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En Centroamérica mueren cañeros por enfermedad renal

”La Isla”, una pequeña comunidad de Chichigalpa, ahora es conocida como “la Isla de las Viudas”
Un enigma sobre causa de enfermedad; detectan insolación y deshidratación entre factores probables
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En Centroamérica mueren cañeros por enfermedad renal

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LA ISLA, Nicaragua —Maudiel Martínez tiene 19 años de edad y una tímida sonrisa, una maraña de pelo negro y rizado y un cuerpo delgado y muscular debido a sus años de trabajo en los cultivos de caña de azúcar. Durante la mayor parte de su adolescencia fue un joven saludable y fuerte que pasaba sus días talando las altas cañas con su machete.

Hoy Martínez sufre de una enfermedad letal que ha devastado a su comunidad junto con muchas otras en Centroamérica, la cual afecta a miles de cortadores de caña. La enfermedad ya mató a su padre y a su abuelo y ya atacó a sus tres hermanos mayores.

Esta enfermedad se nos come los riñones desde dentro”, dijo Martínez. “Nosotros no queremos morir, y nos da pesar porque sabemos que no tenemos esperanza”.

La enfermedad de Martínez está en el corazón de un misterio letal y de una historia de descuido  industrial y gubernamental, en la cual está implicado el gobierno americano, que ha ignorado peticiones de tomar medidas contundentes para dar a conocer la enfermedad y encontrar una cura. Otras naciones más ricas están prestando más atención a la creciente producción de biocombustibles en la industria azucarera de la región y a mantener el gran flujo de azúcar hacia los consumidores y productores de alimentos de los Estados Unidos que a los problemas de los que la cultivan.

Pasando prácticamente inadvertida, la enfermedad renal crónica (ERC) se está abriendo camino a través de una de las poblaciones más pobres del mundo, en una franja en la costa pacífica de Centroamérica que se extiende a lo largo de seis países y cerca de 1.130 kilómetros. Sus víctimas son los trabajadores manuales, en especial los corteros de caña.

Cada año desde 2005 hasta 2009, la enfermedad renal ha matado a 2.800 hombres en Centroamérica, según el análisis de los datos de la Organización Mundial de la Salud llevado a cabo por la International Consortium of Investigative Journalists. El mayor número  de víctimas se registra en El Salvador, seguido de Guatemala. En el 2009, por ejemplo, según los datos de la OMS fallecieron 1,592 hombres en El Salvador, 1,084 en Guatemala, 815 en Nicaragua y 202 en Costa Rica. Solo en El Salvador y Nicaragua en las últimas dos décadas, el número de hombres que han muerto de enfermedad renal se ha quintuplicado. Hoy son más las víctimas de la enfermedad que las de VIH/SIDA, diabetes y leucemia sumadas.

“En el siglo 21, nadie debería morir de enfermedad renal”, dijo Ramón Trabanino, médico de El Salvador que ha estudiado la epidemia durante una década.

La oleada de enfermedad renal está atestando los hospitales, agotando los presupuestos de salud y dejando una estela de viudas y niños en las comunidades rurales. En el Salvador, la ERC es la segunda causa principal de muerte masculina. En la provincia de Guanacaste, Costa Rica, el hospital regional tuvo que desarrollar un programa de diálisis en casa porque estaba tan colmado de víctimas de ERC que empezó a quedarse sin camas disponibles para las víctimas de otras enfermedades.

Tantos hombres han muerto en algunas regiones rurales de Nicaragua que la comunidad de Maudiel Martínez, llamada La Isla, se conoce ahora como La Isla de las Viudas.

A primera vista, esa exuberante comunidad rodeada de vastos cultivos de caña no se diferencia de muchas otras de América Latina: niños que andan en bicicleta por caminos de tierra o juegan con los perros, los cerdos y las gallinas. Pero ahora hay pocos hombres en los jardines de las casas. Y adentro de ellas, las fotos de esposos, padres y hermanos muertos adornan las mesas y los muebles. No se arman corrillos de viejos comentando los chismes y las noticias, hecho tan común en las comunidades más alejadas de la costa Pacífica. 

Aquí, las mujeres se esfuerzan mucho para ganar poco, por medio de trabajos inusuales. Algunas, incluso, trabajan en los cultivos de caña donde antes trabajaron sus maridos.

“Mis hijos han sufrido mucho”, dijo Paula Chávez Ruíz, una viuda de La Isla cuyo marido, Virgilio, murió en 2009, dejándola a cargo de sus cuatro hijos. Cuando encuentra clientes, vende fruta y enchiladas. “Es triste querer darle de comer a tus hijos, y no tener qué darles. A veces ni siquiera para comprar una bolsa de sal”.

Un enigma letal y un puñado de investigadores

 

En los Estados Unidos, las causas principales de enfermedad renal crónica son la diabetes y la hipertensión. Pero la enfermedad, que consiste en un progresivo deterioro de las funciones renales, suele ser un mal manejable, que se puede controlar con tratamiento. Los médicos comprenden sus causas y sus curas.

 

En Centroamérica, los orígenes de la enfermedad son más enigmáticos y frecuentemente más  letales. Los trabajadores afectados en los cultivos de caña de azúcar cerca del Pacífico no suelen padecer ni de  diabetes ni de hipertensión.

 

Algunos científicos sospechan que el contacto con alguna toxina desconocida, probablemente durante la jornada de trabajo, puede ser el detonante de la enfermedad.  Los investigadores concuerdan en que la deshidratación y la insolación producto de las arduas jornadas laborales son factores probables, e incluso en que pueden llegar a ser la causa de la enfermedad. Los trabajadores, a quienes se les paga no por la cantidad de horas o días trabajados sino por la cantidad recogida, suelen trabajar hasta el extremo de la deshidratación y el desmayo, hiriendo de ese modo sus riñones en cada turno.

 

Usualmente, la ERC ataca unos pequeños vasos sanguíneos del riñón llamados glomérulos; la epidemia Centroamericana ataca los túbulos. La ERC suele afectar a adultos mayores, hombres y mujeres con igual frecuencia; la epidemia afecta mayormente a los hombres de mediana edad, especialmente a los corteros de caña pero también a los mineros y otros trabajadores agrícolas.

 

Una creciente comunidad de investigadores está haciendo un llamado por el reconocimiento de una nueva enfermedad aún no incluida en los manuales médicos: “nefropatía mesoamericana”, “nefropatía agrícola endémica”, o “nefropatía azucarera”. El director del programa nacional de ERC de El Salvador ha escrito acerca de una “nefropatía regional mesoamericana” que algún día llegaría a ser reconocida mundialmente.

 

“Es crucial que la enfermedad renal crónica que está afectando a miles de trabajadores rurales en Centroamérica sea reconocida por lo que es: una enorme epidemia con un impacto tremendo sobre la población”, dijo Víctor Penchaszdeh, epidemiólogo clínico de la Universidad de Columbia y frecuente consultor de la Organización Panamericana de la Salud (PAHO) sobre enfermedades crónicas en América Latina.

 

El doctor Ramón Vanegas, nefrólogo encargado de estudiar las aplicaciones para pensiones por enfermedades ocupacionales presentadas por los trabajadores al Instituto de Seguridad Social de Nicaragua, sostiene que todos los casos que él califica como ERC ocupacional siguen un patrón de lesión de los túbulos renales y de insolación.

 

“Usualmente han estado trabajado y han tenido espasmos musculares, han sufrido fiebres y se han desmayado”, dijo Venegas acerca de los pacientes cuyas aplicaciones ha aprobado. “Entonces regresan al trabajo, se exponen a los mismos síntomas, y el ciclo se repite. Dos o tres años después, el paciente contrae ERC”.

 

Mientras los médicos ponderan sobre etiquetas y diagnósticos, el misterio persiste: ¿por qué esta forma particular del ERC ataca a los hombres de un modo singular y en esta región específica?

 

Algunos estudios sugieren que ciertos factores de riesgo, desde el contacto con pesticidas al abuso del alcohol, pasando por el uso frecuente de drogas antiinflamatorias, pueden jugar un papel importante en la aparición del ERC. Otros demuestran que mineros, estibadores y trabajadores de cultivos en regiones afectadas también presentan altas tasas de ERC; un estudio en Nicaragua encontró un poblado minero que tenía una de las tasas más altas del país.

 

“La evidencia decididamente favorece la hipótesis de que el agotamiento debido al calor –trabajo duro en un clima caliente sin la necesaria reposición de fluidos– es una de las causas de la enfermedad”, dijo Daniel Brooks, investigador principal en un equipo de científicos de la Universidad de Boston, uno de los pocos que están llevando a cabo estudios tempranos.

 

Durante días el equipo observó a los cortadores; la temperatura media en los campos era de 35,5 grados. En su reporte anotaron que la Administración de Seguridad y Salud Ocupacionales (OSHA) de los Estados Unidos, encargada de velar por la seguridad en los lugares de trabajo, exige 45 minutos de descanso por cada 15 minutos de trabajo bajo esos niveles de calor.

 

La investigación preliminar del equipo refuerza la hipótesis del agotamiento debido al calor; las muestras de orina y sangre de los diversos tipos de cortadores de caña durante un período de recolección  evidencian la presencia de problemas renales entre los que trabajaron al aire libre. Antes ya habían identificado diversas prácticas y químicos en la compañía que eran una potencial amenaza para los riñones. Brooks dice que se necesitan ulteriores investigaciones antes de sacar alguna conclusión.

 

Estudios internos hechos por la Nicaragua Sugar, dueños de uno de los cultivos de caña más grandes de Centroamérica, facilitado a ICIJ por la misma compañía, muestran que se ha tenido evidencia de una epidemia conectada con la insolación y la deshidratación desde hace tiempo. En 2001, el doctor de la compañía Félix Zelaya llevó a cabo un estudio interno sobre las causas de ERC en sus trabajadores.

 

“El trabajo extenuante con exposición a temperaturas ambientales altas sin un programa de hidratacion adecuado son los que predisponen al síndrome de fatiga por calor (Insolación) que es uno de los factores importantes en la génesis de ERC,” concluyó Zelaya.

 

La Nicaragua Sugar y otras compañías afirman que han intentado voluntariamente proteger a los trabajadores mejorando su hidratación, reduciendo las horas de trabajo y reforzando el control sobre los contratistas laborales.

 

Aún así, Nicaragua Sugar debate la existencia de una única enfermedad renal entre sus trabajadores. 

Indicios de problemas

En el año 2000, el médico salvadoreño Trabanino notó una gran cantidad de trabajadores de mediana edad entrando a su hospital en El Salvador, todos con casos avanzados de ERC.

“Por algún motivo esto le parece normal al resto del mundo”,  dijo. “A mí me parece extraño y curioso”. 

En el 2002, Trabanino publicó uno de los primeros estudios sobre la enfermedad, un perfil de 205 pacientes admitidos en su hospital con enfermedad renal terminal. Dos tercios de esos casos carecían de los factores de riesgo comunes a la ERC, y compartían algunas características.

“Casi todos eran hombres que vivían en las zonas más bajas del país, cerca de la costa y cerca a algún río principal”, escribió Trabanino en el PanAmerican Journal of Public Health. Gran parte de los pacientes también estuvieron sometidos a “contacto ocupacional frecuente con insecticidas y pesticidas sin la protección adecuada”.

Otro estudio sobre pacientes de enfermedad renal del norte de Costa Rica –de nuevo provenientes de una región baja y sofocante cercana a la costa Pacífica– mostró un patrón similar.

“Todos son hombres jóvenes, entre los 20 y los 40 años de edad”, escribió el doctor Manuel Cerdas, de Costa Rica, en la revista Kidney International. “La característica más interesante de estos pacientes es epidemiológica: todos llevan años trabajando como corteros de caña”.

Posteriormente, Cerdas descubrió que las víctimas de la epidemia compartían otra condición: la enfermedad atacaba los túbulos de sus riñones. La enfermedad túbulo-intersticial es rara, culpable tan solo del 3.7% de los casos de enfermedad renal terminal en los Estados Unidos. Los casos conocidos involucran exposición a toxinas y deshidratación.

Hoy en día El Salvador promueve pruebas de sangre en las zonas más afectadas para tratar de encontrar casos en etapas aún tratables. Trabanino, que ha estudiado la epidemia por más de una década, cree que los chequeos, las campañas de educación pública y el mejoramiento de la seguridad laboral podrían detener la expansión de la enfermedad, si tan solo hubiera recursos disponibles.

Mientras tanto, los investigadores de Centroamérica libran una difícil batalla. Los escasos estudios sobre ERC existentes han sido llevados a cabo únicamente en hospitales y comunidades afectadas donde la gente ya estaba enferma. Las teorías sobre el probable rol de químicos tóxicos en la aparición de la enfermedad son difíciles de probar, ya que los científicos necesitan tener acceso a las víctimas de la epidemia cuando se están empezando a enfermar.

Silencio alrededor de la ERC; acción rápida en biocombustibles 

Las compañías centroamericanas de azúcar han sido reacias a abrir sus puertas a los investigadores en salud externos. Sus defensores creen que las industrias temen que la enfermedad se catalogue como  de tipo ocupacional. La resistencia de aquellas ha empezado a ceder, particularmente en el Ingenio San Antonio de la Nicaragua Sugar, donde ahora trabaja el equipo de la Universidad de Boston. Pero por lo general la industria les ha negado a científicos independientes el acceso  a sus propiedades, empleados y registros.

Aurora Aragón, especialista en salud ocupacional de la Universidad de León en Nicaragua, afirmó que en 2004 los investigadores de una ONG internacional llamada SALTRA le pidieron a las principales compañías azucareras colaborar con un estudio sobre la seguridad de los trabajadores. El Ingenio San Antonio y el Ingenio Monte Rosa ignoraron la petición.

Y en 2007, comenta Aragón, otra petición de acceso fue rechazada por el Ingenio San Antonio.

“Y ese fue el fin del asunto”,  dijo. “Ni una sola compañía azucarera nos dio permiso para estudiar el problema”.

Mario Amador, vocero del gremio industrial nicaragüense que representa los cultivos contactados por SALTRA, dijo que la industria ha aceptado estudios de doctores, estudiantes de medicina y autoridades de salud, pero debe tener cautela al compartir información con extraños.

“Personas con malas intenciones han tratado de vincular a la ERC con el trabajo en la industria azucarera porque esta industria fue la primera en encontrar altas tasas de ERC en los trabajadores que vinieron a los cultivos en busca de trabajo”, dijo Amador. “Y es gracias a estos ataques constantes que los cultivos y sus empleados son muy cuidadosos a la hora de dar información a cualquier persona o institución”.

Los productores centroamericanos juegan un papel importante en el negocio mundial del azúcar; en 2011 los Estados Unidos importaron más de 330.000 toneladas métricas de azúcar de la región, equivalente a un 23% de las importaciones totales de azúcar sin refinar. El gobierno estadounidense ha promovido impetuosamente la industria azucarera –en las áreas afectadas por la epidemia– no sólo como ingrediente culinario sino como fuente de biocombustible del etanol. Los Estados Unidos patrocinaron conferencias para promover los biocombustibles tanto en Nicaragua como en El Salvador incluso hasta el 2008, según cables diplomáticos publicados por WikiLeaks. Sus embajadores se reunieron en varias ocasiones con los líderes de la industria azucarera de ambos países, angustiados por el posible fracaso en el desarrollo de la producción de etanol, que podría llevar a estas naciones a depender de las importaciones de petróleo de la Venezuela de Hugo Chávez.

En el 2007, el entonces embajador Paul Trivelli notificó al Departamento de Estado de Estados Unidos acerca del primer cargamento de etanol del Ingenio San Antonio y escribió que la compañía había alcanzado “el potencial para desarrollar industrialmente los aspectos positivos de los biocombustibles”. Pero se mostró preocupado por la posibilidad de que el presidente izquierdista de Nicaragua, Daniel Ortega, fuera influenciado por Hugo Chávez en su oposición a los biocombustibles.

Al año siguiente, Trivelli escribió que el Departamento de Estado había designado a Nicaragua como “un país de alta prioridad” en cuanto a los biocombustibles. La embajada en El Salvador, el vecino norte de Nicaragua, también promovió forzosamente el etanol: los embajadores se reunieron con los líderes de la industria azucarera, compartieron con el Departamento de Estado sus preocupaciones acerca de los efectos políticos de las importaciones de petróleo de Venezuela, y patrocinaron una conferencia para la promoción de biocombustibles.

Mientras tanto, el Banco Mundial ha proporcionado más de $100 millones en préstamos para la promoción de la producción de biocombustibles en dos cultivos fuertemente afectados, préstamos que aprobó sin una considerar formalmente las enfermedades renales. Tras las protestas de los trabajadores, el Banco proporcionó $1 millón para patrocinar el estudio en curso de la Universidad de Boston.  

Antes de recibir los préstamos, las compañías tenían que demostrarle al Banco que estaban cumpliendo con los estándares sociales y ambientales. Equipos de evaluación publicaron brillantes informes de las prácticas de los Ingenios San Antonio y Monte Rosa en septiembre de 2006 y mayo de 2007. Ninguno menciona la ERC.

En octubre de 2006, la junta de la Corporación Financiera Internacional (IFC) –el prestamista del Banco Mundial para proyectos del sector privado– aprobó $55 millones para el Ingenio San Antonio. Un préstamo de $50 millones para el Ingenio Monte Rosa fue aprobado en junio de 2007.

Con el dinero, las compañías crecieron, enviando a más trabajadores a los cultivos de caña.

Edgar Restrepo, director general de inversiones de la IFC, dijo que su equipo sí consideró la ERC cuando evaluó el Ingenio San Antonio, pero que el contenido de sus deliberaciones es privado. Adriana Gómez, vocera de la IFC dijo que la IFC había “cumplido con sus estrictos estándares sociales y ambientales en el proceso de diligencia debida”.

 

“Estamos seguros de no tener nada que ver con la enfermedad renal”, dijo el vocero Ariel Granera. “Nuestras prácticas productivas no generan y no son factores causantes de la ERC”.

Estancamiento en Ciudad de México

 

Aunque los gobiernos de Centroamérica han destinado pocos recursos a la lucha contra la ERC, han empezado a dar la voz de alarma.

 

El gobierno de El Salvador ha sido valiente en el llamado por la ayuda de la investigación internacional. En una cumbre de Naciones Unidas para ministros de salud que se llevó a cabo en Ciudad de México este febrero, la ministra de salud de El Salvador, María Isabel Rodríguez, declaró que la enfermedad renal crónica estaba “devastando nuestra población” a lo largo de Centroamérica. Hizo un llamado a sus colegas ministros de salud para incluir la ERC entre las enfermedades crónicas principales en las Américas, paso que podría atraer los fondos de Naciones Unidas para investigación.

 

La propuesta de Rodríguez tuvo fuerte oposición por parte del invitado más poderoso de la cumbre: los Estados Unidos.

 

Rodríguez dijo que la delegación de Estados Unidos se rehusó tanto a incluir la enfermedad en la lista de las enfermedades crónicas más serias del continente, como a aceptar un lenguaje que sugería que la epidemia tenía causas claramente relacionadas con la exposición a químicos tóxicos.

 

Algunos representantes centroamericanos dijeron que se sentían tan indignados que se rehusaban a firmar la declaración final de la conferencia hasta que no se incluyera la ERC. Durante un tenso momento, la disputa amenazaba acabar con el consenso alcanzado en la cumbre. El resultado: una sola frase mencionando la enfermedad renal crónica en Centroamérica.

 

David McQueen, delegado estadounidense del Centro para el Control y la Prevención de las Enfermedades, le dijo al ICIJ que los Estados Unidos se oponían a mencionar la ERC para mantener el énfasis en la diabetes, las enfermedades del corazón y el cáncer.

 

“Las declaraciones que se hacen rara vez son exitosas, a menos que estén muy bien dirigidas”, dijo.

 

McQueen, que ahora está jubilado, dijo que no estuvo al tanto de la dramática expansión de la enfermedad renal crónica hasta que el tema se discutió en la conferencia.

 

“La cuestión del riñón crónico tomó a todo el mundo por sorpresa”,  dijo”,  “¿Por qué le están haciendo tanta fuerza?”.  MacQueen se enteró en la reunión de que era “un problema significativo”, causando “una sangría enorme en el presupuesto” de los médicos y hospitales en Centroamérica.

 

Pero incluso después de conocer mejor el tema, los Estados Unidos han hecho poco al respecto. Kathryn Harben, vocera del CDC, dijo que durante una cena la noche de la cumbre en Ciudad de México, el CDC se ofreció informalmente a ayudar a los ministerios de Centroamérica. Aún no ha empezado a hacerlo, dijo ella, porque los ministerios no han presentado una petición formal. El funcionario de salud más importante de la cumbre, el doctor Howard K. Koh, subsecretario de salud en el Departamento de Salud y Servicios Humanos, no quiso ser entrevistado para esta crónica. 

 

Enférmate y perderás tu trabajo

 

Los Ingenios San Antonio y Monte Rosa, los cultivos más grandes de Nicaragua, ahora llevan regularmente a cabo exámenes  que miden en la sangre de los trabajadores los niveles de creatinina, un químico que indica el funcionamiento de los riñones. Los trabajadores con niveles altos de creatinina son despedidos, una medida necesaria según las compañías para prevenir que los trabajadores enfermos arriesguen su salud ulteriormente en los cultivos.

 

El despido también impide que los trabajadores recurran a los hospitales de las compañías y muchas veces a tener acceso a sus pensiones.

 

El Ingenio San Antonio afirmó que ha reducido las jornadas laborales, que ha proporcionado más agua y soluciones hidratantes y que ha contratado trabajadores sociales que acompañan a los contratistas a los cultivos para asegurar su correcta hidratación. Actualmente, la jornada laboral no tiene más de ocho horas para los trabajos físicamente extenuantes, y la compañía proporciona ocho litros de agua y 2.700 milímetros de solución hidratante diariamente a cada trabajador, dijo el vocero Granera.

 

En noviembre de 2009, Maudiel Martínez se subió a un bus de la compañía una mañana, camino de los cultivos. Tenía 17 años de edad y empezaba su cuarto año con el Ingenio San Antonio. La temporada de recolección estaba a punto de comenzar y, siguiendo la rutina, la compañía había llevado a cabo exámenes de sangre para ver si sus trabajadores estaban suficientemente saludables para trabajar en los cultivos.

 

Martínez estaba en el bus cuando recibió la noticia: no había pasado el examen de creatinina. Estaba enfermo.

 

“Lloré de tristeza”, dijo Martínez. “Era tan joven, a los 17 años uno aún es un adolescente”.

 

El diagnóstico significaba que Martínez tenía prohibido trabajar en la compañía. Con una familia en graves aprietos económicos y sin alternativas de trabajo, Martínez tomó un nombre y un número de seguridad social falsos y regresó a trabajar a los mismo cultivos, para un contratista independiente al que, como dijo Martínez, poco le importaba que éste tomara el nombre y el número de seguridad social de una mujer.

 

Desmayo en los cultivos

 

El 10 de junio de 2011 a Martínez se le ordenó cortar cuatro hileras de caña. Su tarea consistía en pelar las hojas, cortar las cañas en pedazos y reunirlas en atados. Alrededor de cuarenta piezas forman un atado. A cambio de este trabajo recibió una córdoba por atado; menos de cinco centavos de dólar.

 

A las 8:30 de la mañana había cortado dos hileras. Empezó a sentirse mal, pero continuó cortando bajo el calor abrasador.

 

“El sol estaba demasiado fuerte y yo sudaba a través de mi camiseta como si me hubieran echado agua encima”, recordó Martínez.

 

Cuando había terminado sus hileras, cerca de las once, Martínez tenía fiebre y sentía náuseas. Descansó 15 minutos pero aún tenía que armar los atados. Otro trabajador vino en su ayuda.

 

Martínez dijo que terminaron a la 1 p.m., y el bus vino media hora después a recoger a los trabajadores para llevarlos a la casa. Cuando llegó, Martínez estaba desesperado y enfermo.

 

“Me subí al bus y ya no podía caminar”, explicó.

 

Como Martínez era un trabajador contratista, no podía ir al hospital de la compañía. Tomó el bus hacia su casa y arriba empezó a vomitar. El bus no paró.

 

“Los muchachos me dejaron sacar la cabeza por la ventana del bus”, dijo.

 

La calle donde el bus lo dejó está del otro lado de su casa, pasando un río pando. Su madre y su hermano lo cargaron a través del río para llevarlo a la cama.

 

Pronto después de su desmayo, Martínez supo que sus niveles de creatinina estaban altos. Llevaba días sin apetito, tomando sólo bebidas frías para aplacar la sensación de fiebre.

 

“Si la muerte viene en camino, tenemos que resignarnos a esperarla”, dijo Martínez. “Resignarse quiere decir esperar lo que la enfermedad te va a traer. Porque tú me miras ahora y parezco normal, pero por dentro estoy como en llamas”.

 

*Esta investigación periodística es un proyecto del Center for Public Integrity. El texto original puede leerse. 

*Sasha Chavkin y Ronnie Greene, International Consortium of Investigative Journalism (ICIJ) 

 

Para conocer más sobre la Enfermedad Renal Crónica en Centroamérica  y la lucha para identificar sus causas y brindar tratamiento a sus víctimas, pueden visitar los siguientes sitios:

 

La Isla Foundation

 

Pan American Health Organization

 

SALTRA (Programa Salud y Trabajo en America Central)

 

NefroLempa

 

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 "Este texto fue elaborado y publicado por Confidencial en Nicaragua. Plaza Pública lo reproduce con su autorización". 

 

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