La renuncia del señor Pérez sería lo que debería suceder en las próximas horas, pero, sabiendo de su desesperación y autoritarismo, eso no sucederá si la sociedad no incrementa sus formas de exigencia y demanda. No son necesarios viajes a Washington para rogar al vecino poderoso que le zafe la alfombra. Hay que exigir a su representante en el país que deje de sostenerlo y protegerlo.
En las democracias un poco más desarrolladas, la renuncia del jefe de Gobierno en este caso sería inmediata, y el llamado a elección también. Pero el presidencialismo, como un modelo ya trasnochado y caduco del régimen democrático, tiene sus artimañas. Es necesario aprobar primero el antejuicio para luego, y solo si el implicado así lo decide, juzgarlo fuera del cargo. En la Constitución guatemalteca, hecha a medida del autoritarismo de quienes la autorizaron (Mejía Víctores y sus secuaces), no existe la figura del impeachment o juicio político de la alta autoridad. El Congreso no puede destituir al presidente, y ese será el candado al que se aferre el exgeneral.
En consecuencia, resulta curioso que, a pesar del bullicio por las reformas al sistema político guatemalteco, seamos escasos los que reclamamos la implantación de una democracia de a de veras, la institución del parlamentarismo pleno. Nuestra dependencia de los estadounidenses es tal que no somos capaces de siquiera imaginar que el presidencialismo es nefasto a pesar de la evidente bicefalia del ejercicio del poder y que en casos como estos el gobernante no puede ser removido legalmente sino hasta que sea declarado culpable de los delitos por los que se le acusa. El presidente puede responder al juicio ejerciendo el cargo, y Pérez Molina ya ha dicho que ese es su propósito.
La decencia y la ética política aconsejan que un jefe de Gobierno, cuando las sospechas son muchas o considera que ya no cuenta con el apoyo de la población, debe dimitir. En Grecia, el jueves 21 presentó su renuncia el primer ministro Tsipras al constatar no solo que ya no tenía respaldo mayoritario en el Congreso, sino que, lo más importante, no había conseguido cumplir con sus promesas de campaña. En consecuencia, las elecciones se adelantaron.
En Guatemala, la sustitución del presidente es indispensable, pero, de suceder la hipotética renuncia, su sustituto, el ahora vicepresidente, tiene la potestad de proponer al nuevo vicepresidente, que necesariamente tendría que ser nombrado por el actual Congreso. Vanas ilusiones tejen los que esperarían de Maldonado Aguirre el apoyo a un vicepresidente medianamente progresista, aunque contara con el apoyo de la embajada luego de religiosas visitas a Washington. El Cacif y el G8 ya estarán deshojando su margarita para escoger a su vicepresidente de transición. El gabinete seguiría siendo el mismo o con algunos cambios cosméticos para terminar el año. Los factores de poder siguen con la misma fuerza que antes del 16 de abril.
De esa cuenta, más que la sustitución inmediata del presidente, lo que urge es la sustitución de los miembros del Congreso, donde por décadas se han anidado las aves de rapiña, gestadas precisamente al amparo de esos grupos de poder que se han aprovechado ilícitamente de los bienes públicos. Y para eso ya están convocadas las elecciones. Es solo cuestión de que los ciudadanos, cargados de sensatez y cordura, escojan a los más idóneos entre los posibles.
No es que ahora podamos elegir a 158 dechados de virtudes, pues el Congreso no es un coro de ángeles, y aun entre estos, como cuentan las leyendas, resultaron apareciendo el cachudo y sus seguidores. Lindo sería que los procesos pudieran detenerse y que muchísimos más ciudadanos decentes crearan de la noche a la mañana sus partidos y, comprometidos con una ideología clara y concreta, se propusieran ante la población como sus futuros representantes. Pero debemos ser realistas: esos posibles candidatos no saldrán en cinco minutos. Son necesarios procesos de organización y afiliación para dar forma y contenido a las nuevas propuestas. De ahí que lo que urge, al contrario de lo que se ha esparcido, es que tengamos elecciones cuanto antes.
Si la presión social continúa y se alcanzan nuevas y mejores formas de organización política, el nuevo Congreso tendrá que responder a esas demandas de acuerdo con la correlación de fuerzas que se establezca. No es hora de grupos de notables escogidos por sabios patriarcas al estilo ProReforma. Es hora de elegir diputados a quienes podamos demandar, con la presión y la unidad social, transformaciones profundas que nos hagan dejar en el pasado, entre otras cosas, el nefasto presidencialismo. Y es hora también de que los nuevos líderes comiencen a crear nuevas organizaciones políticas. Podemos y Ciutadans en España son buenas referencias para las izquierdas y las derechas modernas de Guatemala. Es cuestión de decidirse a pasar de las verbenas cívicas a la organización política.
Más de este autor