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El viejo tupamaro

En otros tiempos, Mujica se preocupaba aún menos con su apariencia. Cuando era diputado y senador, iba al Congreso con botas de plástico sucias de tierra.
"Sigo siendo anarquista, creo que soy bastante libertario, esto es incuestionable.”
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El viejo tupamaro

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Los amigos, los enemigos, y el país envejecido de Pepe Mujica, un presidente fuera de serie.

Su única hermana había fallecido el miércoles. Era la benjamina, tenía 71 años. Una semana después, el 15 de agosto, lo esperaban en el Hipódromo Nacional de Maroñas, en Montevideo, y estaba atrasado. Pepe Mujica, presidente del Uruguay, se enteró, inmediatamente al despertarse, de la muerte de la madre de un compañero de militancia política y decidió visitarloantes de comenzar con la agenda oficial. Era la segunda vez en siete días que iba a un velorio. Mientras lo esperábamos en el Hipódromo, María Minacapilli, su secretaria personal de hace diez y ocho años, recibió un llamado. Acababa de morir Renzo Pi Hugarte, un conocido antropólogo uruguayo, víctima de un paro cardíaco. María cortó el llamado con rostro incrédulo. Inmediatamente llegó Mujica. Saludó a los periodistas con gran simpatía antes de que lo abordara su secretaria y tomara conocimiento de la muerte de su gran amigo. Mujica tiene 77 años. Es algunos meses más joven que Hugarte.

Aquél miércoles, Mujica debería ir a Pan de Azúcar, una ciudad con un poco más de 6.500 habitantes, a 100 kilómetros de Montevideo, para lanzar un programa que permite a los niños acceder a un curso de lengua extranjera en sus laptops. Actualmente en Uruguay, los 300 mil alumnos dentro de la red pública de enseñanza cuentan con una computadora personal donada por el gobierno. El presidente, sin embargo, cambió la agenda la tarde anterior. En el hipódromo, firmóunconvenio para un programa de capacitación de jóvenes.

Pepe Mujica es un personaje tanto de un cuento gauchesco como de un romance de la izquierda armada. Fue militante de la guerrilla urbana Tupamaros, le dieron seis tiros, estuvo quince años preso, once de ellos en la solitaria, donde llegó a beber su propia orina para no morirse de sed. Disputó la primera elección a los 59 años y nunca más perdió –fue senador reelecto y, hace dos años y medio es presidente de Uruguay.

Mujica fue descubierto por los jóvenes del continente luego de anunciar en junio que Uruguay podría llegar a legalizar el comercio de la marihuana. Otra imagen muy seguida en las redes sociales es la de un político buena onda, personaje de un reportaje simpático del diario El Mundo, de España, que lo llama “el presidente más pobre del mundo”. Un artículo de la revista británica Monocle dijo que es “el mejor presidente del mundo” y “el héroe no reconocido de América Latina”. Mujica vive en una chacra llamada La Puebla, en los alrededores de Montevideo, en una casa de un dormitorio con techo de chapa. Dona el 90% de su sueldo de presidente, de US$12,500. El único bien a su nombre es una “cucaracha” azul de 1987. En el sitio de la Presidencia uruguaya declara como profesión oficial: “chacarero”.

Pero no era el Mujica buena onda que gobernaba Uruguay a principios de agosto. Era invierno, Montevideo estaba gris y hacía frío. El tiempo lluvioso estaba en sintonía con el humor del presidente. Se pasó toda la ceremonia en el hipódromo, mirando al vacío, con el codo apoyado en la mesa y el mentón apoyado en su mano. El dedo índice le cubría la boca como quien pide silencio. Comió dos bizcochos, exprimió limón dentro del té y lo bebió. Estaba triste.

Al anunciar que la ceremonia estaba por finalizar, el mediador preguntó si Mujica tenía “alguna reflexión”. Luego de algunos segundos en silencio, fue lo que hizo: una reflexión. No saludó a sus excelencias presentes, como en general realizan los políticos, ni hizo discursos sobre los hechos y proyectos del gobierno. Solamente se acercó al micrófono y dijo cuanto mejor sería la sociedad si las empresas desarrollaran “inteligencia social”.

Un hombre sin uniforme ni credencial –el mismo que había llegado conduciendo el automóvil oficial de la Presidencia, un sedán Corsa plateado– comunicó a la prensa que Mujica no se pronunciaría. El presidente, que vestía un blazer gris y un sweater verde musgo raído, se sentó en el asiento delantero al lado del conductor. Dejó la puerta abierta, lo que pareció era un código para que se aproximaran los reporteros. Por aquellos días, había dos temas en las pautas nacionales: el aumento de la criminalidad y una disputa diplomática –otra más– con la Argentina.

Uruguay es el segundo país más pequeño de América del Sur, el menos corrupto (de acuerdo con la ong Transparencia Internacional) y el más seguro para vivir. Aun así, el tema de los crecientes índices de violencia es el que más preocupa a la población. Durante este año se cometieron 211 asesinatos en el país. El número puede parecer irrisorio: es menos que la cifra de Guatemala en el último mes. Aunque en octubre de este año ya se habían registrado más de 180. La violencia doméstica es también motivo de preocupación. Se contaron 9.325 casos durante todo el 2011 y 12.004 hasta el mes pasado. Sentado en el automóvil, Mujica habló sobre la pérdida de valores familiares, aunque dijo que un psiquiatra podría analizar mejor el asunto. “Ser presidente no nos da credencial para saber de todo”.

La siguiente pregunta fue sobre política comercial y la respondió con un dicho: no debemos colocar todos los huevos en la misma canasta. “Es más fácil venderle a los vecinos cercanos. Bien … debemos sacudir la modorra”, dijo. Se refería al proteccionismo argentino enfrentado por Uruguay, que vive de la exportación de carne, soja, lana y derivados de la leche. Antes de la tercera pregunta el conductor amenazó con arrancar y Mujica cerró la puerta. En los días siguientes el dicho de los huevos fue destacado en varios sitios uruguayos de noticias y fue tapa de una revista de noticias semanal.

Pepe Mujica no mide sus palabras, dice malas palabras, comete errores gramaticales, usa expresiones que las nuevas generaciones no entienden. Es común que se valga de metáforas de la vida en el campo para explicar su visión del gobierno. Por lo menos una vez debió disculparse por su sinceridad. Durante la campaña para la Presidencia fue lanzado un libro llamado Pepe: Coloquios, en el que le dice al periodista Alfredo García que los Kirchner eran “peronistas delincuentes”, el ex-presidente Carlos Menem, un “mafioso y ladrón”, y los argentinos, “histéricos, locos y paranoicos”.

Nunca más fue tan duro con los Kirchner. Y hasta demasiado paciente, en la opinión de algunos uruguayos. Su antecesor, Tabaré Vázquez, también del Frente Amplio –la misma coalición de izquierda de Mujica–, pasó también su gobierno peleando con Néstor Kirchner, entonces presidente argentino, debido a la instalación de una fábrica de celulosa cerca de la ciudad uruguaya de Fray Bentos, al borde del río Uruguay, límite entre ambos países. Los argentinos alegaban que la fábrica contaminaría el río e intentaron embargarla, haciendo llegar el caso a la Corte Internacional de Justicia. La venganza llegó cuando Kirchner fue propuesto para la Secretaría General de la Unión de las Naciones Sudamericanas: Vázquez vetó su nombre.

Al contrario, Mujica retiró el veto al asumir la presidencia (y Kirchner asumió el cargo, que ejerció hasta su muerte en 2010). Trató a Cristina Kirchner con cortesía a pesar de que los países se encuentran nuevamente en una disputa sobre el río Uruguay. Esta vez el embrollo está en el canal Martín García, que debe ser dragado para permitir el paso de buques de mayor calado. La obra cuesta 50 millones de dólares, debe determinarse y pagarse entre los dos países, pero es de mayor interés para Uruguay, ya que el canal permite el acceso al puerto uruguayo de Nueva Palmira. “¿Qué voy a hacer, a pincharle el ojo?”, respondió Mujica cuando fue presionado a ser más duro con la mandataria argentina. Él comenta que de vez en cuando no le importa “tragarse sapos y culebras” por la paz de la vecindad. 

Mujica se declara pragmático y se justifica recordando que Uruguay perdió todas las veces que peleó con Argentina. Pero la excesiva paciencia con el país vecino corroe parte de su popularidad. El escritor uruguayo Tomás Linn, columnista de la revista Búsqueda, comentó: “Mujica anda tan mal cuanto Vázquez en la relación con los argentinos, pero quiere ser amigo. Vázquez fue más duro. Con uno u otro, perdemos igual. Entonces, por lo menos que no deje a los Kirchner conducir la relación como si el Uruguay fuese una provincia argentina, porque nada irrita más a los uruguayos que eso”.

Es histórica la sensación de Uruguay de encontrarse comprimido entre los gigantes Brasil y Argentina –de un siglo a otro, pasó a ser región de disputa fronteriza entre dos imperios, el portugués y el español, a Estado-tapón. Es un “algodón entre dos cristales”, como dijo John Ponsonby, un ministro británico mandado en misión diplomática al estuario del Río de la Plata durante la primera mitad del Siglo XIX. El país, además de ser más chico que Rio Grande do Sul, tiene una población pequeña (hace diez años que se mantiene en la faja de 3 millones) y envejecida. El 19% tiene más de 60 años (en Brasil es el 11%). Se suma al escenario la alta emigración de jóvenes en busca de empleos en el exterior. 

Los cuadros políticos del Uruguay también carecen de renovación. Actualmente, las principales figuras de la oposición son ex presidentes o herederos de familias que se turnaban en el poder antes de que el Frente Amplio llegara a la presidencia en 2005. 

Hasta hace cuatro décadas atrás el país era bi-partidario. Estaba el Partido Colorado y el Nacional o Blanco –ambos abrigan grupos de orientación centro y de derecha, siendo que los colorados originalmente estaban relacionados con la élite comercial urbana y los blancos a los grandes hacendados. Fundados en 1836, los dos figuran entre los partidos más antiguos del mundo. El Partido Laboral inglés, por ejemplo, data del 1900. El Frente Amplio surgió a partir de 1971 y abriga todo el espectro de izquierda, desde comunistas a demócratas sociales. 

Tabaré Vázquez fue el primer presidente del Frente Amplio. Oncólogo que, aun ejerciendo la presidencia, nunca dejó de atender sus pacientes los miércoles. Vázquez es más popular que Mujica. En Uruguay, el mandato dura cinco años, no existe la reelección, y él es el más probable a ser candidato en el 2014. Si la elección fuera hoy, superaría a los candidatos opositores: al senador Jorge Larrañaga, por los blancos, y a Pedro Bordaberry, por los colorados. Este último es hijo de Juan María Bordaberry, el presidente que comandó el golpe de Estado de 1973 y falleció el año pasado. En cambio Larrañaga fue candidato a vice en la postulación a presidente de Luis Alberto Lacalle cuando Mujica fue electo a fines de 2009. 

Luis Lacalle es un hombre hiperactivo de aire aristocrático. Me recibió una tarde de agosto en su gabinete del Senado, donde tiene en la pared una foto de su abuelo, Luis Alberto de Herrera, el principal caudillo del Partido Blanco durante la primera mitad del siglo pasado. Señaló donde debería sentarme y pidió que la entrevista fuera grabada porque las anotaciones “are not reliable”. Lacalle fue presidente durante una época neoliberal en el continente, cuando Fernando Collor presidía Brasil y Carlos Menem, la Argentina. De Collor manifestó: “Era un niño bonito, aunque ignorante.” Los tres, más el presidente paraguayo Andrés Rodríguez, firmaron el Tratado de Asunción, que consagró la creación del Mercosur.

En media hora de entrevista, Lacalle criticó a Mujica por no tener voz de mando. Dijo que el presidente no consigue cumplir sus promesas aun teniendo la mayoría del Parlamento, y que las iniciativas que pone en práctica son clientelistas. “Tiene 100 mil personas ganando un sueldo sin trabajar. Entregan el dinero y no piden nada a cambio, si los hijos van o no a la escuela no interesa. Es una mensualidad, pero una mensualidad de los pobres”, dijo batiendo palmas estruendosamente. El programa, en realidad, exige que las familias que reciben la ayuda mantengan a los hijos en la escuela. Son 412 mil entre niños y adolescentes los beneficiados por la Asignación Familiar, un equivalente a la Bolsa Familia de Brasil o a Mi Familia Progresa en Guatemala, creada en el gobierno de Vázquez.

La mayor parte del tiempo el senador miraba para las paredes o para el piso. En determinado momento, mientras hablaba metió su dedo índice entre mis dedos del pie por una abertura del zapato. Obvié el gesto. Él se rió, retrajo la mano y continuó: “Vázquez es una persona más seria, más parecido a un socio-demócrata francés. Mujica es un hombre más radical. Creó un personaje que es más importante que la persona. Pepe, un personaje del folklore”, explicó, con acento inglés. Mujica “transgrede cuando va a una cúpula política usando zapatos viejos”, comenta. “Es una grosería.”

Semanas antes, el presidente había realizado un viaje rápido a Brasil para encontrarse con Hugo Chávez, Cristina Kirchner y Dilma Rousseff en el Palacio del Planalto. El encuentro oficializó la entrada de Venezuela al Mercosur, luego que Fernando Lugo fue destituido de la presidencia en Paraguay por el Senado y el país, el único que hasta ese momento no había aprobado la inclusión venezolana, fue suspendido del bloque por no respetar a la democracia. Al día siguiente, el periódico O Globo puso en primera plana una foto cuya leyenda anunciaba un momento descontracturado de los tres mandatarios, sorprendidos por el estado del calzado de José Mujica.

Antes de salir de su casa, había comentado con su mujer, la senadora Lucía Topolansky: “Y yo que hoy tendré que comportarme con aquellas dos señoras”. Aun así no eligió zapatos mejores que sus botinetas de cuero marrón desgastado. En el avión comentó con los asesores: “Estos no son los mejores zapatos para una cúpula, pero me siento cómodo”. Quien estuvo con él en el Planalto dijo que no hubo comentarios sobre sus zapatos, aunque en el momento en que posaron para la foto presidencial, había un papel en el piso indicando donde debía ubicarse cada uno. Todos miraban hacia abajo buscando sus lugares y sacaron la foto. Dilma, Cristina y Chávez pueden no haber notado los zapatos, pero la oposición uruguaya los vio y no le gustó. 

En otros tiempos, Mujica se preocupaba aún menos con su apariencia. Cuando era diputado y senador, iba al Congreso con botas de plástico sucias de tierra. Trabajaba en la plantación durante la mañana temprano y llegaba al parlamento con tierra en las uñas, conduciendo su moto Vespa o un Escarabajo 1987. El estilo desalineado, ajeno a cualquier protocolo, fue ganando la atención de los periodistas y enfureciendo a la oposición, conforme Mujica crecía políticamente. Cuando fue candidato a vice con Lacalle como presidente, Jorge Larrañaga afirmó que el adversario, si era electo, gobernaría “debajo de un parral, con dos perros vira lata que le avisarían cuando llegaban los ministros”. Lacalle también se refirió a la casa del actual presidente como una “casucha”.

“Yo lo invité a tomar un café con nosotros pero él no aceptó”, se divierte Lucía Topolansky, esposa de Mujica, hablando sobre Lacalle. Ella y Mujica viven juntos desde 1985, aunque se casaron, sin fiesta, en su casa, en el 2005. Lucía tiene 68 años y parece muy bien sintonizada con su marido: además de no discordar en la política, usan el mismo pelo blanco corto y ropa simple. Ella elige zapatos bajos, no usa pendientes y no se pinta las uñas. La novela política de ambos comienza con la militancia en el movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, cuando querían acabar con el capitalismo en Uruguay llega a su auge cuando ella, la senadora más votada en 2009, le toma su juramento como presidente electo.

Lucía y Mujica tuvieron otros compañeros en la militancia clandestina. Al de ella lo mataron. El primer encuentro de los dos –“Ana” y “Facundo”– duró poco. Mujica ya conocía a María Elia, hermana gemela de Lucía, pero solo le presentaron a quien sería su mujer tres meses antes de que fuera preso. Corría 1971. Ambos huyeron de la prisión –él en una fuga que entró en el Libro Guinness de los Récords por la cantidad de fugitivos involucrados (111); ella con otras 37 compañeras por las cloacas–, aunque algunos fueron capturados poco después. “Durante aquellos tiempos vivíamos con la filosofía del día a día. Había que disfrutar del momento y punto”, recordó Lucía en su gabinete del Senado, donde cuenta con solo dos funcionarias y tiene las paredes decoradas con fotos de Mujica, del Che Guevara y de Carlos Gardel. No fue hasta 1985 que, con la Ley de Amnistía, los dos se reencontraron. Vivieron con la madre de Mujica, en la casa donde él había se había criado en Rincón del Cerro, a pocos minutos de la chacra que él y Lucía luego compraron. Hoy vive con Manuela, una perra vira lata que solamente tiene tres patas. 

Durante mucho tiempo, cuentan los vecinos, la casa fue de adobe con techo de paja. Lucía y Mujica solo hicieron algunas reformas y colocaron el techo de zinc cuando él fue electo senador y los dos ya estaban muy cansados de cambiar la paja de tanto en tanto. La chacra está en el barrio Paso de la Arena, en la salida oeste de Montevideo, un lugar de chacras y de poca actividad industrial, agrícola y ganadera. 

Irónicamente, la casa de Mujica está sobre el Camino Colorado, atrás de altos árboles que lo protegen de las miradas furtivas. El camino hasta la puerta es de tierra y solamente dos policías vigilaban el local en una mañana de agosto. En 2010, en el Encuentro Internacional de Murgas –una especie de grupo carnavalesco popular en Uruguay y en Argentina–, el grupo A Contramano ganó por el argumento y la música de una parodia de dos guardias que tenían que arreglárselas para proteger a un presidente que sale sin avisar a hacer pequeñas compras. Cierta vez, Mujica fue con la perra a comprar una tapa nueva para el inodoro. Terminó dando un discurso improvisado (con la tapa en la mano) para un equipo de jugadores de futbol de la tercera división que lo avistó en el almacén. Otra murga, llamada Agarrate Catalina, lo homenajeó con una canción que dice: “Es preciso cortarle el bigote, los pelos de la oreja, los de la nariz y de la nuca/ prendan fuego las alpargatas/ y regálenle una perrita que por lo menos tenga las cuatro patas”. 

Mujica no quiso vivir en la residencia oficial, el palacio de Suárez y Reyes. Pero él y su chacra debieron sufrir modificaciones. El presidente fue afeitado y lo obligaron a usar blazer –¡corbata jamás!–. En la casa, se instalaron cámaras de vigilancia y se abrió un camino alternativo que une los fondos del terreno a la ruta. Aunque Lucía y Mujica no viven solos. Otras tres familias viven en la chacra en lotes donados por la pareja. A dos de ellas las conocieron en la militancia política. La tercera estaba con dificultades financieras y decidieron ayudarlos. En el testamento de la pareja consta que las otras familias pueden seguir viviendo allí luego de sus muertes y hasta que les sea necesario, aunque el terreno será destinado a una escuela agrícola que están organizando.

En su casa, la pareja presidencial vive solamente con la perra Manuela, que quedó lisiada sin una de sus patas luego de ser atropellada por el propio Mujica cuando conducía un pequeño tractor agrícola. “Hubo compañeros que tuvieron hijos. Yo siempre opté por la libertad y no tuve en aquel momento. Luego no llegaron”, dice la senadora, tratando de adelantarse a las preguntas: “Pero en la casa siempre hay niños.” En la misma construcción, pero con una puerta de entrada independiente, vive el matrimonio que abrigaron cuando tenía problemas financieros. Luego de que fueran a vivir en la chacra de Lucía y Mujica, juntaron dinero y abrieron una pequeña fábrica de botellas de vidrio. Al contar las conquistas de los amigos, Lucía mencionó que la tercera hija de la pareja nació en la chacra. En este momento se puso a llorar. “Ella tiene 9 años, es música. Toca la guitarra”.

En la esquina del Camino Colorado hay un almacén donde Mujica hace las compras. Los dueños, Roberto y Anabel, dos uruguayos de piel y ojos clarísimos, son vecinos de la pareja presidencial desde hace diecinueve años. “No puedo colocarme en el lugar de Lucía, porque ella es mujer y yo soy hombre, pero me encariñé con ella porque una de las consecuencias de la dictadura fue el no poder tener hijos. ¿Después de todo lo que sufrieron, perdonar a sus verdugos y construir un país juntos? Esto está más allá de lo que puedo comprender.” Roberto hablaba de Pedro Bordaberry, el hijo del dictador uruguayo. Al asumir la presidencia, Mujica invitó a la oposición a ocupar cargos de dirección en tribunales como el de Cuentas y el Electoral y en empresas públicas. Hace tres meses, Bordaberry ordenó que sus correligionarios dejaran los cargos después que Lucía Topolansky dijera que, si la oposición estaba insatisfecha, renunciara.

“Ellos siempre miran el futuro”, completa la mujer, Anabel. Cuando se embarazó por primera vez, Anabel reunió a los vecinos en una cena y les contó la novedad. Poco después sufrió un aborto espontáneo. Fue en 1994, antes de que Mujica fuera diputado. “Cuando perdí el bebe, Mujica pasó por enfrente con su moto y estacionó. Pensé que compraría algo, pero solo vino y me dio un abrazo.” Los dos se dirigen a Mujica como El Viejo.

En carnaval, Roberto y Anabel pasaron un fin de semana con Mujica y Lucía en la casa de veraneo de la presidencia en Colonia del Sacramento, a una hora de Montevideo. La Estancia Anchorena fue donada al Uruguay por don Aarón de Anchorena, perteneciente a una de las familias más tradicionales de Argentina, con la condición de que el presidente de la República la usara por lo menos cuarenta días durante el año. Mujica y Lucía Topolansky cumplen el acuerdo, pero no duermen en la casa principal. Prefieren una suite en un edificio anexo, reservado para los funcionarios. No se sentían cómodos en una “casa museo”, dijo Lucía.

Negro Nievas, un enfermero y tornero mecánico jubilado, vecino de Mujica, también mostró un álbum de fotos que se sacó con la familia en la estancia, durante un fin de semana en el que él, su señora y los hijos participaron de un asado con la pareja presidencial. 

Nievas maneja un Ford Falcon azul de 1975 y tiene treinta perros en su casa. Dice que todos tenían nombres pero solo se acuerda hasta el 18°. En el momento en que llegamos para ver el álbum, otro vira lata desconocido estaba en el frente de la casa y él lo hizo entrar también. Nievas tiene 73 años y es amigo de Mujica desde los 7. Los dos eran vecinos y estudiaron en la misma escuela. Cuando le pregunté sobre la infancia de los dos, me contó que la madre de Mujica tenía un quiosco al lado de la escuela, donde vendía material escolar y flores. Luego comenzó a llorar. Se emocionó varias veces al hablar del amigo. Él todavía guarda la identificación del Partido Comunista y tiene en su casa todos los libros que ya se han escrito sobre el presidente, con dedicatorias del mismo y todas finalizan así: “Con razón y corazón, Mujica” 

"Es un romántico”, dijo sobre Mujica el científico político Adolfo Garcé, de la Universidad de la República, estudioso de la historia de los tupamaros. Garcé encuentra muchas semejanzas entre la lógica guerrillera y el gobierno de Mujica. La primera es el pragmatismo: “Los tupamaros eran camaleones. Si el entorno cambiaba, ellos cambiaban”. En el gobierno, Mujica “es igual”, comenta. El presidente también sigue obsesionado con las personas que no tienen donde vivir. Él vendió edificios públicos, entre ellos una residencia oficial en Punta del Este, para construir casas populares, y llegó a pensar en abrir el palacio Suárez y Reyes para que los sin techo se refugiaran durante el invierno. Mujica dona casi todo su sueldo para el plan de vivienda del gobierno llamado “Juntos”. 

Garcé destaca otra táctica común con la guerrilla: cuando el presidente introduce un nuevo asunto polémico en el debate para desviar la atención de los temas desfavorables al gobierno. Cuando Mujica y los otros presos políticos se preparaban para huir de Punta Carretas, en septiembre de 1971, los tupamaros que estaban en libertad generaron una revuelta del otro lado de la ciudad. La policía corrió para allá y el presidio quedó desprotegido. El científico político hace la comparación: al proponer la regulación del Estado de la producción y el comercio de marihuana, Mujica desvía el foco de atención del debate sobre el problema de la seguridad pública.

El gobierno estima que 300 mil personas –el 10% de la población– ya probó la marihuana o la usan con cierta frecuencia. La posesión o el consumo de la droga no son penalizados en el país. El proyecto de legalizar su comercio fue enviado al Congreso dentro de un paquete de dieciséis medidas para combatir la violencia. La legalización le daría al Estado el control sobre la venta y permitiría recaudar recursos para desarrollar programas de tratamiento para los adictos. En la Cámara otros proyectos defienden la legalización del auto cultivo de la marihuana, pero aún no hay acuerdo con respecto a la cantidad que debería ser autorizada. 

Después de la gran repercusión inicial, la propuesta del gobierno cayó en la burocracia del procedimiento legislativo y se tramita lentamente. La oposición y parte del electorado, tiene la impresión de que es otra medida más anunciada y no cumplida por Mujica. “Él habla sin preparación previa, notoriamente lanza los temas que se le ocurren en el momento. No tiene un equipo para ensayar junto a él, entonces comunica algo como propuesta de gobierno y, cuando no hay quien lo siga o percibe que es un error, vuelve atrás”, dice el ex-presidente Luis Lacalle.

Simpatizante del Partido Nacional y comentarista político de la radio El Espectador, Graziano Pascale fue el primer periodista, ya en 2007, que dijo que Pepe Mujica podría ser candidato por el Frente Amplio. “Las personas se enojan conmigo. Mujica no tenía las agallas, parecía un absurdo.” Para Pascale, la elección de Mujica no significa que los uruguayos comenzaron a encontrar de su agrado candidatos como él, más parecidos al pueblo. Él sería un caso único. “Mujica es ese tío viejo y loco que tiene toda familia. Elegirlo fue una locura colectiva. Su figura pública no combina con la vida normal del uruguayo.” 

José Alberto Mujica Cordano es el primer hijo del casamiento de Demetrio Mujica y Lucy Cordano. El padre murió joven y la hermana menor, María, nació con limitaciones intelectuales. Él fue siempre quien ayudó a la madre auxiliándola a plantar calas en Rincón del Cerro, hoy distrito de Paso de la Arena, donde está su chacra. Lucy también recibía ayuda financiera del padre, un inmigrante italiano que tenía una propiedad de cinco hectáreas en Carmelo, región vecina a la estancia presidencial de Anchorena.

Durante la enseñanza media, Mujica se preparaba para el curso de derecho (que nunca terminó) cuando comenzó a tener inclinaciones izquierdistas. Al periodista Miguel Ángel Campodónico, en el libro Mujica, le dice: “En aquella época yo era medio anarquista. La militancia estudiantil de alguna manera hizo que me fuera politizando. Sigo siendo anarquista, creo que soy bastante libertario, esto es incuestionable.” En esa época, conoció a dos grandes amigos: Renzo Pi Hugarte, el antropólogo que murió en la segunda semana de agosto, y Enrique Erro, que sería ministro de Industria y Trabajo e introdujo a Mujica en la política. Era del Partido Nacional y fue allí donde Mujica comenzó a militar.

El joven Pepe Mujica debía ser el único morador de Paso de la Arena que estaba suscrito a El Marcha, un semanario influyente entre los años 40 y 70 que tenía al escritor Juan Carlos Onetti como secretario de redacción. Aprendió a querer a la tierra con su abuelo materno. Salió de los catorce años de la prisión con la idea fija de tener una chacra. El padre –también de Carmelo, un área muy influenciada por Buenos Aires (aún hoy el grueso del turismo en Colonia del Sacramento es de porteños)– era un nacionalista peronista. Mujica se acuerda de haber visto la imagen de Juan Domingo Perón la primera vez que vio televisión. 

El Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T) surgió en 1965 reuniendo anarquistas y socialistas de varias corrientes inspirados por la Revolución Cubana de Che Guevara y de los hermanos Castro en 1959. Cuando adhirió al grupo, Mujica estaba relacionado con la Unión Popular, organización de izquierda creada por disidentes del Partido Nacional. En 1970, los tupamaros eran cinco mil. Los golpes capitaneados por los militares estallaban en el continente –en 1964 en Brasil, en 1966 en Argentina. El socialista Salvador Allende, en Chile, sería derrocado en septiembre de 1973, apenas dos meses después del golpe de estado en Uruguay.

Los tupamaros son más controvertidos porque, a diferencia de los grupos armados brasileños que surgieron durante la dictadura, ellos se levantaron en armas, secuestraban y mataban aún durante la democracia. Al preguntarle si ya había matado a alguien, Mujica respondió que tenía mala puntería. El golpe cívico-militar en Uruguay, con la disolución del Congreso por Bordaberry, sólo sucedería ocho años después de la creación del movimiento Tupamaro. Los guerrilleros ya estaban desarticulados y sus principales líderes, entre ellos Mujica, presos en calidad de “rehenes” del gobierno. Si la guerrilla hubiera perpetrado más ataques, ellos habrían muerto. “Fuimos un producto social”, dice Lucía Topolansky. “Aunque si Lacalle te cuenta la historia de los tupamaros dirá que estaba soleado y era primavera cuando de repente cayó un rayo en el país.”

Anahit Aharonian, una militante uruguaya que estuvo presa con Lucía, dice que aún tiene alma tupamara. “Ser tupamaro es ser alguien que continúa luchando por la justicia social. Y cambiar no es dar moneditas a las personas. No quiero un capitalismo bueno, no es posible humanizar al capitalismo. Estamos en contra del capitalismo.” Anahit es agrónoma y me recibió en su casa, lejos del centro de Montevideo, usando aros de plumas hechos por indios bolivianos. Ella es una de las izquierdistas decepcionadas con el gobierno de Mujica. “Imaginé que haría un gobierno a la izquierda de Vázquez, pero siguió con las mismas políticas de su antecesor”, dijo.

Contó que, cuando Mujica era ministro de Agricultura de Vázquez, murió un compañero tupamaro y él llegó al cementerio en el momento en que los presentes criticaban la promoción de un militar acusado de torturador. Cuando Mujica se aproximó, todos hicieron silencio. Yo dije: “¿Sabes por qué este silencio? Porque estamos hablando de ustedes, que promovieron a un militar que nosotros denunciamos”. Según Anahit, Mujica preguntó: “¿Y tú aún crees en la justicia de los hombres?”

La militante encuentra incongruente que Mujica se vista modestamente, viva de manera simple en una chacra predicando contra el consumo, pero incentive la inversión extranjera en el Uruguay. Coautora de un libro con declaraciones de ex presas políticas, llamado De la Desmemoria al Desolvido, ella también critica a la mujer de Mujica por no aceptar hablar del pasado. “Con Lucía nunca pudimos trabajar temas pasados. Ella siempre decía: No me fastidien con esto.” El presidente llegó a apoyar la prisión domiciliaria para los pocos militares presos por crímenes cometidos durante la dictadura porque ya están muy viejos.

Lo que Anahit ve como traición y el sociólogo Adolfo Garcé como pragmatismo, Roberto y Anabel, los vecinos de Mujica, lo consideran como la capacidad de olvidar el pasado en nombre de un proyecto. “Un día Lucía me preguntó si podía llevar a El Viejo a la madrugada hasta la carretera. A las 5:30 horas llegué y ya estaba despierto. Me contó que iba a la inauguración de una zafra de arroz de un hacendado relacionado con la derecha. Era diputado por aquella época. Y me dijo: ‘¿Sabes qué? A esta inauguración va mucha gente, desde terratenientes a peones, y yo ahora soy un representante nacional.’” Roberto dice que no sería capaz de perdonar y por ello es que ve en Mujica una cualidad superior. 

Tabaré Vázquez quería que Danilo Astori, su ministro de Economía, fuera el candidato a su sucesión del Frente Amplio. Mujica había sido el senador más votado del partido, peleó y le ganó el puesto a Astori (53% a 38%). El Frente Amplio abriga diversos partidos de izquierda y trata de contemplar a todos. El Movimiento de Participación Popular (MPP), de Mujica, es el más fuerte, aunque junto con Danilo Astori, del partido social-demócrata Asamblea Uruguay, constituyeron la fórmula presidencial. Vázquez estaba en el Partido Socialista al ser electo, pero lo abandonó en 2008 luego de haber vetado una ley de descriminalización del aborto que había sido aprobada por el Legislativo. A fines de septiembre, el Congreso estaba pronto a aprobar semejante legislación y Lucía Topolansky dijo que Mujica no la vetaría.

“Fue muy duro ir contra Tabaré Vázquez en aquel momento”, dice la senadora Constanza Moreira. “Pero éramos muchos los que alentábamos a Mujica, una opción más de izquierda y menos tecnócrata.” Constanza cuenta que fue necesario convencer a Mujica a que se postulara como candidato. Él pensaba que estaba muy viejo para disputar una elección. “Un día estábamos en el gabinete de Mujica, conversando de política y de las responsabilidades que recaerían sobre sus espaldas si fuera presidente, y comentó que esa era una elección trágica. Hablamos de la incapacidad de decidir el propio destino cuando se es una persona comprometida como él”, dijo Constanza.

Durante la campaña, Lucía hacía las veces de secretaria y asesora de prensa. Los amigos ayudaban a seleccionar con quién debería hablar o no Mujica, luego de haber pasado años recibiendo a periodistas sin invitación en la chacra. Decía a los reporteros que si no era elegido, no volvería a ser senador, se dedicaría solamente a plantar acelga. Hizo una campaña prometiendo un gobierno más alineado con el ex presidente Lula que con el venezolano Hugo Chávez. Lula, de quien es amigo, es su modelo político. A pesar de tratar de separar su imagen de Chávez, también mantiene una buena relación y fue uno de los que apoyó la entrada de Venezuela al Mercosur. En la elección, Mujica obtuvo 47,96% de los votos en la primera vuelta y, en la segunda, venció a Luis Lacalle con 1.197.638 votos, 52,39% del total.

Como los partidos en Uruguay son más importantes que las personalidades, Vázquez vuelve a ser la opción lógica para el Frente Amplio en 2014 porque es la figura mejor considerada de la coalición. La alternativa sería Daniel Astori, el vice de Mujica, responsable de la bien sucedida política económica del país. Los salarios se incrementaron un 36,6% en los últimos siete años, gracias a un crecimiento económico promedio de 6,4%. El desempleo tocó su récord mínimo durante este año: 5,3%. Actualmente 13,7% de los uruguayos viven debajo de la línea de pobreza, una reducción de cinco puntos en un año. Casi no existe analfabetismo en Uruguay, y todos los niños están en la escuela. Ninguno de los países del Mercosur tiene indicadores sociales tan buenos. 

Aun así, las encuestas de opinión más recientes muestran que 39% de los uruguayos aprueban el gobierno de Mujica y 49% simpatizan con la figura del presidente. Al principio de su gobierno contaba con casi un 20% más de simpatía y aprobación. Los desencuentros con la Argentina, la impresión de que el presidente divaga mucho y ejecuta poco, los índices crecientes de deserción escolar, la violencia y la quiebra de Pluna – la única empresa aérea uruguaya, controlada por el gobierno en sociedad con un fondo argentino – son algunos de los motivos que explican la caída 

El jueves, un día después de la muerte de Pi Hugarte, hubo una manifestación en frente a la chacra de Mujica –la primera desde el inicio del gobierno. Seis sindicalistas esperaban ser recibidos por el presidente para denunciar la renuncia de 180 funcionarios de una empresa agrícola en plena cosecha. Al día siguiente, un viernes, el Camino Colorado era vigilado por dos camionetas de la policía y un automóvil civil, además de los guardas habituales. Los sindicalistas abandonaron el campamento, pero el día terminó con la noticia de la muerte de otra amiga de Mujica, Lilí Lerena de Seregni, a los 96 años. Era viuda del general Líber Seregni, fundador del Frente Amplio. Mujica compareció al cuarto velorio en diez días. En uno de ellos, comentó con un servidor de ceremonial: “Mejor me retiro, porque en breve aprendo el camino...”

A Mujica le gusta filosofar. Es un apasionado de la antropología y la botánica. Acostumbra dirigirse a la Nación comentando sobre la naturaleza humana y la “fragilidad de nuestra corteza de civilización”. “Las personas deben considerar que estar vivos es un milagro. Venimos del silencio mineral y volveremos al silencio mineral”, dijo recientemente. Explica haber elegido ser pobre para ser rico, y siempre comenta sobre la prisión que es pagar para poseer bienes materiales. “Los viejos pensadores –Epicuro, Séneca, inclusive los aimaras– definían: pobre no es aquel que tiene poco, sino el que necesita infinitamente mucho y desea más y más”, dijo en su discurso en la Conferencia Rio+20. Es una ironía que, en el terreno donde estaba Punta Carretas, uno de los presidios donde estuvo Mujica, hoy funciona un shopping center.

Entre los nueve antiguos dirigentes tupamaros que eran considerados “rehenes” durante la dictadura, se comenta que dos salieron más débiles de la prisión, luego de la Ley de Amnistía: Pepe Mujica y Henry Engler. Engler llegó a ser diagnosticado con psicosis delirante, pero en el 2002 presentó en Estocolmo, en la Conferencia Mundial sobre Alzheimer, el trabajo más importante sobre el estudio de la enfermedad desde que Alois Alzheimer la descubriera. Fue el primero en detectar en el cerebro la proteína amiloidea, que destruye las neuronas y causa el deterioro de la memoria.

Hoy con 65 años es director del Centro Uruguayo de Imagenología Molecular, en Montevideo, Engler respondió vía e-mail por qué pensaba que él y Mujica habían llegado tan lejos, luego de haber casi enloquecido. “En la lucha para superarse a uno mismo, se pierden los sentimientos de odio y rencor y la solidaridad se transforma en una forma de satisfacción permanente. Creo que también se puede sobrevivir a través del odio, pero de esta forma no se puede encontrar la felicidad”, dijo. “Hoy estamos locos, pero locos de sueños.”

Cerca de Navidad del año pasado, Mujica visitó el hospital psiquiátrico Vilardebó y habló con los médicos y pacientes sobre su momento de locura. Dijo que, cuando estuvo en el calabozo oía ruidos, enloqueció. Atendido por una psiquiatra, comenzaron a darle una cantidad de remedios que el juntaba y arrojaba. “Pero esta mujer me ayudó mucho, porque consiguió que me dejaran leer y escribir. Hacía años que no leía nada ni podía escribir”, dijo. Mujica contó que pidió libros de química para poder copiarlos y organizar sus pensamientos. De esta forma recuperó la razón y pudo, al salir en libertad, volver a la política y llegar a la presidencia. “Y aquí estoy, más loco que antes."


Este perfil es reproducido con la autorización de la revista brasileña Piauí, en donde aparecieron tanto su versión original en portugués, como la traducción, de Dina Laver.

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