El reloj electoral sigue corriendo inexorablemente, y como si nada, apenas estamos a cinco meses de la convocatoria a elecciones 2023, lo que equivale a 192 días exactos, lo que significa que aproximadamente dentro de diez meses, conoceremos a las dos opciones que probablemente ocuparían la primera y segunda casilla en la lista de candidatos, probabilidad que es casi segura, teniendo en mente que en los 38 años de democracia y en los nueve procesos electorales pasados, ningún candidato ha obtenido la mayoría absoluta de votos, con lo que siempre se ha producido una segunda vuelta de votaciones, la cual ocurriría aproximadamente el 20 de agosto del 2023, un poco mas de 12 meses desde la presente fecha.
El panorama político, sin embargo, no podría ser más sombrío: por un lado, se siguen acumulando los pendientes y los problemas; por ejemplo, las amenazas del clima, el pésimo estado de la infraestructura y en particular, de la red vial, sumado a los impactos cada vez más notables de la crisis de salud que probablemente, se agudizará en los próximos días, debido a una combinación de dos factores: por un lado, la tasa de vacunación mas baja del continente americano, sumado a la pésima decisión del gobierno de eliminar la obligatoriedad del uso de las mascarillas, sin contar con el hecho de que en estos dos años de pandemia, el sistema institucional de salud ha ido deteriorándose a pasos agigantados. La suma de esos desaciertos, por lo tanto, solamente pintan un panorama desolador: estamos muy lejos de exorcizar nuestros fantasmas y demonios, por lo que seguimos tercamente en la senda del fracaso como país y como sociedad.
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Políticamente hablando, la democracia guatemalteca sigue atrapada en sus conflictos, los cuales corren en paralelo con la destrucción de la infraestructura debido al clima. La corrupción se ha convertido en el tsunami que sigue destruyendo lo poco de lo que todavía podíamos enorgullecernos: primero, se fueron esfumando los esfuerzos por los que en el 2015, Guatemala fue ampliamente reconocida como un ejemplo en el mundo, debido a la expectativa de transformación que auguraba un combate ejemplar a las estructuras mafiosas que durante décadas, habían cooptado las instituciones públicas. Ahora, desde mayo del presente año, existe un proceso que ha violentado la naturaleza académica de la única universidad pública del país, con lo cual, la Usac se encuentra en un proceso acelerado de desprestigio y polarización que amenaza con deteriorar su función y su larga trayectoria institucional.
Lamentablemente, el panorama electoral sigue siendo igualmente sombrío: no existe al momento de escribir estas líneas, una opción clara y contundente que se avizoré como una alternativa real y verdadera que pueda erigirse como actor real del cambio que Guatemala demanda a gritos, especialmente si tenemos en cuenta que los últimos gobiernos se han empeñado tercamente en mantener el camino del desastre colectivo al que cada día se encamina este país. Ojalá, en estos meses que quedan por delante, finalmente exista una gran alianza electoral que finalmente logre revertir la tendencia a elegir gobiernos ineptos, autoritarios y poco abiertos a los cambios, que han sido los responsables de tantas desgracias y tantas malas decisiones.
Dice el dicho que la esperanza es lo último que muere y, fiel a esta frase, espero sinceramente que los ciudadanos guatemaltecos aprendan de sus errores y, en las próximas elecciones 2023, dejen de votar por las razones equivocadas, por ejemplo, por el miedo a que llegue una opción considerada peor –el sentir que llevó a la presidencia al actual mandatario–, y de veras votemos teniendo en mente la mejor opción, si es que esta existe. De lo contrario, sigo pensando que es preferible elegir la opción nula: es tiempo de enviar a la clase política del país, el mensaje claro y contundente de que no nos representan. Seguimos esperando un verdadero o verdadera estadista que empiece la transformación que todos anhelamos.
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