Dentro de sus múltiples dimensiones, el teatro es parte de la expresión y de la representación de la realidad social y filosófica del ser humano, así como de su entorno, de lo que percibe, de su experiencia vital y de su expresividad a través de una intención frecuentemente pedagógica. En este sentido, el teatro refleja lo que para muchos es una realidad latente en la sociedad en la cual nos desarrollamos. ¿Dónde entra Godot?
Preguntarse sobre la existencia misma es uno de los pendient...
Dentro de sus múltiples dimensiones, el teatro es parte de la expresión y de la representación de la realidad social y filosófica del ser humano, así como de su entorno, de lo que percibe, de su experiencia vital y de su expresividad a través de una intención frecuentemente pedagógica. En este sentido, el teatro refleja lo que para muchos es una realidad latente en la sociedad en la cual nos desarrollamos. ¿Dónde entra Godot?
Preguntarse sobre la existencia misma es uno de los pendientes inconclusos en el tintero de la existencia humana. Expresa sus elucubraciones en mitos, creencias y deseos sublimados para satisfacer esa espera a la respuesta de su sentido del ser, la razón de su existencia y, por ende, algo semejante a una misión en la tierra o de la vida en sí misma. Samuel Beckett encarna en su Godot la metáfora de la divinidad anhelada. Pero también más allá de Godot están la mundanidad encarnada en Vladimir y Estragón, personajes arquetípicos que subyacen en la historia y en el funcionamiento de las sociedades humanas. Pozzo y Lucky representan la relación de las personas en un sistema tal como lo experimentamos. Al final se presenta una relación jerárquica de abusos y egos alimentados por las diferencias sociales que tienen una justificación y un fin en sí mismos. Entonces, ¿dónde entra Godot? ¿Qué se espera de Godot?
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Godot es el imaginario social de la divinidad, de la esperanza, del castigo y de la lección al mismo tiempo. Los personajes principales solo aguardan inertes a que Godot aparezca y promulgue el qué hacer y el cómo proceder de los actores de esta sórdida y angustiante trama muy propia del genio de Beckett, que, como analogía con la realidad sociopolítica, refleja esa dimensión milenarista de la condición humana. En un Estado laico tenemos un gobernante que no tiene inconvenientes en invocar a Dios en cada mensaje, una población inerte respecto al dogma conservador en el cual Godot aparece como promesa y riqueza en la otra vida, con las próximas elecciones, votando por el menos peor.
Hay un síndrome infinito de espera de Godot arraigado en la psique política conservadora del guatemalteco, en el que alguien o algo más allá de las fuerzas individuales sea capaz de poner orden a la realidad, una esperanza postergada y frustrada en un eterno retorno al deseo milenarista cada cuatro años. Es aquí donde se reproducen las inercias y la pasividad ante las injusticias sociales que se advierten no solo en las calles, sino también en el inexistente sentido del bien común en la esfera pública y en la cotidianidad de nuestras relaciones sociales.
Al fin y al cabo, esta crisis institucional del sentido de la acción práctica en nuestra sociedad política y de sus distintos organismos e instituciones reguladoras de la vida social, que no dejan de ser creaciones humanas, finitas e históricas, perfectamente deconstruibles y transformables, obliga a pensar hasta cuándo esperaremos a Godot.
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