El mismo Presidente de la República ha dicho: “Insto a los guatemaltecos a que se sumen al llamado por una reforma constitucional profunda, que nos abra el camino hacia la Guatemala del siglo XXI”.
¿Por qué es necesaria una reforma profunda del sistema? La sociología ha demostrado que las reglas formales e informales que están vigentes en una sociedad son importantes para determinar la moral pública que prevalece, así como de la posibilidad de producir bases adecuadas para la integración social y para la convivencia pacífica.
Entendí inicialmente esas palabras cuando viaje por primera vez a Washington: me sorprendió ver como en los Estados Unidos, los conductores en todo momento respetan al peatón, y se cuidan incluso de accionar sus ruidosas bocinas cuando el vehículo de enfrente se distrae por un momento al poner la luz verde del semáforo. Me sorprendió aún más ver la actitud de las personas: entablan conversación con los demás en plena calle, viven en casas que no están llenas de barrotes, cercas y alarmas, y en general, existe mucha más oportunidad de hacer amistad con desconocidos en Washington, que en la ciudad de Guatemala.
A mi regreso, empecé a preguntarme por qué los chapines somos tan desconfiados, tan parcos con el extraño, tan agresivos cuando manejan, tan abusivos cuanto tienen un poco de poder. Durante mucho tiempo, la duda siguió rondando mi cabeza.
Empecé a entender el problema cuando me enteré de un conocido que por ser honesto y cumplidor, fue despedido porque se opuso a prestarse a una acción cuestionable; fue mucho peor cuando volví a verlo y me enteré que había pasado dos años antes de volver a conseguir otro empleo. Cuando converse con él, me juró que la próxima vez, no volvería a cometer el mismo error.
Recordé también cómo, durante la época de los noventa, mi madre, que tenía una pequeña empresa de decoración y elaboración de cortinas, consiguió lo que consideraba un buen cliente: un flamante diputado del Congreso de la República que encargó muchas cortinas. Semanas después, ya entregado el producto, fui testigo de las peripecias de mi mamá por conseguir el complemento del pago por el servicio prestado; las idas y venidas, las humillaciones, las súplicas y los reiterados requerimientos por un dinero que nunca llegó.
Hace un par de semanas viví en carne propia la irracionalidad de un sistema que castiga al que trata de hacer bien las cosas, y premia al que se aprovecha para obtener ganancias poco éticas: como fui funcionario durante un lapso de un año durante el gobierno de Álvaro Colom (2008-2009), me alcanzó la revisión exhaustiva que la Contraloría General de Cuentas hizo del presupuesto 2011, debido a las sospechas de malos manejos financieros con los que terminó el gobierno anterior. El resultado: en una muestra de excesivo rigorismo, fue dictada una exorbitante multa por un error administrativo, la cual fue impuesta por igual a más de 12 servidores y ex empleados públicos en forma retroactiva desde el 2006 hasta el 2011.
La combinación de malos sueldos, mucho trabajo, pésimas condiciones y la sombra de castigos elevados por cualquier error cometido, desincentivan a quien realmente quiere hacer algo en la Administración Pública y promueven el “dejar hacer, dejar pasar”.
Cuando una sociedad castiga duramente a quien intenta hacer las cosas bien, y premia en forma excesiva a aquellos que merecen un castigo ejemplar, el resultado es que no existen adecuados incentivos para la moral, ni la decencia, ni los valores públicos.
Esta verdad incontestable ya la había nombrado desde mucho antes la sociología: esa crisis se llama Anomia.
“Durkheim primero concibió a la anomia como una forma anormal de la división del trabajo. (…) Así, Durkheim propone que la solidaridad y el equilibrio entre partes funcionalmente diferenciadas debe en última instancia depender del acuerdo mutuo relativo a procedimientos operativos. Este acuerdo sobre procedimientos y reglas de juego necesarias surge de la interacción y el contacto prolongados, y a su vez brinda estabilidad a las relaciones complementarias” (Girola, Lidia. 2005, 48).[1]
Mientras se siga castigando severamente a quien no puede defenderse, y se proteja a aquel que tiene contactos sociales o políticos, o que cuenta con suficientes recursos económicos como para estar más allá del bien y del mal, esta sociedad se seguirá desangrando en una larga, prolongada y estéril lucha, que estaremos condenados a repetir por los siglos de los siglos.
“Decidme en qué consiste el matrimonio o la moral de un pueblo y les daré los principales rasgos de su constitución”
(Emile Durkheim, citado por Girola, 2005, 42)
[1] Lidia Girola, (2005) “Anomia e individualismo”. Editorial Anthropos, Universidad Autónoma Metropolitana, España.
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