Tal vez el momento de corte no es el correcto. A esta situación se llega tras una serie de eventos en un período de tiempo. ¿Dónde empezó la debacle? Las causas son ancestrales y mucho se dice que datan de hace 500 años. Sin embargo, ahora la caída libre nos tiene con un vacío en el estómago, y la última década muestra en extremo las señas de la catástrofe y de la bancarrota a partir de haber dilapidado los pocos capitales que algún día tuvimos.
El capital económico está deteriorado. La infraestructura productiva es escasa y se encuentra en malas condiciones. No hay una inversión pública que cree condiciones para detonar la inversión privada. La red vial, los sistemas de riego, los centros de acopio, la infraestructura portuaria, los caminos rurales y prácticamente todo aquello que se convierte en soporte de la competitividad y la productividad se encuentran mal mantenidos o destruidos. La inversión financiera tampoco muestra su mejor cara: hay contracción del crédito al sector productivo y las expectativas de los agentes económicos van hacia la baja sostenidamente.
El capital natural muestra, en toda su crudeza, los daños ocasionados por un sistema económico y social que lo ignora y castiga sin dimensionar lo irreversible de la afrenta continuada. Quien no creyera hace una década el anuncio de que la basura en los ríos de Guatemala se había convertido en un problema ambiental de mayor magnitud que la deforestación bien podría hoy acompañar y presenciar la exportación de basura y vergüenza hacia las playas hondureñas. El capital que al agotarse anuncia el principio del fin es el capital natural. Es el punto de no retorno.
Nuestro capital humano no mejora. Por el contrario, empeora. La desnutrición crónica marca a las próximas generaciones de guatemaltecos, parte por la mitad a la población desde la primera infancia y ya anuncia una clase de ciudadanos con menores capacidades físicas y mentales que el resto. La otra mitad se encuentra inmersa en sistemas educativos y de salud que no llenan las necesidades básicas. Y si salvó la desnutrición crónica, será muy difícil que pueda tener cuando menos acceso a servicios básicos de calidad mínima.
Como consecuencia de las deficiencias en los tres primeros capitales, el capital social tiende a ser inexistente. Por doctrina, se sabe que es generado a partir de la suma de lo económico, lo natural y lo humano. O sea, esta última suma es forzosamente exigua. Y entonces estamos expuestos a vivir ahora en una sociedad furiosa, indignada, desconstruida política y socialmente, en crisis generalizada de valores y con algunos chispazos de propuesta que abundan en las redes sociales y transitan muy lentamente al espacio real. Si hay que hablar del enfoque de capitales, estamos en bancarrota. En materia de desarrollo nos atascamos y el lodo está profundo. Salir del atolladero no será fácil. A ver de dónde sacamos la tracción necesaria y el rumbo correcto. Hay que encontrarlos en conjunto y dialogando. Y si alguien no cree que ese sea el método correcto, quizá tenga a mano el manual para salir del enredo. Que no sea egoísta y que lo enseñe.
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