Pero el volcán es Guatemala. Y en él estamos sin poder eludirlo. Esta tragedia es la nuestra, la cotidiana, magnificada por estas muertes que nos manda la naturaleza para ver si así, de repente, sacudidos por el filo de su fuerza, recapacitamos. Porque, como las víctimas de este fin de semana inesperado, estamos también a merced de la suerte, ese azar inexplicable y lleno de incertidumbre.
En el volcán que es Guatemala morimos un poco, metafóricamente, cada día. Como mueren muchos, lit...
Pero el volcán es Guatemala. Y en él estamos sin poder eludirlo. Esta tragedia es la nuestra, la cotidiana, magnificada por estas muertes que nos manda la naturaleza para ver si así, de repente, sacudidos por el filo de su fuerza, recapacitamos. Porque, como las víctimas de este fin de semana inesperado, estamos también a merced de la suerte, ese azar inexplicable y lleno de incertidumbre.
En el volcán que es Guatemala morimos un poco, metafóricamente, cada día. Como mueren muchos, literalmente, porque no hay medicinas en los hospitales, porque les cayó una bala perdida, porque los atropelló un auto, porque les robaron el celular, porque no pagaron una extorsión.
En el volcán estamos atrincherados, y las nubes, los falsos ventarrones, esa lluvia intermitente y el frío nos impiden ver más allá de nuestros propios intereses. A veces nos autoengañamos sintiendo que las cosas van bien. Nos hacemos la ilusión de un mundo de ensueño, de una burbuja de cristal. Pero la sombra, esa de impunidad total que significa vivir en Guatemala, está siempre al acecho. Está allí, apareciendo de repente, como el fin de semana pasado, para recordarnos que vivimos en un Estado que no asume ninguna de sus responsabilidades y más bien, como Pilatos, se lava las manos en la realización de sus funciones mínimas para preservar siquiera lo más elemental, lo básico: la vida.
El volcán y su tragedia escandalosa son la metáfora viviente de Guatemala. Son la impunidad de las autoridades, la falta de recursos de las comunidades, la falta de ejecución de los presupuestos destinados a mejorar las condiciones, la poca importancia que se les da a los sitios turísticos, la falta de información y de control, la falta de recursos de los cuerpos de socorro, que sobreviven más que todo gracias a la buena voluntad y al heroísmo de sus integrantes. Son también la falta de educación de todos, que se traduce, en lo individual, en el poco valor por nuestra vida y la de los otros. Esa que nos hace creernos dueños del mundo, que nos hace subestimar los buenos consejos, la naturaleza, los riesgos posibles. Esa falta de educación a nivel colectivo que pregona solo la magnificencia de los bienes individuales, aunque para ello haya que arrebatarle el bienestar a la población a cualquier precio, y que se traduce, por ejemplo, en la evasión de impuestos de unos y en el robo de estos por otros.
El volcán es Guatemala. Es el lugar donde vivimos. Nos guste o no, lo deseemos o no, estamos en la cima, a la intemperie, expuestos a los vaivenes más duros e impredecibles. Si sobrevivimos no es porque seamos especiales. Es simplemente porque hoy no nos tocó de esta forma, pero, quién sabe, tarde o temprano, de una u otra forma, el volcán siempre nos pasará la factura.
Más de este autor