Resulta evidente que los políticos con mayor protagonismo de cara a las elecciones de septiembre tienen distintas motivaciones para su participación. Unos lo hacen en la búsqueda de prestigio social, donde la adulación es el pilar principal. Los vemos por todo el país en anuncios, mupis y vallas. Les interesa figurar, conseguir reconocimiento social; no les importa nada más. Se consideran como los salvadores, los conocedores de todo. Sus propuestas son simples, se basan en frases y lemas, que se convierten en mensajes que por la vía de la repetición se fijan en los futuros votantes. Estos personajes están en cualquier cosa, aparecen como fantasmas solo para generar atención. Son líderes cercanos al populismo, que reúnen un conjunto de factores peligrosos para un país, como Guatemala, donde el mesianismo y los discursos simples cuajan rápidamente. Varias de estas caras nuevas están haciendo sus primeros pinitos para prepararse para la siguiente contienda, utilizando la fórmula simpleza-figuración pública-muchos recursos propagandísticos. Por el momento, ubico en esta categoría a Manuel Baldizón y a Mario Estrada.
Otros personajes quieren hacernos creer que su principal motivación está en la propuesta que presentan, donde el elemento de cambio representa el elemento vital. Venden, más que su imagen, soluciones para beneficiar a la comunidad. Dicen ser la respuesta para los principales problemas del país. Tiene en común con la categoría anterior, el uso de mensajes simples. Sus propuestas son más elaboradas, producto de la experiencia acumulada. Corren el riesgo de casarse en demasía con cierta prioridad, que de no resultar, se convierte en el punto de inicio de su debilitamiento. Los dos candidatos que encabezan las encuestas son portadores de esta característica.
Otro tipo de políticos son lo que se encuentran entre los dos perfiles anteriores. Les interesa ofrecer un rostro de simpatía y cercanía con la ciudadanía. Les gusta ser besuqueados, se abrazan con quien se les ponga enfrente. No gustan de las polémicas, responden a todo aunque no se comprometen más de la cuenta. Sus propuestas tienen algo de contenido, aunque su fuerte está en posicionarse a distancia de los políticos tradicionales. Eduardo Suger y Harold Caballeros representan este perfil.
Una categoría especial es la de los políticos que se rigen por la supuesta superioridad que dicen tener respecto a los otros. Les interesa figurar, pero sobre todo competir e imponer su voluntad. No son amantes de las alianzas, ya que ellos se bastan por sí mismos. Tienen un aire de triunfalismo desde que se levantan hasta que anochece. Se parecen a la primera categoría, pero son más pragmáticos. Creen estar investidos de una misión terrenal. Arzú representa con creces este perfil. Para muestra la utilización forzada de su esposa, quien con sus discursos religiosos y su imagen de sacerdotisa evoca una imagen casi divina.
Hay escasez de políticos que planteen su apego al servicio público y rijan sus propuestas en principios ideológicos. Este tipo de líderes fueron vitales para los procesos experimentados en décadas anteriores, pero se han extinguido.
El sentido de oportunismo es el factor que une estos perfiles. Por mucho que las motivaciones sean distintas, todos los políticos aquí en Guatemala o en el lugar más recóndito tienen el interés común de aprovechar los momentos. La diferencia entre los países con mayor desarrollo político y el nuestro está en la temporalidad. En los otros, esa oportunidad es momentánea, y al durar poco motiva a propuestas más serias, lo que alienta debates comprometidos y un compromiso genuino de los votantes. En estas latitudes, esas circunstancias se han convertido en permanentes, duran mucho; lo que no crea incentivos a nadie. El sentido del cambio no pasa de los discursos. Se ofrezca lo que se ofrezca, el votante termina regalando su voto a cambio de nada.
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