Pareciera que la incompatibilidad de ideas está rebasando nuestra capacidad de discernimiento, la contradicción constituyéndose en síntoma de nuestro ser y algunos comportamientos entrando, a título de consecuencia, en ruta de colisión con las leyes.
Hubo esta semana dos situaciones que atañen al contexto anterior. Una fue local, concerniente a nosotros, los cobaneros. La otra sucedió a nivel nacional. Ambas pusieron en el tapete un choque frontal entre lo que queremos, lo que decimos y lo que finalmente hacemos.
Conozcamos la primera.
El mes de enero recién pasado nos trajo mucho frío, viento y lluvia. Y junto con los ventarrones vinieron a Cobán muchos malandrines. Aparecieron rateritos de poca monta que a plena luz del día y en el centro de la ciudad hacían de las suyas. No fueron pocas las víctimas (señoras mayores y niños principalmente) a quienes se les arrancó su bolsa y sus pertenencias de manera violenta. También los hubo rufianes que pusieron el ojo en bicicletas, motos y automotores. Las voces de la población clamaron entonces por protección. No sé si, como una respuesta, los patrullajes de la Policía Nacional Civil (PNC) y la Policía Municipal de Tránsito (PMT) comenzaron a ser más frecuentes y los puestos de registro más estratégicos. Los hubo y efectivos. Y en lugar de agradecimiento, ¡oh, sorpresa!, mucha gente se enojó. Junto con la irritación vino la irracionalidad. Brotaron como virus ciertos avisos en las redes sociales informando dónde estaban los retenes. Mayúsculos insultos a los policías no se hicieron esperar y poco faltó para que se llamara al linchamiento.
Bien dijo un niño de 11 años cuando leyó un aviso al respecto: «¡Qué absurdos son los adultos! Ahora los asaltantes ya saben dónde no pasar».
Conozcamos la segunda.
El miércoles 11 de febrero hubo un bloqueo de carreteras que afectó a Zacapa, Chiquimula, Alta Verapaz, Petén y Jutiapa. Los responsables fueron algunos sectores de ganaderos que exigían al Congreso de la República la aprobación de una iniciativa de ley que los beneficiaría con ciertos regímenes de tributación. Hubo similitudes y diferencias en relación con otras movilizaciones de esa naturaleza. En cuanto a similitudes, el bloqueo fue exactamente igual a las tapadas realizadas por las agrupaciones de obreros y campesinos que han demandado mejoras en sus condiciones de vida. En cuanto a las diferencias, estas no las puntualizaron las tapadas, sino la ausencia de protestas, particularmente de quienes se rasgan las vestiduras cuando los peticionarios son los campesinos.
Ajá. Bonita la cosa. Si el bloqueo lo hacen los ganaderos (sin importar que sean pequeños o medianos empresarios), entonces los señorones tienen razón. En cambio, si el bloqueo lo ejecuta la gente necesitada de sobrevivir, que no de vivir, entonces los individuos son unos revoltosos.
«Doble moral», señalaron algunos comentaristas. Yo preferí reflexionar acerca de una cita bíblica, Mateo 19, 24: «Es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja que el que un rico entre en el reino de los cielos».
Y como corolario, en uno de los retenes fui detenido para revisión de documentos y reconocimiento del estado de mi vehículo. El agente policial que me hizo el alto resultó ser un exalumno mío. Me saludó, preguntó por mi familia y por la universidad y, cuando hubo terminado el momento protocolario, me dijo con amable firmeza: «Comprenderá que debo realizar todos los procedimientos». Y así lo hizo. Finalizada la inspección volvió al coloquio y me contó que está muy cerca de graduarse como criminólogo. Lo felicité y nos despedimos con un apretón de manos. Pensé entonces que algo o mucho estábamos haciendo bien. Momentos después me sacudió otra realidad. Una persona que vio la requisa me peguntó cómo me había ido. Le dije que bien, pues la documentación y el vehículo estaban en orden. Espetó entonces: «¡Yo los habría maltratado!».
A la sazón recordé parte del comentario del niño anteriormente citado: «¡Qué absurdos son los adultos!».
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