Que nadie está conforme con este sistema político y su institucionalidad, alias democracia (a menos que ese alguien sea un beneficiario del saqueo del Estado). Sin embargo, los enfoques de cómo cambiar el sistema varían desde quienes buscan reformas mínimas hasta quienes le apuestan a una reforma profunda del Estado.
¿Cuáles son los retos? Muchísimos, pero enfatizo algunos. El principal reto es la proximidad de las elecciones. Y es que, luego del grito contra la corrupción, la exigencia de reformas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos (LEPP) ha sido el clamor general. Estamos en la recta final de este gobierno y sabemos que no es el primero en robar y que tampoco será el último si no hacemos cambios significativos en el sistema político.
Esto plantea varias cuestiones que deben ser resueltas. Primera, que las reformas a la LEPP puedan ser aplicadas a estas elecciones. Si vamos a elecciones sin reforma, vamos a tener otros cuatro años iguales o peores y nos vamos a frustrar aún más. Segunda, las reformas a la LEPP ayudarían a sanear una parte del sistema político, pero no son suficientes. Tercera, la reforma tiene que pasar por el Congreso, y es casi imposible que los diputados voten contra ellos mismos. He aquí otro gran reto: ¿cómo lograr los cambios deseados sin tener el poder de decisión dentro de este sistema?
La consigna «En estas condiciones no queremos elecciones» resuena cada vez más. Y con justa razón.
Pero estamos contra el reloj. El escenario con mayores posibilidades es el de mantener la toma de posesión el 14 a las 14 (para tranquilizar a quienes se aferran al orden constitucional) y retrasar las elecciones para que las reformas mínimas se apliquen a estos comicios. El trabajo para lograrlo tiene que hacerse en cuestión de unos 20 días. Estamos contra el reloj.
Las manifestaciones de la plaza han comenzado a tomar la forma de diversas propuestas ciudadanas, pero faltan mayor articulación y establecer el cómo, un diálogo. Los temores que se tenían al inicio comienzan a hacerse presentes: desde sus trincheras, diversos grupos y sectores quieren liderar los cambios, y el ambiente de desconfianza y prejuicios se mantiene no de forma generalizada, pero sí como un fantasma. Ojo.
Otro gran reto es pretender que lo que no se ha cambiado en siglos cambiará en un par de meses. Tenemos que saber apostarles a los cambios urgentes en el corto plazo y mantener una visión a largo plazo. No podemos dejar de ver lo importante ni bajar la guardia. Si algo hemos aprendido en las últimas semanas es que la ciudadanía se puede ejercer de una forma más divertida que solo yendo a votar. Que construir ciudadanía es informarnos, expresarnos, organizarnos, manifestarnos, exigir a nuestros representantes, hacer propuestas y participar ¡permanentemente!
El momento de actuar sigue siendo ahora. El momento de influir en las decisiones que toman unos pocos pero nos afectan a todos es ahora. Y está lleno de retos: no permitir la penetración de estrategias de división, desinformación y miedo; propiciar un diálogo profundo en un tiempo muy corto no solo entre las diferentes trincheras de la sociedad civil, sino también entre generaciones y entre pueblos; hacer nuevas alianzas, dejar los prejuicios y plantearnos una nueva ética de liderazgo no solo político y empresarial, sino también social y popular; y, sobre todo, no olvidar que ya encontramos objetivos en común.
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