Dichas discusiones van por tres temas fundamentales: el primero, las evidencias cada vez más claras de que la violencia intrafamiliar que sufrió Cristina Siekavizza está siendo encubierta, debido al tráfico de influencias de los padres del principal sospechoso, el esposo de la víctima; el segundo, las múltiples voces que reclaman una investigación para deducir responsabilidades en las obras de infraestructura que están colapsando por el mal tiempo en Guatemala, y por último, las discusiones sobre quien de los candidatos a la presidencia es el “menos peor”.
En estos y en muchos temas más, hay un problema de fondo que es el que identifica el “problema fundamental” que aqueja a Guatemala: el “familismo amoral”, definido por el antropólogo norteamericano Edward Banfield como aquellos valores por medio de los cuales, se identifica como válida la defensa de los intereses familiares y/o personales por encima de cualquier otro valor o ideal.
“Los individuos velan sobre todo, o sólo, por ellos mismos y por su familia, y cualquier cosa que hagan en beneficio propio o de los parientes próximos será moralmente positivo y valorado como tal”. (http://nataliapastor.blogspot.com/2011/04/el-familismo-amoral.html).
Los padres de Roberto Barreda, los partidarios de los candidatos a la presidencia, y quienes se benefician de los contratos altos que esconden altas comisiones para los agentes políticos que han aprobado los proyectos, todos tienen en común que operan bajo la lógica de “primero yo, segundo mis familiares, y tercero mis amigos”. Lamentablemente, esta lógica se mueve en todos lados: desde las flamantes organizaciones que luchan por los Derechos Humanos o promueven el desarrollo, pasando por las cada vez más deterioradas instituciones que se dedican al análisis académico, hasta los partidos políticos y los funcionarios de gobierno, todos y cada uno está buscando más “jalar agua” para su molino, y nunca por una colectividad en abstracto como lo es “Guatemala”. Lamentablemente, en todos lados se “cuecen habas”, como bien dice el dicho.
El problema fundamental para Guatemala es que a nadie le importa usar sus influencias, colocar allegados en puestos clave para después obtener ganancias ilícitas o promover proyectos políticos que solo van a beneficiar a unos pocos.
Por eso, cada vez que alguien me pregunta cuál de los dos candidatos es el peor, mi respuesta es la misma: los dos son exactamente iguales en su familismo amoral. Por tanto, la pregunta práctica en este caso no es quién es el peor, sino con quién tengo más oportunidad de ser incluido.
Hasta que no empecemos a llamar a las cosas por su nombre, no saldremos nunca del barranco que estamos cavando para enterrarnos todos juntos, cada quien luchando por ganar un pedacito de este gran pastel llamado gobierno, sin que a nadie le importe que estamos cada vez más cerca del abismo. Pan para hoy, hambre para mañana: curiosa lógica de todos los guatemaltecos.
El que tenga oídos, que oiga.
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