Barack Obama pasó a la historia por ser el primer afrodescendiente elegido como mandatario estadounidense. De él se reconoce una gama de cualidades, habilidades y capacidades, una de ellas sacar provecho de la tecnología y su barco insignia en la década inicial del nuevo milenio: las redes sociales. Y es que el número 44 en la sucesión presidencial de la potencia amplió la difusión de sus ideas gracias a incursionar en la carretera comunicacional de moda.
Después del éxito de Obama, paulatinamente mujeres y hombres de la política trataron de imitar o seguir esa huella, de manera que las redes sociales se han tornado en indispensables entre los instrumentos de la comunicación política. En Guatemala no es la excepción y cualquier convocatoria a una elección obliga a contar con dichas herramientas.
Hoy, por Facebook, Instagram, Telegram, TikTok, Twitter, Telegram y WhatsApp, entre otras, vemos a quienes buscan un cargo que implique el ejercicio democrático del voto. Así han empezado los movimientos de cara a los comicios de junio de 2023 en los que la ciudadanía responderá al llamado del Tribunal Supremo Electoral (TSE) para escoger jefe/a del Organismo Ejecutivo, 160 diputaciones y 340 corporaciones ediles, además de desperdiciar tiempo, dinero, papeletas y atención en el centro vacacional Parlamento Centroamericano.
Sin duda, las redes sociales aventajan, mas no anulan a los medios tradicionales, dado que estimulan la participación de la gente, pueden llegar a más receptores a través de la «viralización» y, tal vez, lo más potente, motivan la interacción entre candidato/a y público, elemento que no garantizan la radio, la televisión y la prensa escrita, ni se producen en los mitines, por ejemplo.
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Obviamente, la comunicación política idónea y el acertado empleo de las redes sociales no se limitan a la creatividad y perfil del abanderado/a, sino que requieren de un equipo asesor consistente y conocedor de todo lo asociado con ese ámbito; por supuesto, sin descuidar al resto de canales por los que puede y debe circular la imagen, el mensaje y el andar de quien va tras el apoyo de las masas. En esa línea, las redes sociales no deben ser un escenario al que se salta para posar o hablar por hablar, claro, habrá quienes se deslumbren por la forma; sin embargo, también están las y los que analizan rasgos de fondo, no el empaque.
Con seis años de existencia, TikTok parece maravillar, y candidateables intentan seducir a un público joven que, mayoritariamente, reúne a la cola de la denominada generación millennial y al grueso de la Z, dominadora de la era digital. Este territorio ha disminuido un tanto el imperio de Instagram en cuanto a la producción audiovisual. Por su lado, Facebook, en «agonía», pero sin perder vigencia, hace alternar a la juventud con la veterana Baby Boomer y la madura X.
La cadena incluye a dos que propician inmediatez multiplicadora merced al vehículo de los grupos: Telegram y WhatsApp, ambas con la utilidad del texto o el video, mientras que Twitter permanece como la que privilegia la información, factor clave en elecciones, cuando según el canciller alemán Otto Von Bismarck, es una de las tres ocasiones en que más se miente. «En la cacería y con las estadísticas, también», manifestaba el personaje del siglo XIX.
Vale apuntar que en 2019, las redes sociales fueron excluidas porque sus representantes no se inscribieron en la incipiente Unidad Especializada sobre Medios de Comunicación y Estudios de Opinión, del TSE, pero es de esperar que en 2023 no habrá vacíos en la propaganda partidaria, por lo que el desafío será seleccionar el canal apropiado, pues un error podría significar que la panacea resulte «La hoguera de las vanidades», metáfora extraída de la novela de Tom Wolfe llevada al cine por Brian de Palma.
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