La verdad, yo no tenía idea de lo que iba a ver allá. Pensé que se trataba de un bello mar de aguas turquesas y arena blanca propicio para una luna de miel. Así, por si las cosas se ponían interesantes con mi esposo, eché en la maleta una linda piyama que recién me había comprado y un par de vestidos de fácil remoción.
Al llegar al aeropuerto de Bali comencé a babear y no paré de hacerlo hasta que me volví a subir para retornar a Yakarta. El edificio tiene la forma de un templo balinés, con sus dos columnas contrapuestas y abiertas hacia el cielo. Sin duda alguna, desde esa obra arquitectónica, que es la puerta de entrada a la isla, uno queda anonadado.
La infraestructura vial es digna del primer mundo, pero el tráfico es de locos. Sin embargo, es fácil abstraerse de ese tormento con solo contemplar las fuentes gigantescas, los monumentos alegóricos de los textos sagrados del hinduismo o la infinidad de dioses y demonios que lo acompañan a uno en el trayecto.
La gracia de Bali no es el mar ni los hoteles maravillosos. Su encanto está en el interior de la isla. Cada villa tiene tres templos, cada uno dedicado a los dioses de la trinidad hindú (el creador, el protector y el destructor). En total existen más de 3,000 templos en toda la isla, sin contar los templos privados de cada casa o negocio.
Los templos no son lo único maravilloso que se puede ver. En el recorrido, uno encuentra pueblos especializados en tallado de madera, orfebres, escultores de piedra, pintores, tejidos de batik, macramé, cesterías, y la lista sigue. Cada pueblo se especializa en un arte.
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Además, están los campos de arroz que ellos han reinventado convirtiéndolos en parques de atracción. Como si su belleza no fuera suficiente, que incluso la Unesco los designó patrimonio de la humanidad.
El turismo se ha convertido en la principal actividad económica de la isla. Anualmente recibe más de tres millones de turistas extranjeros y cinco millones de nacionales. Con una población de cuatro millones de habitantes, los visitantes duplican a los locales.
Pero lo más interesante es ver cómo han desarrollado esta actividad de manera que muchos reciban una parte de los ingresos producidos. En Bali todo está articulado en torno al turismo. La isla vive, crece y se desarrolla por esta actividad. Agencias de turismo, hoteles, restaurantes por doquier, guías, ventas de artesanía, alquiler de vehículos (uno puede alquilar el carro con chofer si quiere), eventos, espectáculos de primera calidad, deportes, aventura, etc. Hasta el famoso pueblito donde Julia Roberts comió, cogió y rezó aporta a esta vorágine de atracciones.
De necia, trato de sacar alguna lección para Guatemala. Nuestro país tiene tanto que ofrecer para el turismo y comparte muchas características con Bali: riqueza cultural, bella geografía, artesanos y artistas. Pero no hemos logrado articular la industria para darle valor agregado a lo que tenemos y hacemos.
La actividad turística es un motor de desarrollo. Estimula el crecimiento, es capaz de generar fuentes de empleo y, si se desarrolla de manera planificada desde el Estado, puede contribuir a reducir la pobreza y la inequidad. Pero, claro, primero necesitamos Estado y estadistas que piensen en el país y en el desarrollo de su gente. Quizá en el siguiente gobierno.
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